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Freddy La Estrella

Freddy (Foto de archivo)

LA HABANA, Cuba. – Se cumplen 60 años de la grabación en 1960, por la firma Puchito, del disco Noche y día, Freddy con la orquesta de Humberto Suárez.

Un año antes de grabar ese disco que la haría famosa, Freddy, cuyo verdadero nombre era Fredesvinda García Valdés, era una negra gorda, descomunalmente gorda, que trabajaba como cocinera en la mansión del doctor Arturo Bengochea, el presidente de la Liga Cubana de Béisbol Profesional.

Cada noche, con un vestido barato y sus enormes sandalias sin tacón, sentada en el Bar Celeste, tomaba ron y escuchaba la victrola. Luego de varios tragos, empezaba a contonearse con la música y a cantar a media voz. Como lo hacía tan bien, una noche, apagaron la victrola y le pidieron que cantara. No tuvieron que insistirle.

Freddy se sabía todos los boleros. Con su voz de contralto, que parecía venida directamente de dios, los cantaba como nadie. Era como si hubiera vivido todos aquellos amores desdichados, como si le fuera la vida en ponerle melodía a los pesares del alma.

Freddy no permitía que la acompañaran. No necesitaba piano ni guitarra. Le bastaba con su garganta. Cantaba a capella, con una dulzura triste que casi te reventaba el corazón.

Dicen que el que la oyera cantar un bolero ya no podía olvidar esa voz, que tenía algo que nadie podía explicar con palabras.

Las madrugadas del Bar Celeste ya no lo fueron más sin el rito de que, a la medianoche, la victrola callara para darle vía libre a Freddy bajo el spotlight.

Alguna de esas madrugadas de extraña magia, Guillermo Cabrera Infante vio y oyó cantar a Freddy. Años después la convirtió en uno de los personajes de su novela Tres Tristes Tigres: la cantante Estrella Rodríguez.

Sólo Cabrera Infante podía lograr un retrato como éste: “Con un vaso en la mano, moviéndose al compás de la música, moviendo las caderas, todo su cuerpo, de una manera bella, no obscena pero sí sexual y bellamente, meneándose a ritmo, canturreando por entre los labios aporreados, sus labios gordos y morados, a ritmo, agitando el vaso a ritmo, rítmicamente, bellamente… el efecto total era de una belleza tan distinta, tan horrible, tan nueva…”

El bar era frecuentado por artistas y músicos que recalaban allí cuando terminaban de trabajar en los cabarets cercanos. Una noche, llegó al bar Aida Diestro con alguna de las muchachas de su cuarteto, Las D’Aida. La pianista y compositora se acercó a Freddy y le dijo que le encantaba su voz, que estaba dispuesta a montarle un buen repertorio y a proponerla para el show del Capri.

Con Aida, Freddy fue a la audición del Capri y firmó el contrato. A partir de ese momento, dejó para siempre la cocina del doctor Bengochea para cantar profesionalmente.

En diciembre de 1959, Freddy hizo su debut televisivo en el programa Jueves de Partagás.

Fue un cuento de hadas rollizas y melancólicas, ambientado en una Habana que ya había sido condenada por los revolucionarios que se decían sus redentores.

El Bar Celeste ya no existe. Freddy tampoco. Su corazón no resistió tanta pena. Murió en Puerto Rico en 1961.

Su voz quedó en un disco de larga duración, el único que grabó, y que hoy es una rareza para coleccionistas.

Dicho disco contiene La Estrella, la canción que Ela O’Farrill compuso especialmente para Freddy: “No era nada ni nadie, ahora dicen que soy una estrella, / Que me convertí en una de ellas para brillar en la eterna noche”.

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