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Florentino, el yerbero medicinal

Florentino Rafael Cárdenas Pérez (Foto de la autora)

VILLA CLARA, Cuba. – El viejo se acomoda con trabajo en un antiguo sillón de madera. Coloca la muleta al costado del asiento y trata de ajustar una bolsa que le cuelga a escondidas debajo de las vestiduras. El olor a hierba seca se desprende desde su casa a la calle y se mezcla con la pestilencia de heces de caballo, basura, el humo de los autos.

La casa de Florentino Rafael Cárdenas Pérez tiene el puntal alto y el techo corroído por la humedad, como si muchos aguaceros se hubieran ensañado contra las tabletas de madera pendientes a reparación. Las paredes lucen agrietadas y repletas de cuadros de Jesús, de su sagrado corazón, de versículos bíblicos que establecen preceptos de dádiva incondicional, de amor al prójimo. La casa de Florentino es la de un hombre de pocos recursos.

“Yo fui combatiente”, aclara el anciano de 84 años. “Después, fue que me dediqué a esto de vender hierbas”, prosigue. La sala está dividida por un biombo de madera improvisado y cubierto con una cortina de flores que separa el vestíbulo de la zona dispuesta para la venduta. Dentro, un cartel aclara que “no se reciben encargos, solo vendemos lo que tenemos en existencia”. De vez en cuando, alguien se asoma a la ventana y pregunta si hoy tienen manzanilla, uña de gato, palo de caja, o indagan por el mejor remedio para la diabetes, la hipertensión y hasta para depurar la sangre.  Preguntan por maderos y hojas raras, con nombres que parecen extraídos de un manual afrocubano, por tratamientos indicados por algún curandero para aliviar dolores menstruales, para realizar despojos de tipo espiritual.

Florentino es uno de los yerberos más conocidos y solicitados en todo el centro de Cuba, casi a la par de los paleros o santeros de Palmira. Cuando estaba movilizado en la Ciénaga de Zapata, con apenas 26 años, decidió que debía terminar su carrera como contador y se licenció de las milicias. “Policía es cualquiera, contadores hacían falta”, espeta. “Estuve en el matadero de Remedios, en Vega de Palma, en la empresa de la carne, en una tenería”.

Fueron 280 pesos la jubilación asignada a Florentino, un poco más que a otros retirados como él, como “gratitud” por haber participado en la toma de Santa Clara. “En los noventa saqué la patente de yerbero, para vender ajo puerro, cilantro y otras cosas por el estilo en mi bicicleta. Esa jubilación no me daba para vivir. Aprovechaba uno que iba delante de mí que andaba a millón porque no le gustaba pregonar. Yo iba atrás de él cogiendo los fallos. La vieja mía permutó para esta casa, que está muy céntrica, la verdad. Me establecí aquí, para no tener que dar tantos pedales”.

Con el advenimiento del período especial la medicina verde y el uso de plantas aromáticas y analgésicas volvió a “ponerse de moda” en la isla, no solo para aliviar diversas dolencias causadas por disímiles enfermedades que aparecieron en esta etapa, también para cuestiones domésticas como el lavado de la ropa, baños depurativos y hasta para la limpieza del cabello ante la ausencia de jabones. Las tisanas y brebajes vinieron a suplir la carencia extrema de muchos medicamentos para bajar la presión, quitar la fiebre y eliminar infecciones contagiosas de la piel. La historia de aquellos años se ha repetido en los últimos siete meses en Cuba, cuando comenzaron a escasear gran parte de las medicinas en las farmacias, sobre todo, para hipertensos y diabéticos que aún se exponen a largas y tortuosas colas para alcanzar las patillas asignadas “por tarjetón”.

Actualmente, en algunas farmacias cubanas se comercializan extractos de hierbas medicinales, casi todas, para combatir gripes o dolencias estomacales. Sin embargo, y como bien apunta Florentino, la mayoría son confeccionadas a base de alcohol y no son recomendables para muchos pacientes que padecen de gastritis. En uno de estos establecimientos cercanos a la casa del yerbero, sus dependientas alegaron que habían realizado el pedido de medicina verde hace días al laboratorio ubicado en la carretera a Camajuaní pero que “hasta hoy no nos ha llegado nadita”, dijeron.

Los libros de Juan Tomás Roig son la biblia de Florentino. No conoce de Internet y nunca ha revisado página alguna que explique de botánica o medicina. El viejo se deja llevar por la intuición, por el olfato, por la experiencia de tantos años cortando palos y yerbas en los montes para ganarse la vida. “Mira, Fidel tuvo aquella idea de los organopónicos, cuando la cosa se puso fea que no había casi medicamentos. Eran para vender hierbas medicinales, pero eso se desvió, ahora es pa´ negocio”.

La patente para el comercio de hierbas medicinales, considerado como un trabajo por cuenta propia, le cuesta 140 pesos mensuales a Florentino, que no puede apenas salir de su casa para surtir su negocio. Tres proveedores le traen mercancía de la costa, los campos o las lomas de Manicaragua. “El mangle se vendía mucho”, dice. “Lo que pasa es que la gente lo quería para hacer vino y ahora prohibieron cortar esas matas. Te pueden poner 1500 pesos de multa. Hay productos con los que hay que tener cuidado porque te venden cualquier cosa. Yo me los conozco todos, no hay quien me haga un cuento”.

En la reja de la modesta vivienda de Florentino hay colgado un cartel que establece el horario de la venta y aclara que después del mediodía las puertas del yerbero están cerradas al público. “La presión que yo tengo es muy grande, por la falta de medicamentos”, se justifica él. “Aquí no se descansa, hay un toqueteo todo el día. Yo mismo, no tomo pastillas, me curo todo con yerbas. Los mismos médicos mandan a los pacientes para acá, porque saben que hay medicinas en falta”.

María López, la esposa de Florentino, cuenta que hace poco unos policías interceptaron un lote de manzanilla a dos proveedores, pero que los dejaron ir cuando ambos confesaron que se dirigían a su casa. “Es que aquí vienen hasta los policías”, recalca ella. “Desde Camagüey han mandado gente para acá. Con lo viejos que estamos, esto lo seguimos haciendo porque el retiro de él no alcanza para nada”.

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