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Injerencia extranjera en Kazajistán

LA HABANA, Cuba. – En esta última semana ha sido noticia la antigua república soviética de Kazajastán o Kazajia, a la que ahora se ha puesto de moda cambiarle la penúltima “a” por una “i”: Kazajistán. (Esto parece ser una prerrogativa de los países asiáticos, donde basta que a alguien se le ocurra recordar el nombre de un país en el idioma local para que este se imponga en forma general).

Es el caso que en el referido país —el más extenso de Asia Central— se han suscitado fuertes disturbios en el seno de la ciudadanía. Esta parece haberse hartado del brutal autoritarismo implantado allí. En esto se destacó Nursultán Nazarbáyev, primer ministro de la República Socialista Soviética desde 1984 hasta 1989, primer secretario del Partido Comunista durante el último par de años de la era soviética y, por fin, presidente del país ya independiente entre 1990 y 2019.

Esto último a pesar de un artículo constitucional que prohíbe que alguien desempeñe la jefatura del Estado durante más de dos períodos. Pero con razón se dice que “quien hizo la Ley puso la trampa”. El previsor Nazarbáyev se aseguró de inscribir en la propia carta magna el precepto siguiente: “La restricción no se extenderá al primer presidente de la República”. ¡Gracias a ello ocupó el cargo durante la friolera de 29 años!

Durante ese dilatado período, fue noticia la galopante corrupción de la extensa parentela de aquel mandamás, la cual participó de modo destacado en la repartición de los pingües ingresos obtenidos de los hidrocarburos. También el desenfrenado culto a la personalidad del líder, que recibió el título de “Padre de la Nación”, a cuya nueva capital (Astaná) los apapipios le cambiaron el nombre por el del personaje: “Nursultán”. (Algo así como si los castristas decidieran rebautizar a La Habana y ponerle “Fidel”. ¿Se imaginan ustedes! ¡Pero mejor no ponerles ideas en la cabeza a estos comunistas!).

Ya casi octogenario, el autócrata Nazarbáyev se decidió a hacer un cambio cosmético del liderazgo. Fue entonces (en 2019) que la presidencia pasó a ser desempeñada por el actual jefe de Estado, Kasym-Jomart Tokáyev, quien durante años había servido fielmente al “Padre de la Nación” desde diversos cargos. Se trata de un hombre más joven (al ocupar la primera magistratura tenía “sólo” 65 años).

El detonante para la explosión de descontento popular parece baladí. Es verdad que el precio del principal combustible empleado en el país (gas licuado de petróleo o GLP) casi se duplicó; pero aun después del aumento, el litro sólo costaba el equivalente de unos veintitantos centavos de dólar. Para colmo, el régimen, ante las protestas, revocó dicho incremento. De hecho, ¡el precio actual del combustible es inferior al que existía antes del acrecentamiento!

Entonces, no resulta arbitrario afirmar que la subida del gas ha sido un pretexto para las protestas, más que su verdadera causa. Los orígenes reales del descontento habría que buscarlos en razones más profundas como las ya mencionadas, lo que incluye el influjo decisivo que mantenía Nazarbáyev pese a no ocupar ya la poltrona presidencial. Una de las consignas predilectas de quienes protestaban era aquella en la que se aludía a este personaje: “¡Que se vaya el viejo!”.

El expresidente, por cierto, al momento de redactar estas líneas parece haber desaparecido. No faltan especulaciones que lo sitúan fugitivo en un país de Europa Occidental. De momento, las actuales autoridades kazajas, al referirse a su moderna capital, han optado por cesar de emplear el ridículo nombre oficial de Nursultán que ellas mismas le otorgaron.

Ante el estallido social, el gobierno declaró el “estado de emergencia” e interrumpió el acceso a internet. También arguyó que las protestas habían sido dirigidas desde el extranjero. ¿Eso les recuerda algo! (Por cierto, a diferencia de Cuba, donde las manifestaciones escenificadas el 11 de julio cayeron a la cuenta del inevitable “Totí” —Estados Unidos—, los kazajos no se han molestado en señalar qué país es el supuesto responsable de las protestas).

La represión ha sido brutal. El presidente se negó a negociar y calificó a los protestantes de “terroristas” y “gángsteres entrenados”. También dio la orden de “disparar sin previo aviso”; no en balde los muertos entre los manifestantes se cuentan por decenas. Hay un millar de heridos, muchos de ellos hospitalizados. El número de detenidos pasa de “unos cuatro mil”.

Todo indica que las rajaduras han aflorado dentro del mismo equipo gobernante. Quien ha desempeñado durante más tiempo el cargo de primer ministro (2007-2012 y 2014-2016), y ostentó hasta el 5 de enero el puesto de director del Comité de Seguridad Nacional, Karim Massímov, se encuentra detenido, y está inculpado de “traición a la Patria”. Todo indica que el presidente Tokáyev pretende aprovechar las protestas para limpiar su entorno de los partidarios de Nazarbáyev.

La referida acusación parece, cuando menos, harto endeble. El gobierno kazajo afirma que la intromisión foránea está en el origen de las protestas. Pero, en realidad, las únicas fuerzas extranjeras que reconocidamente han entrado al país son las que el dictador ruso Vladimir Putin y sus aliados han enviado al convulso país, a solicitud del presidente Tokáyev.

Esta realidad debe dar lugar a profundas meditaciones de aquellos líderes de países que, a diferencia del de Kazajistán, no tienen razones para confiar en que el actual inquilino del imponente Kremlin moscovita acepte, en su caso, sacarles las castañas del fuego.

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