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Fidel Castro y su ferocidad contra Ramón Grau San Martín

Ramón Grau San Martín. Foto tomada de Internet

LA HABANA, Cuba.- La historia republicana de Cuba, contada en estos años de dictadura castrista, está saturada de falsedades y disparates. Esto se lo debemos a esos historiadores sumisos, alabarderos de este tiempo cubano tan vergonzoso, dedicados a escribir loas a Fidel y Raúl Castro.

Muy pocos son los cubanos de la Isla que buscan la verdad de la historia, y menos los capaces de escribirla: la muerte de Jesús Menéndez y Aracelio Iglesias; la verdad sobre el Partido Comunista y la organización ABC; el robo de la campana del ingenio La Demajagua, en 1947 por Fidel Castro; el robo del brillante del Capitolio; el asalto a un banco en 1948; los crímenes de los militares de Batista, que no pasaron de cien, y muchas cosas más.

La tarea de dañar aquellos años de República, y empañar figuras de la democracia, han sido estrategias políticas de los Castro, frustrados por mantener un desarrollo económico como el que tuvo lugar a partir de 1902, con la ayuda de Estados Unidos.

Fue Ramón Grau San Martín, presidente de la República, con quien más se ensañó Fidel Castro. La primera vez fue cuando se interpuso para que el jefe de gobierno no trajera desde Manzanillo la campana del ingenio La Demajagua -sitio histórico donde el Padre de la Patria inició en 1868 la Guerra de Independencia-, para ser utilizada en un acto político.

La segunda vez, de visita en el despacho presidencial de Palacio, junto a un grupo de estudiantes, y del periodista José Pardo Llada, a quien les propuso “lanzar al viejo mandatario por la ventana¨, para deshacerse de él.

Es natural que Grau, uno de los presidentes más dignos de Cuba, no haya gozado de las simpatías de Fidel Castro, quien, a su llegada a la Universidad de La Habana en septiembre de 1945, comenzó su ejercicio político en medio de métodos gansteriles y corruptelas.

Pinareño por nacimiento en 1881, Grau, médico ya de gran prestigio, se involucró en la lucha contra el dictador Gerardo Machado y fue condenado a prisión. En el exilio de Miami, junto a varios catedráticos, formó parte de la Junta Revolucionaria.

En 1933, cuando Machado huyó de Cuba, los estudiantes universitarios visitaron a Grau y le propusieron ocupar uno de los puestos de la presidencia, junto a otras cuatro figuras políticas.

Más tarde fue nombrado presidente de la Convención que redactó la Constitución de 1940, una de las más avanzadas de la época.

Al cumplirse su mandato presidencial (1944-1948) se retiró de la vida pública, y reapareció en 1952 para oponerse al golpe de estado de Batista. En 1954 se postuló de nuevo en las elecciones, y se retiró luego de denunciarlas fraudulentas.

Se dice, y puede ser cierto, que Grau “…en breve tiempo logró lo que los generales de la guerra de independencia no pudieron”: mejorar la economía del país. Mucho menos el General de Ejército Raúl Castro en sus diez años al frente del gobierno, ni el Comandante en Jefe en más de cuatro décadas.

En enero de 1959 los políticos que habían acusado a Grau de ladrón y asesino se fueron del país. Grau, en cambio, a sus 78 años, se negó a irse, como una respuesta a los que lo difamaban. Fidel Castro nada dijo al respecto. Ya gozaba de millones de dólares obtenidos a través del pago de impuestos a los centrales azucareros en la Sierra Maestra.

El historiador Newton Briones Montoto dijo que, si la Revolución perdonaba a Grau, era por compasión. ¿Compasión? ¿Y los ancianos militares que cumplieron treinta años de cárcel y murieron en la Fortaleza de la Cabaña, sólo por haber sido leales?

Grau murió el 28 de julio de 1969, a los 88 años, en su mansión de Quinta Avenida, en Miramar, donde vivió sus diez últimos años con una miserable pensión de 500 pesos al mes, otorgada por uno de los hombres más ricos de este mundo: Fidel Castro Ruz, quien jamás tuvo por dónde coger al digno expresidente.