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Hasta donde no llegan las donaciones Cubanet

Jorge a la entrada de su vivienda (foto del autor)

CAIBARIÉN. – Se nombra Jorge Elier Delgado Gazapo, y tiene 28 años. El lugar de transcurrir casi toda su existencia (¿que 20 años no es nada?) está ubicado en lo último de “La Picadora”, el sitio más recóndito donde desemboca un largo –y tortuoso– camino de tierra frecuentemente enlodada por los desbordes muchos y las lluvias, que en otras partes llaman “Llega y Pon”.

El reparto oficialmente se denomina “La Torre”, porque un fortín español aún lo preside sin desmoronarse. Pero lo supera en altura un tanque del realismo socialista que constituyó un desperdicio arquitectónico y tecnológico: jamás sirvió al propósito distributivo sin reventarnos las tuberías.

Antes hubo dentro del área un enorme vertedero parecido a las favelas brasileñas, donde pernoctan y se alimentan los pobres, proveyéndoles –como a estos lugareños– de artilugios para cobijarse.

Cuando murió la abuela hace 5 años, heredó de ella la choza en la que hoy subsiste, porque formó parte –sin quererlo– de la avanzada ciudadana de los desastrados que invadió sin permiso al sagrado territorio patrio –tamizado entonces de porquerías–, en la virtual propiedad espacial del horrísono sectorial de “Comunales”.

Las paredes del habitáculo de Jorge, están hechas con planchas lisas de asbesto-cemento (gentileza del madrinazgo de la Empresa Pesquera, designada para el amparo local años atrás, que las emplea en construirse tranques pesqueros), y el techo crudo de troncos de madera de pino, también acanalado con el tóxico amianto, y residuales de cartón embreado (fibro-asfalto) como cubrimiento.

Por suerte, tiene un tanquecito de agua cuasi contaminada enterrado (y hecho del mismo ubicuo material que origina cáncer y que ha prohibido la OMS) en el patio de todos los sin hogar, y, además, posee luz eléctrica (cuando no la quitan por causa del cableado) de una tendedera igual de común que ha sido minuciosamente comerciada bajo contadores individuales.

Sólo les falta que, sin poseer propiedad de nada terrenal, les instalen otro medidor electrónico para el consumo del agua, la que también abonan sin falta cada mes.

En 2008, durante el paso del huracán Ike por las cercanías, la choza se voló completa, que era de maderas viejas de tabla de palma, cartón-bagazo y techos de zinc.

Frente de la vivienda de Jorge (foto del autor)

Entonces comenzaron las averiguaciones elementales de mi entrevistado (y su abuela) ante las autoridades incompetentes, para saber si algún día tendrían derecho a mejorar su estatus y a una casita decorosa.

La respuesta para los dos núcleos damnificados por derrumbes ocurridos en esa zona, consistió en otorgar a uno de ellos (por supuesto, no a la familia del testimoniante) una vivienda en edifico de apartamentos que se construyó años después en área adyacente. Parece que por obvia “prioridad”.

Tras varias gestiones infructuosas y vaivenes del dañado protagonista de esta saga, le recibieron por fin –su director, primero– en la dirección municipal de la vivienda, para explicarle que un abogado público (de apellido Baldrich) lo atendería.

Aquél funcionario le mandó –entre otras consideraciones–, a comprar unos sellos de timbre de 5 y 10 pesos para tal tramitación, la cual, hasta hoy, nunca fue posible concretar por razones personales, circunstanciales, oscuras e inexplicadas en voz de los implicados.

Entonces apareció Irma, con su carga de destrucción y muerte, y la endeble instalación parapetada que él llama con orgullo/llaneza “mi casita”, se vino otra vez abajo, y con nuevo esfuerzo personal (más la ayuda de magníficos vecinos) pudo volver a guarecerse de las inclemencias en el pleno descampado. Porque casi todos ahí, con esa visitadora/arrasadora, perdieron algo. Cuando no toda pertenencia. Pero se auxilian solidarios en la miseria, encantadoramente.

Por 17 días no hubo corriente, el agua que emerge de muy cerca apenas subía hasta el caserío –ausente el bombeo–, y las interrupciones al servicio se sucedieron después, tan pronto como fue “estabilizado”.

Los vecinos debieron hacer la olla pública estos días a la intemperie, y cocerse lo que encontraron con leña o deshechos materiales.

No llegó hasta aquí donativo alguno de alimentos ni de ningún tipo. De hecho, ninguno sabe bien qué cosa es un donativo.

Mientras duermen como pueden, algunos en el piso y Jorge en camastro prestado, ignoran que en las TRD están ofertando colchones de espuma que andaban desaparecidos a 240 CUC.

Casa del barrio La Picadora (foto del autor)

Sin embargo, no todas las visitas son desfavorables a esta comunidad de personas sin recursos –damnificados eternos–, porque una comisión partidista/altruista ha pasado en breve revista, tratando de anotar en una lista –que centuplica con creces a la del Ike–,  casos de afectaciones totales o parciales ocasionadas por este macabro“mete-oro”.

(Nunca antes ni después de inventada una palabreja como esa nos resultó tan execrable: porque no hizo Irma otra cosa que sacarnos ese “oro” que hace mucho perdimos –o nos robaron– de nuestras arcaicas arcas cubanas).

Así quedamos todos, arrobados, a la espera.