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Julian Assange y la justicia ecuatoriana

Julian Assange en mayo de 2016 (Foto archivo)

LA HABANA, Cuba.- El señor Julian Assange ha vuelto a ser noticia tras cesar su asilo en la Embajada de Ecuador en Londres. Una vez más, hace pocos días pareció repetirse la cadena de malentendidos que saltaron a los primeros planos noticiosos siete años atrás, al iniciarse la estancia del polémico informador australiano en esa sede diplomática.

El pretexto esgrimido por las autoridades del país sudamericano para acoger al fundador de WikiLeaks en su casa londinense fue sencillo: tras haber publicado cientos de miles de documentos norteamericanos secretos, la vida de su divulgador —supuestamente— corría peligro. Ésa fue la razón esgrimida por el gobierno de Rafael Correa para otorgarle asilo político.

Desde el mismo inicio de esa aventura se puso de manifiesto el desconocimiento del Derecho Internacional Público por parte de los socialistas carnívoros ecuatorianos. Esa ignorancia fue por partida doble: se refirió tanto al hipotético peligro para la vida como a la misma esencia de la institución del asilo que se le concedió en su sede diplomática.

Con respecto al primer aspecto, baste decir que, en los casos de extradiciones, el Derecho Internacional no admite que la persona afectada sufra la pena de muerte. En lo tocante al segundo, sólo procede apuntar que el amparo en embajadas es una institución reconocida, pero sólo entre países latinoamericanos. Éstos, guiados por las realidades de su desarrollo histórico, son los que han suscrito los diversos tratados que la recogen. En ese contexto, la acogida del señor Assange en la Embajada Ecuatoriana constituyó, desde su mismo inicio, una infracción por partida doble.

O para decirlo de manera más clara, la intervención del gobierno de Rafael Correa en la situación del fundador de WikiLeaks obedeció a razones políticas: las mismas que inclinan a otros socialistas carnívoros de nuestro continente a sumarse a cualquier empeño que, de manera directa o indirecta, lleve agua al molino del anti-yanquismo a ultranza.

Una vez creada la situación absurda debido a la decisión del gobierno de Quito, sólo faltó el decursar del tiempo. Por supuesto que las autoridades británicas no podían aceptar una institución —el asilo otorgado por una embajada radicada en su territorio— recogida en tratados que el Reino Unido no ha firmado ni ratificado, pero lo hizo.

Sin embargo, tras la decisión del nuevo gobierno de Lenín Moreno de poner fin a la estancia del inquilino australiano en su sede diplomática londinense, se dio inicio a un nuevo capítulo del “affaire Assange”. Y creo que lo primero que merece destacarse es el tremendo profesionalismo de los agentes represivos ingleses.

Supongo que, en cualquier otro país, una persona sometida a una extracción forzosa de un lugar habría sufrido contorsiones de sus articulaciones u otras llaves dolorosas. Nada de eso sucedió. Las muy publicitadas imágenes muestran a un Don Julian que es trasladado, de manera lenta pero inexorable, hacia la furgoneta que habría de trasladarlo. Mas, a pesar del actuar de los agentes represivos británicos, se le ve incluso gesticular de manera vehemente con su mano izquierda.

Tras la extracción, de inmediato se levantó el coro de protesta del rojerío internacional.  Y esto, pese a que la razón inmediata del encarcelamiento decretado por los jueces ingleses fue la violación innegable realizada por el polémico informador: este, para eludir la acusación de violación formulada por varias damas suecas, infringió las medidas cautelares decretadas en su contra y eludió, con ayuda ecuatoriana, la acción de la justicia. Parece inevitable que, al quedar una vez más al alcance de las autoridades británicas, éstas hayan dispuesto su prisión provisional.

Por su parte, el movimiento activista informático “Anonymous”, que se caracteriza por las máscaras estereotipadas con las que sus simpatizantes cubren sus rostros al realizar manifestaciones, formuló una amenaza tremebunda, pero vacua: “Si no liberan a Assange, se producirá una revolución que podría llegar a afectar a los gobiernos del Reino Unido, Ecuador y Estados Unidos”, reflejó La Vanguardia Internacional.

Pero no está de más indagar en las razones esgrimidas por Moreno y sus subordinados para deshacerse de su indeseable huésped. El mandatario plantea que el polémico australiano intentó convertir su lugar de asilo en un “centro de espionaje”; también deploró que “violara constantemente las condiciones” de su asilo. Para colmo, Assange, mordiendo la mano que lo ayudaba, habría filtrado documentos incriminatorios contra el actual Presidente ecuatoriano y sus seres queridos.

La guinda del pastel serían las declaraciones formuladas este lunes al influyente diario The Guardian por Don Lenín, quien recalcó que su decisión no fue “arbitraria”, sino “basada en la legislación internacional”. Aunque cabe imaginar que el siguiente detalle, por sí solo, no justifique la medida adoptada, es cierto que el mandatario sudamericano empleó un delicioso eufemismo para calificar a Assange como un cerdo: “comportamiento higiénico inadecuado”, fue la frase que utilizó.

Para terminar, las autoridades ecuatorianas recibieron “garantías por escrito” relativas al respeto de los derechos fundamentales del comunicador, así como a que “no se le extraditaría a ningún país donde se fuera a enfrentar a la pena de muerte”. De ese modo, la serpiente se muerde la cola, y todo vuelve al inicio del affaire.

Sólo queda reconocer la índole constructiva del gobierno de Lenín Moreno. A diferencia de su irascible predecesor, el actual mandatario ecuatoriano, pese a mantener su ideología de izquierda, se ha mostrado más conciliador con quienes se le enfrentan dentro del país, y, en el plano internacional, se ha distanciado del impresentable régimen de Nicolás Maduro y otros antiguos aliados del mismo talante.

En ese contexto, sólo cabe reconocer la decisión adoptada con respecto a Julian Assange como otro elemento más en esa política de rectificación y mejoramiento de los vínculos internacionales que ha emprendido con firmeza el hábil minusválido que hoy rige los destinos del Ecuador.