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Importante no olvidar: ecos de la lucha en el Escambray

Combatientes del Escambray. Fuente. Libro Héroes del Escambray, de Enrique Encinosa. Foto del autor

LA HABANA, Cuba.- Desnudo, descalzo y de pie, Manuel permaneció varias horas sobre los angulares de hierro de un ómnibus abandonado y a la intemperie. “Guajirito, ¿no vas a hablar? —le decía un esbirro mientras le lanzaba cubos de agua; era invierno—; vamos a dejar viuda a tu guajira”, espetaba refiriéndose a su esposa, de tres meses de embarazo.

Era el invierno de 1963 en la provincia de Matanzas; eran de los meses más cruentos del alzamiento en el Escambray. Miles de hombres eran diariamente torturados o fusilados por colaborar con los guerrilleros, la mayoría de ellos campesinos de la zona, como Manuel.

“Dormíamos en el suelo, sobre sacos —me contó en una ocasión—, en una barraca que había sido usada como almacén de abonos químicos. Algunas noches, por la madrugada, nos despertaban y leían una lista de detenidos”. Los que mencionaban iban saliendo del lugar después de entregar, al que dormía a su lado, pertenencias personales, como anillos de matrimonio, pidiendo que fueran entregados a sus seres queridos. “Nunca más los volvíamos a ver. Y esas noches los demás presos no podíamos volver a conciliar el sueño”, agregó.

Decir hoy que Manuel Ismael Acosta García era mi abuelo poco importa. Era, porque su vida se extinguió hace cinco años. Su anécdota incluso me pareció ajena e inhóspita cuando la conocí. Nunca hablaba de ello, no lo hizo hasta que le pregunté, más por curiosidad que por interés histórico. Tampoco hablaba mucho de nada. Era de esos guajiros semianalfabetos para los que las palabras sobran y la hombría se curte en acciones de probado valor.

Manuel y su padre, Juan Eustaquio Acosta Rivero, eran parte del grupo de apoyo logístico a los alzados en armas contra el castrismo en La Montaña, en el sur de Matanzas. El grupo rebelde estaba comandado por Delio Almeida, un campesino de la zona. Uno de sus integrantes fue Ramón García, primo de Manuel que fue arrestado en una cueva, luego de un cerco de las milicias y las compañías de Lucha Contra Bandidos (LCB). Herido, Ramón sería fusilado en 1962, al igual que el Comandante Almeida. Sus cuerpos, como los de cientos de fusilados, jamás fueron entregados a sus familiares para el entierro.

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Guerrilla de Delio Almeida en Matanzas, 1961 (Fuente. Héroes del Escambray, Por Enrique Encinosa). Foto del autor

Juan y Manuel serían delatados por un chivato infiltrado, y detenidos en un lugar de la región conocido como Dos Hermanas. Luego de los interrogatorios y torturas pertinentes, la Seguridad del Estado les impuso 30 y 20 años de cárcel, respectivamente.

Hubiesen cumplido las condenas de no ser por la astucia de José Acosta García, hijo de Juan y hermano de Manuel. José vivía en Isla de Pinos e interfirió con varios cuñados suyos, integrantes del naciente y temido G2 en el territorio. Con el apoyo de estos, José viaja a Dos Hermanas como supuesto agente del G2 en Isla de Pinos. Al entrevistarse con el oficial encargado, manifestó que todo había sido un error, que su padre y hermano eran ignorantes, analfabetos, y que por ello habían sido utilizados. Solo así pudo salvarles la vida.

El jefe del campamento comprendió el “error” y les otorgó la libertad con la condición del destierro de la provincia. “Llévatelos ahora mismo para Isla de Pinos bajo tu responsabilidad y la de los compañeros de allá que me hacen este pedido —dijo el militar—; irá contigo una escolta para que recojas a la vieja y a los otros hermanos, pero no puedes sacar nada de la casa o de la finca, ni siquiera un animal, todo es propiedad de la revolución”.

Por entonces, bastaba una simple disposición personal de un oficial para determinar si la persona era fusilada, encarcelada o liberada. Aunque los fusilamientos e incautaciones de bienes a guerrilleros y sus colaboradores se basaban en la ley 988, muchas veces el papeleo o procedimiento se hacía una vez ejecutadas las sanciones.

Los alzamientos contra el sistema castro-comunista se desarrollaron entre 1960 y 1967 aproximadamente, y abarcaron varias regiones de la Isla, fundamentalmente el Escambray. Los núcleos guerrilleros estaban constituidos, en su mayoría, por ex combatientes del Ejército Rebelde y por campesinos y obreros descontentos y temerosos de perder sus propiedades, como sucedió después.

Miles de campesinos fueron desalojados de sus casas y reubicados en otras regiones para que no apoyaran a los alzados. Según los testimonios, el método fue muy similar al empleado por Valeriano Weyler, a fines del siglo XIX, conocido como la Reconcentración. El régimen se apropió de sus tierras y pertenencias.

A algunos presos les simulaban fusilamientos con balas salvas, cruel tortura que les destrozaba los nervios; a otros les negaban alimentos hasta que confesaban o delataban. Las peores torturas eran La Represa y La Jicotea. La primera consistía en lanzar a los prisioneros, maniatados, a una represa, de donde eran sacados casi ahogados; la segunda se basaba en encerrar a un detenido en un barril o lavadero hasta que, casi ahogado, era interrogado. Muchos no resistieron y se ahogaron.

Manuel vio todo eso en el campamento de detención. Pese a las torturas para doblegarlo, no lograron sacarle una palabra; eso representaría “chivatear” incluso a su hermano menor, de apenas 14 años, quien servía de mensajero a los alzados.

El castro-comunismo se encargó de desacreditar a todos esos rebeldes que, pese a contar con escasos hombres y recursos —en comparación con los desplegados por el régimen—, les hicieron frente por varios años. No se equivocaban entonces al intentar derrocar por la vía armada a una dictadura, peor que la de Fulgencio Batista, y que ha sumido a Cuba en sus años de mayor ocaso. En el Escambray fracasaron porque se quedaron solos, en medio del monte, sin armas, ni medicinas, ni alimentos; y fueron arrasados con los peores métodos criminales del castrismo.

Escambray Cuba castro-comunismo
Manuel y Juan Acosta, héroes de la lucha contra el Castro-comunismo. Matanzas, década de 1960. Foto del autor

Han sido calificados como “bandidos” y, con ese prejuicio, adquirido en catorce años de adoctrinamiento en la escuela —en ese entonces—, escuchaba escépticamente las anécdotas de mi abuelo. Más de diez años después, con mayores estudios y madurez, he logrado reconocer que ese “viejito” semianalfabeto decía la verdad, que aquel joven que ayudaba a los “bandidos” fue uno de los tantos héroes anónimos, sobrevivientes de una epopeya trágica, pero memorable.

Mi abuelo vivió y murió en Isla de Pinos, con la tristeza del fracaso y la sumisión. Su nombre no se encuentra en ningún libro de historia, pero eso tampoco importa. Lo importante es no olvidar. Jamás.

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