Inicio Cuba Irma y el ‘holocastro’, dos huracanes sobre Cuba Cubanet

Irma y el ‘holocastro’, dos huracanes sobre Cuba Cubanet

LA HABANA, Cuba.- Por estos días post ciclónicos una comidilla recorre las calles de la capital cubana: ¿dónde está Raúl Castro?, ¿por qué no ha aparecido en las zonas más afectadas por los estragos del huracán Irma ni ante las cámaras de televisión, para dar algún mensaje de esperanza y apoyo a los damnificados?, ¿no se supone que la persona que detenta la máxima dirección del Gobierno y del Partido único debería dirigirse directamente al pueblo y estar más presente cuanto mayor es la calamidad que ha arrasado el país?

Tras una semana del paso destructivo del meteoro ha habido todo un despliegue de dirigentes por los campos y pueblos arrasados. El ancianato verdeolivo en pleno parece haber sido movilizado. Excepto el general-presidente, cuya invisibilidad resulta cuando menos escandalosa. Apenas se le pudo ver en los medios oficiales este viernes 15 de septiembre, presidiendo una reunión del Consejo de Defensa Nacional que se realizó el pasado miércoles 13 de este mismo mes, y donde –según esos propios medios– “se evaluaron los daños ocasionados por el huracán Irma y las acciones a desarrollar durante la etapa de recuperación”. También en esa ocasión el cabeza de gobierno se mantuvo con un perfil sumamente bajo.

Como es usual, se han desatado las especulaciones y los rumores para explicar tan inverosímil conducta del jefe de Estado: “debe estar muy enfermo”, dicen unos; “no tenían un plan de contingencia para este desastre”, conjeturan los más maliciosos. Sin embargo, la impresión más extendida es que la situación del país es tan compleja y su solución tan difícil que resulta una tarea demasiado grande para el anciano gobernante. En realidad, Raúl Castro ya no cuenta con tiempo de vida, ni salud, ni voluntad política, ni coraje ni talento suficientes, no ya para solucionar la profunda crisis nacional, sino siquiera para enrumbar hacia buen puerto los destinos de Cuba.

Para mayor desacierto, el único mensaje del general-presidente a los cubanos fue el “Llamamiento a nuestro combativo pueblo”, publicado en los medios el martes 12 de septiembre, donde –a falta de una propuesta propia y más realista– apelaba al “legado” del Espectro en Jefe “con su permanente fe en la victoria” para enfrentar la recuperación del país. Nada parece tan absurdo y desesperado como invocar en esta hora aciaga la guía fantasmal del principal hacedor de la ruina nacional.

Pero la guinda en la torta fue la infortunada torpeza de afirmar en el mismo texto que “contamos con los recursos humanos y materiales requeridos” para reparar y poner en funcionamiento antes de la temporada alta (que comienza en el mes de noviembre) los principales destinos turísticos que sufrieron severas afectaciones al paso del huracán. En un país donde un elevado número de familias ha perdido sus hogares y sus pocos bienes, tan impúdica declaración, que transparenta la codicia de la cúpula por acaparar divisas, no solo resulta extemporánea y cínica en las circunstancias actuales, sino que constituye sobre todo una demostración irrefutable de la insensibilidad del Gobierno hacia el drama humano que viven decenas de miles de cubanos en la Isla.

Para muchos, la distancia que ha tomado el general-presidente de su atribulado pueblo se multiplica por contraste, comparada con el extremo populismo de su antecesor. Todo el mundo recuerda que Castro I –ya fuera por su proverbial sed de protagonismo, por su egocentrismo o por su colosal narcisismo– aprovechaba las oportunidades que le ofrecían los ciclones para descender de su elevado Olimpo verdeolivo a darse un baño de pueblo y aparecer como el páter protector y generoso, especialmente en aquellos lugares donde vivían los sectores más pobres y en los que se habían producido los peores daños.

Allí, en medio de escombros, basuras y espacios enfangados, el egregio autócrata apretaba algunas manos, palmeaba torpemente algunas cabezas infantiles, dictaba las pautas de una imaginaria recuperación, disponía la distribución gratuita de algunos trastos, lanzaba promesas imposibles que terminaban en el olvido y pronunciaba inspirados discursos. Se mostraba como si estuviese sinceramente preocupado por su dotación de esclavos. Porque Castro I sabía que no bastaba con ser el líder máximo: también –y quizás esto era lo más importante– había que parecerlo.

Y el truco siempre funcionaba porque a fin de cuentas los políticos bribones (perdonando la redundancia) saben que la gente simple solo necesita creer que en verdad, pese a las pérdidas, las calamidades y los destrozos, “no van a quedar desamparados” por sus líderes. Y ciertamente se lo creen, aunque solo sea por un tiempo.

Pero sucede que “tiempo” es lo que no tienen actualmente ni el general-presidente ni los millones de cubanos que siguen esperando mejorías que nunca llegan. De manera que, incluso admitiendo que su edad, los quebrantos de su salud o sus justificados temores a las impredecibles reacciones que puedan tener las multitudes impacientes le hayan impedido a Raúl Castro mezclarse con el pueblo, lo cierto es que como “presidente” en funciones no puede evadir su responsabilidad al frente de la nación.

Así pues, el huracán Irma podría ser para Castro II una de dos opciones: la oportunidad de corregir el rumbo y eliminar las restricciones y los frenos que impiden el desarrollo del sector privado nacional, reconociendo en éste su importante papel para mover la economía interna; o –en caso contrario– el clavo que selle el ataúd de la pretendida “actualización del modelo” con todos sus fallidos planes. El dilema insoluble del General es pretender mejorar la economía nacional sin liberar las fuerzas productivas; pero su tragedia personal es que solo puede salvar el país si traiciona el legado, dizque “socialista”, heredado de su hermano y mentor.

Ya las señales del desgaste del Gobierno y del descontento popular son claras, como se ha demostrado en los recientes brotes de protestas, en los saqueos a los comercios estatales, en el evidente temor del Gobierno que pretende escarmentar el descontento popular con medidas “ejemplarizantes” y reprimir los ánimos caldeados con un inédito despliegue de fuerzas de las Tropas Especiales que solo espolean un clima de tensión y de plaza sitiada, en especial en la capital del país. Y para agravar el panorama, ya no existe una política de “pies secos, pies mojados” que ofrezca una salida a las expectativas de prosperidad de los cubanos. Ahora solo van quedando la frustración y la impotencia.

Entretanto para el Gobierno, Irma ha sido un imprevisto fatal que, en una primera ojeada crea serios disturbios en diferentes planos de la vida nacional.

En el plano económico echa por tierra los planes oficiales de hacer crecer en un 2% el producto interno bruto al cierre de 2017 a partir de un anunciado crecimiento turístico que incrementaría las llegadas de vacacionistas foráneos hasta un número de 4 millones de visitantes o más.

En el plano político, altera también los planes de la farsa eleccionaria que recientemente había comenzado con el proceso de nominación de candidatos de base, que ahora deberá ser reprogramado aceleradamente, con todas las fallas e imprevistos que eso podría implicar.

En el plano social, la saga de Irma ha puesto en tensión el frágil equilibrio social entre el poder y los gobernados; que es igual a decir, entre los beneficiarios y los eternos sacrificados.

Por todo esto es de comprender que el General no ofrezca el rostro a la tempestad. No da respuestas porque no las tiene. Está viejo, cansado y temeroso. Quizás cuenta los meses, semanas y días que le restan antes de entregar la silla presidencial y con ella todos los problemas y tensiones que concita. Salvo que el huracán Irma haya impreso también un giro impensado en esos planes. Ya se sabe que en el realengo Cuba todo lo nefasto es posible.