Inicio Cuba La Aduana de Cuba y la susceptibilidad repentina de Amaury Pérez

La Aduana de Cuba y la susceptibilidad repentina de Amaury Pérez

Amaury Pérez. Foto Facebook

LA HABANA, Cuba.- Hace unos días, Amaury Pérez Vidal se quejó en Facebook de que, al regresar junto con su esposa de un viaje a los Estados Unidos, fue maltratado y humillado por los aduaneros del aeropuerto de La Habana. Inmediatamente, se lanzaron al ruedo en las redes sociales, en solidaridad con el cantautor de 64 años, el actor Luis Silva (el muy popular Pánfilo) y Violeta Rodríguez (la hija de Silvio, el fundador de la Nueva Trova). Ambos condenaron los abusos de los aduaneros, que dicen también haber sufrido en algún momento, y aseguraron que se debía a la envidia que sentían esos agentes por no poder viajar y traer artículos del exterior.

Es harto sabido que, de todo, absolutamente de todo lo bajo y ruin, hay en la viña del post-fidelismo en bancarrota, pero me parece simplista, casi infantil, y hasta propio de cierta altanería elitista, atribuir solo a la envidia los maltratos que sufren los viajeros con pasaporte cubano en el Aeropuerto José Martí por parte de los aduaneros, que te hacen sentir culpable y en necesidad de probar que eres inocente. Ahora parecen descubrir esos maltratos Amaury y sus socitos solidarios, cual si fuese el agua tibia, como si no los hubiesen tenido que soportar durante años, desde que les dieron permiso para viajar, sus compatriotas menos famosos.

Y no es que en Cuba no cunda la envidia como la mala yerba y las santanillas, que, si la envidia matara, la tasa de mortalidad entre nosotros estuviera por las nubes, pero es hasta cierto punto comprensible, con tanta miseria y falta de valores para sobrellevarla con decencia y dignidad.

Esa envidia fue fomentada por el régimen, para desunirnos, hacer que nos odiáramos, nos vigiláramos y nos chivatearemos los unos a los otros y poder controlarnos mejor. Primero hicieron que envidiáramos a los burgueses y luego, cuando nos redujeron a casi todos a la indigencia y la cochambre, a todo aquel que viviera un poquito mejor que nosotros. A los que no se puede envidiar ni cuestionar es a los de la elite, que esos están autorizados a disfrutar de sus lujos y privilegios y ¡ay! de quien los moleste.

Hoy, solo hay que ver como los mandamases, además de al bloqueo yanqui, culpan de todo, de los altos precios de la cebolla y la carne de puerco, de que se acabe temprano el pan en las panaderías, de que haya casi desaparecido la cerveza Bucanero, de la falta de cemento, de que no haya desodorante en las tiendas, a los dueños de los negocios privados, que oficialmente prefieren llamar por el feo nombre de cuentapropistas, para así conseguir que la población apoye que los limiten, los esquilmen y no les permitan acumular propiedades.

Algunos sulacranes roñosos van más allá y al calor de los debates sobre el proyecto de constitución, con los malos ojos puestos en quienes viven del trapicheo o de las remesas de sus parientes en el exterior, demandan que impongan el trabajo obligatorio, forzado, como en los tiempos de la Ley del Vago, para que tengan que sudar y doblar la cintura, como ellos, por un salario miserable que no alcanza ni para malcomer una semana.

Esa envidia es la que hay en nuestra deformada sociedad, es innegable,  pero lo que más pesa en los maltratos que sufrimos a diario, en la falta de amabilidad, es que  aquí, luego de tanto pisoteo y menosprecio, de sentirse menos que un tornillo de la maquinaria que sirve al Estado-Gobierno-Partido, a cualquier pelafustán  investido con un poquito, solo un poquito de autoridad, se le sube el cargo a la cabeza, se pone prepotente  y se  siente autorizado a tratar al resto de sus congéneres como si fuesen prisioneros o chivos de su rebaño.  Gritan órdenes, manotean, ponen malas caras y dan peores contestas, si es que se dignan a responder nuestras preguntas. Y si no te conviene, allá tú…

Puede ser un inspector, un guagüero, un custodio, una tendera, el administrador de una empresa, la dependienta de una cafetería estatal o algún funcionario de la Dirección de Vivienda. Y para qué decir si se trata de un policía…

Entonces, ¿qué se puede esperar de los aduaneros del Aeropuerto José Martí? Ellos, que tienen potestad para decidir en qué cola te tienes que parar, qué puedes pasar y qué no, qué bulto registran, qué decomisan, cuánto te cobran por esto o lo otro.  Y si eres disidente y por ser particularmente molesto al gobierno estás “regulado” (con prohibición de viajar al exterior), te virarán a cajas destempladas, o si vives en el exterior y estás implicado en “actividades contrarrevolucionarias”, te impedirán entrar en el país en que naciste y te montarán en el primer avión que despegue, raras veces dignándose a explicarte que obedecen órdenes de la omnipotente Seguridad del Estado, cuyos oficiales, a su vez, tratarán como vasallos a los aduaneros.

Si Amaury Pérez y Luis Silva se sienten maltratados y humillados, ¿qué quedará para el resto de sus compatiotas?

Luis Silva, un actor simpático que se ha hecho muy popular y entrañable con su personaje Pánfilo, no debe sufrir muchos vejámenes. En cuanto a Amaury Pérez, tuvo su mala racha allá por 1980, cuando Silvio Rodríguez, Vicente Feliú y otros tracatranes lo expulsaron del Movimiento de la Nueva Trova, pero fue por “problemas ideológicos”, por su amistad con algunos que se fueron por el Mariel, pura chivatería, y no por envidia. ¿Qué iba a envidiarle Silvio a Amaury, por muy bonitas letras de canciones que escribiera? ¿La melena? ¿La voz?

Pero todo ese chisme es agua pasada. Después, Amaury Pérez no perdió ocasión de proclamar su amor por “Fidel y la revolución”, y se reconcilió con Silvio. Entonces, que no sea tan susceptible con los aduaneros, que no son más que unos pobres diablos, otros más de la nutrida fauna luciferina nacional; que los perdone como buen católico, y que se conforme con el cariño de los admiradores que todavía tiene, y de sus amigos, que son bastantes, a juzgar por su programa Con dos que se quieran.

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