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Frente a la cultura del odio

Luis Manuel Otero Alcántara es detenido por performance con la bandera de EE.UU. (Foto: Captura de pantalla)

GUANTÁNAMO, Cuba. – Este 20 de octubre se celebra en Cuba el Día de la Cultura Nacional porque hace 152 años se escucharon en Bayamo -aunque no por primera vez, como erróneamente afirma algún que otro vocero del castrismo-, las notas del que luego sería nuestro himno nacional, calificado así a pesar del sentido reduccionista de su letra, dirigido a soliviantar el espíritu de los bayameses, no el de todos los cubanos.

El suceso estuvo acompañado de un fuerte simbolismo pues además de su fuerte connotación política y ética fue un importante punto de giro en la conformación de nuestra identidad como nación, proceso que no ha concluido. Esas incidencias convierten la fecha en un referente histórico ineludible y en un momento propicio para la reflexión en pos de nuestro crecimiento individual y colectivo.

“El odio no es cubano”, afirman unos carteles que recientemente vi en áreas del hospital provincial de Guantánamo. En eso también han insistido algunos voceros del régimen comunista por estos días, pensando en los que son atacados en las redes por su cercanía y defensa de la dictadura y obviando a los que recibimos las consecuencias de su crueldad.

Ciertamente, el odio no formó parte del proyecto emancipador de los cubanos, iniciado por Carlos Manuel de Céspedes y concluido por los patriotas de la Guerra Necesaria. Consta en ese extraordinario documento histórico que es el Acta de El Rosario, acuerdo del levantamiento armado contra la metrópoli española, que la motivación de los insignes patriotas que desafiaron el inmenso poder colonial fue hacer una república fraternal, “con todos y para el bien de todos” -como luego expresaría José Martí- en la que nadie quedara excluido de sus beneficios, ni siquiera los españoles.

La idea del odio como vehículo para consumar las aspiraciones independentistas nunca alcanzó lugar primigenio en el acervo político de los más relevantes líderes mambises.

José Martí, depositario de un enorme potencial humano, llegó a escribir en versos memorables: “Y para el cruel que me arranca/ el corazón con que vivo/ cardo ni oruga cultivo/cultivo la rosa blanca”.

Pero si es cierto que el odio no se puede calificar como un componente del alma cubana sí es un sentimiento intrínsecamente vinculado al castrismo. Quien revise con detenimiento todo lo ocurrido en Cuba desde el fatídico 10 de marzo de 1952 hasta hoy verificará que ha sido el odio -unido a la exclusión y la crueldad- un componente esencial de la ideología de la dictadura cubana, tanto, que no contento con haber logrado su propósito de hacerse con el poder en Cuba, Fidel Castro exportó el odio y lo implantó en el seno de otros movimientos revolucionarios latinoamericanos y del tercer mundo, devenidos íconos del terrorismo revolucionario, marca indeleble durante la confrontación este-oeste en el llamado período de la guerra fría. La génesis de todo ese odio estuvo en el movimiento terrorista 26-7 y en el Ejército Rebelde.

Desde mucho antes de tomar el poder, Fidel Castro y quienes se han encargado de continuar la práctica de su funesta ideología, se apartaron totalmente de aquél a quien el hijo de Birán había definido como “el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada”, para implantar en pleno hemisferio occidental un sistema ajeno a la intrínseca bonhomía del alma cubana y a las ideas democráticas del Apóstol. Eso ha tenido hondas repercusiones y consecuencias en nuestro tejido social.

Es triste, muy triste, ver como las palabras son abusadas, violadas, despojadas de sus esencias y convertidas en ingredientes de los panfletos comunistas. En un contexto donde el triunvirato partido-estado-gobierno es dueño de todos los medios de comunicación y enseñanza, decide qué libros y autores se publican, a cuales premia y a quienes lanza a la muerte social, donde se coarta el libre acceso a los sitios de Internet que le resultan adversos, ha sido muy eficaz el adoctrinamiento del castrismo, que siempre presenta al pueblo sus argumentos, jamás los del contrario.

Entonces, no debemos sorprendernos que un músico castrista arremeta contra otro cubano, trate de deslegitimar su condición humana por sus preferencias sexuales y lo amenace vulgarmente porque lo ha incluido en la lista que va a privarlo de los viajecitos que tanto favorecen a los que -como él- van a Miami a buscar dólares para regresar a Cuba y continuar apoyando a la dictadura. Tampoco debemos asombrarnos de que en el 2013 ese músico -Arnaldo Rodríguez, el del talismán del odio- haya participado en un acto de repudio, acciones que emulan con los progrom antisemitas. Si Arnaldo no fue el primero en hacerlo tampoco será el último.

Los medios de comunicación de la dictadura forman gran alharaca cuando algún cubano de la otra orilla de la contienda -y conste, los hay tan intolerantes y sedientos de sangre como otros muchos de acá- ataca a uno de sus artistas protegidos. Pero callan inicuamente cuando las turbas adocenadas y violentas humillan, acosan y golpean a otros artistas -aunque sean mujeres- cuyo único delito es defender pacíficamente su derecho a expresarse.

Pero esa no será la proyección cultural que triunfará. Estoy convencido de que el odio, ciertamente, no es cubano. El odio es una especie de cizaña que el castrismo ha sembrado dentro de Cuba, pero sus cabezas de hidra -léase los Comités de Defensa de la Revolución Cubana, la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, el MININT, la Seguridad del Estado y los miles de chivatos encubiertos- no podrán impedir que llegue ese día en que todos los cubanos, sin exclusión, haremos realmente de la fraternidad un componente factible y palpable de nuestro proyecto de nación.

Estoy absolutamente convencido de que eso ocurrirá y entonces Cuba estará entre los países modélicos. Ese día las notas del himno de Bayamo se escucharán más hermosas y vibrantes que nunca, porque nada hay tan hermoso como vivir en un contexto de paz, progreso y libertad.

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