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García Márquez nunca prefirió vivir en Cuba

Gabriel García Márquez y Fidel Castro. Foto AP

LA HABANA, Cuba.- He leído con mucho interés la crónica de Gabriel García Márquez (1927-2014), “La primera noche del bloqueo”, publicada en el periódico Granma el pasado 29 de octubre, y por primera vez en Proceso, el 24 de julio de 1978, contando lo que ocurría en Cuba en los primeros años de la Revolución castrista, a lo que nombró “el reino de la improvisación y el desorden”.

Seguramente mientras escribía dicha crónica recordaba una tarde de 1956 en París, cuando el poeta Nicolás Guillén le hablaba sobre “un muchacho muy espigado, terco y medio loco llamado Fidel Castro, que se movía mucho en México”; y también cuando en 1948 supo que aquel mismo muchacho medio loco se había hecho famoso en Bogotá, junto a otros estudiantes cubanos, como presunto responsable del asesinato de Gaitán.

El autor de Cien años de soledad pudo perfectamente haber vivido en Cuba cómodamente, a partir de su empleo en la Agencia Prensa Latina, fundada en junio de 1959, con sede en uno de los lujosos apartamentos del Vedado habanero, donde conoció bien de cerca el desorden castrista que continúa hasta hoy.

Se sabe que por aquellos días escribió sobre la “Operación Verdad”, apoyando los juicios sumarios que condenaron a muerte a militares, policías y civiles al servicio de la dictadura de Batista, y que luego de presenciar el juicio contra Sosa Bravo, nada escribió sobre el mismo. Le había causado una mala impresión de circo romano.

Cuenta en su crónica que una noche, buscando algo de comer en un restaurante cercano, sólo encontró una taza de café y pan sin mantequilla. Al preguntar qué ocurría, el camarero, medio sorprendido, le respondió: “Nada más que a este país se lo llevó el carajo”.

Entonces el primer exponente latinoamericano del Realismo Mágico salió como bola por tronera de Cuba, para visitarla después solo como invitado del dueño del país, Fidel Castro. Y en ocasiones muy especiales, como grandes comelatas, cacerías de patos, fiestas diplomáticas o paseos en yate.

A los tres meses, el novelista revolucionario renunció a la bien remunerada plaza periodística de Prensa Latina y aceptó la que le ofreció la Agencia Publicitaria Walter Thompson, en Ciudad México, donde estableció su residencia varios años con su esposa e hijos.

Posteriormente, en octubre de 1967, se trasladó a Barcelona, para vivir en el barrio de Sarriá, muy cerca de Mario Vargas Llosa, y en 1975 regresó a Ciudad México, donde muchos años más tarde murió.

¿Prefería acaso García Márquez vivir en países democráticamente capitalistas como España o México? ¿Había sido un error de Gabo, como le llamaban sus amigos, ejercer de periodista en los turbulentos primeros meses de la Revolución cubana, donde ya comenzaba a desaparecer la libertad de prensa?

Lo que está claro en toda esta historia es que jamás prefirió vivir en Cuba. Ni siquiera cuando el dueño del país le obsequió una de las residencias más bellas de los aristocráticos barrios de La Habana de ayer, equipada con todo lo necesario y muy cerca de Punto Cero, donde el viejo Comandante residió hasta fallecer.

En una entrevista que concedió Gabriel García Márquez a Claudia Dreifus en 1982 expresó: “Mi relación con Fidel se basa fundamentalmente en la literatura, lo nuestro es una amistad intelectual”.

¿Quiere esto decir que en política tenían discrepancias ,y que el verdadero interés de aquella “amistad intelectual” era conocer el misterio del poder, el ser humano convertido en dictador totalitario?

Qué pena que el Premio Nobel de Literatura 1982 no dejó clara toda esta historia, que está por analizarse entre sus muchos defensores.

Fuente: 

El viaje a la semilla, biografía de Gabriel García Márquez , Dasso Saldívar, España, 1997.