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Indicios culturales y éticos del desastre cubano

El primer error ortográfico apareció en el tercer párrafo (foto del autor)

GUANTÁNAMO.- Desde hace más de una década se advierte un gran desbalance entre el nivel educacional y cultural de los profesionales cubanos.

Médicos, psicólogos, juristas, licenciados en estudios socioculturales e ingenieros salen de las universidades cubanas  con notas sobresalientes pero con gran desconocimiento de la cultura y la historia del país. Lo triste es que a muchos de esos jóvenes  les importa poco dotarse de esos conocimientos porque  aquí está demostrado que quienes progresan a la sombra del castrismo —salvo rarísimas excepciones— no son los que están mejor preparados intelectualmente sino los más hábiles y dispuestos a  vender su alma para escalar lo más rápidamente posible por el entramado del poder.

Entonces, ¿para qué esos jóvenes necesitan leer a Shakespeare, Cervantes,  Gógol, Dostoievski, Tolstoi, Herman Bröch, Robert Musil, José Martí, Alejo Carpentier,  José Saramago, Rosa Luxemburgo, Simone Weil, a Gramsci y a tantos otros intelectuales ilustres? ¿Para qué necesitan leer a Miró Argenter, a Ramiro Guerra, si lo que el castrismo necesita es gente obediente?

Cuatro áreas que acusan una notoria falta de cultura y de dominio del lenguaje oral y escrito son las de los deportistas,  los dirigentes,  los juristas y los periodistas del régimen.

En cuanto a los dirigentes basta que a algún mandante de la superestructura se le ocurra decir alguna frase para que esta se entronice en todos los escenarios públicos. Hace poco a alguno de estos sesudos se le ocurrió usar la palabra “tema” para referirse a aspectos de nuestra economía; de inmediato en las aburridas reuniones gubernamentales y partidistas muchos  comenzaron a hablar del “tema combustible”, del “tema finanzas”, del “tema vivienda”, del “tema alimentación” y de una larga longaniza de “temas”. Como si fuera algo elegante la frase ha invadido el habla coloquial.

La expresión “dar al traste” ha corrido peor suerte pues resulta empleada —sobre todo por deportistas— con un sentido opuesto al que tiene. Ya no es extraordinario escucharlos decir ante las cámaras frases como ésta: “Ganamos porque estábamos muy bien preparados y unidos, eso dio al traste con la victoria”.

En el campo del Derecho, un área donde Cuba tuvo una riquísima trayectoria hasta 1959, la pobreza intelectual se advierte en el léxico usado por muchos jueces, fiscales y abogados y también en la forma en que se dirigen y tratan a los ciudadanos. Jóvenes recién graduados   ocupan el puesto de presidente de un tribunal municipal o de una sala sin estar preparados para ello. Lo mismo ocurre con otros designados como fiscales. En muchos de ellos se aprecia un pésimo gusto en el vestir, algo que no contribuye a la solemnidad de los actos judiciales. Los documentos que redactan son en extremo pedestres, carentes de distinción intelectual y plagados de errores de concordancia y hasta de faltas ortográficas. De esa plaga no se salvan siquiera muchas sentencias del Tribunal Supremo Popular. Tal es el resultado de seis décadas de control absoluto del Partido-Estado sobre el poder judicial.

El segundo error apareció en el sexto párrafo (foto del autor)

Pero la corona dorada se la llevan los miembros de la prensa oficialista, sobre todo esos jovencitos que en la televisión nacional quieren parecer más castristas que el General de Ejército. Aunque algunos están muy bien preparados, no impactan a nadie porque reproducen un libreto muy bien aprendido, que les permite conocer hasta donde pueden llegar sus análisis y críticas. Cuando toman como referencia un suceso internacional resultan en extremo parcializados y esquemáticos, tan apartados de la suspicacia y la duda cuestionadora que deben ejercitar todos los periodistas que la imagen que nos ofrecen es que la verdad  está absolutamente de su parte  y circunscripta a los pronunciamientos oficiales del gobierno cubano, sobre todo si el asunto está vinculado con Venezuela, Bolivia o Nicaragua.

La pobreza intelectual está a la orden del día, por eso no sorprende que en un artículo, nada más y nada menos que publicado en el Granma este viernes 10 de agosto y titulado “China: los retos de ser el país más poblado del mundo”, en sólo siete párrafos se adviertan dos errores ortográficos garrafales y otro gramatical muy significativo. En el artículo de marras, en el tercer párrafo, la autora del texto escribió “acinamiento”, en vez de hacinamiento; poco después, en vez de exentos, escribió “excentos” y más adelante “habrán en China alrededor de 440 millones de personas mayores de 60 años”, en vez de “habrá en China…”, atendiendo a las características del verbo haber.

Conste que en el periodismo errores como esos ocurren a diario, sea por ligereza en la revisión del texto o por teclear incorrectamente una letra. Pero tales desaciertos en sólo siete párrafos y en el principal periódico oficialista del país dice mucho  de los editores y redactores de Granma.

Si he traído el suceso a colación es  porque recuerdo nítidamente como en una emisión de la Mesa Redonda el señor Randy Alonso arremetió durante días contra unos opositores pacíficos de procedencia muy humilde, que en una protesta enarbolaron un cartel con una falta de ortografía. Las críticas se extendieron hasta los periodistas independientes que entonces cumplían injustas condenas sólo por dar a conocer sus ideas sobre la realidad nacional.

Porque los testaferros del castrismo siempre han usado lentes de aumento para hallar y difundir los errores y puntos débiles de sus adversarios políticos —cubanos o no— pero permanecen ciegos, mudos y sordos ante los que ellos cometen diariamente. El artículo de marras es una prueba de la debacle cultural del castrismo, la otra actitud revela la profundidad de la crisis ética que corroe al régimen.

El tercer error apareció dos párrafos después del segundo (foto del autor)