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La batalla de Adrián cobra vigencia

Adrián leiva. Foto Baracutey Cubano

MIAMI, Estados Unidos.- El 22 de marzo tiene profunda conexión sentimental en mi vida. Felicidad, tristeza y dolor son sentimientos encontrados que han coincidido en esta fecha en diferentes momentos. Ella marca el inicio de una relación de amor que ya suma 35 años. Marca también el momento en que mi suegra, fallecida, superaba la operación de un cáncer justo en las mismas horas finales que separaban a mi amigo Adrián Leiva Pérez de su regreso definitivo a Cuba. Ocurrió en el 2010. Nunca he podido olvidar aquella llamada postrera de despedida, en medio de la agitación que suponía la inmediatez del viaje esperado, avisado de manera imprevista.

Fue la última vez que escuché la voz de Adrián, apenas una hora antes de la medianoche. Semanas después se conocía la noticia de su muerte, un suceso que aún permanece envuelto por un halo de misterio y la falta de esclarecimientos en ambas orillas. De alguna manera había cumplido con aquellas palabras que como designio fatal repitió en diversas ocasiones, tanto por escrito como en grabaciones que dejó antes de una partida que sentía irrevocable. Así lo expresaba en las innumerables cartas que enviara a presidentes y personalidades, incluyendo los gobiernos de Cuba y Estados Unidos. En la que titulara No confisquen la Patria, dirigida a Ricardo Alarcón de Quesada y a los diputados que integraban entonces la Asamblea Nacional del Poder Popular, expresaba su determinación de la siguiente manera:

Cada ciudadano tiene la elección de aceptar la imposición de una emigración forzada o defender cívicamente su derecho de estar en su Patria y contribuir cada día con sus opiniones al mejoramiento de toda la sociedad. Defender ese derecho incluso al precio de la vida misma es erigirse en un mambí del siglo veintiuno y no debe ser considerado de otra manera que el pleno ejercicio a la defensa del derecho natural que asiste a todos los ciudadanos cubanos.

Con todo respeto comparto con ustedes que, si algún día ese derecho que me asiste, fuera negado por gobierno alguno, sin la menor vacilación seguiría el ejemplo del maestro José Martí y cualquier pedazo de costa cubana será mi Playitas de Cajobabo aunque sin armas, pero con el alma llena de todo el amor y orgullo de sentirme cubano, aunque sea para que mi cuerpo descanse en cualquier lugar de esta tierra nuestra llamada Cuba. La muerte con honra vale mil veces más que una vida en la deshonra. Creo que ustedes harían lo mismo, de ahí que puedan entender mi opinión que comparto con el mayor respeto a todos los cubanos sin excepción.”

Adrián era un torbellino de ideas. Alguien alguna vez describió aquella capacidad como “incontinencia verbal crónica”. Cartas y temáticas tenían en su conjunto un objeto fijo: Cuba y los cubanos, el mejoramiento de las condiciones en la Isla y la vida de su gente, en correspondencia estrecha entre derechos, dignidad y soberanía. No escatimó esfuerzos para buscar el Nobel para las Damas de Blanco lideradas por Laura Pollán o defender las razones del Proyecto Varela como propósito constructivo nacionalista y ciudadano, convertido en uno de los principales promotores de esta propuesta, al punto de hacer de su casa centro referencia de este, y formar parte de la comitiva que hizo la segunda entrega de 10 000 firmas en la Asamblea Nacional. Si había algo que no conocía Adrián era la autocensura.  Definirse como socialista democrático le ganó pocos afectos. Igual sus criterios sobre un gobierno pragmático de Raúl Castro, su postura contraria a la política migratoria conocida como “pies secos / pies mojados” o el diferendo histórico entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba que veía con posibilidades de cambiar tras la llegada de Obama a la Casa Blanca. Precisamente dedicó parte de su ofensiva epistolar en procurar lo que parecía una quimera y cuya materialización no alcanzó a ver en vida material: el restablecimiento de relaciones entre La Habana y Washington.

No podía dejar de recordar a Adrián en estos días. No sabía cómo hacerlo, pero los sucesos han determinado que en este aniversario el mejor recuerdo del amigo ausente sea hacerlo parte en la continuidad de los afanes en los que puso empeño. En febrero estuvo presente en una carta que envié al presidente Joe Biden sobre la problemática cubana y las medidas tomadas por la administración Trump revocando los pasos positivos emprendidos por su antecesor en esa materia. No dudé en incluir en el párrafo final del escrito uno redactado por Adrián en la carta que él escribiera a Obama pidiendo el restablecimiento de relaciones con Cuba. Me pareció un digno homenaje a mi amigo y en cierta medida tenerlo presente en estos momentos.

Por estos días se ofrece otra oportunidad en la coincidencia de un hecho en el que hasta se reiteran apellidos. El pasado 18 de marzo la periodista cubana Karla Pérez González sufrió el mismo impedimento que pesó sobre Adrián Leiva Pérez y que en definitiva fue el detonador que lo llevó a su decisión suicida de regresar por cualquier vía y al precio que fuera. “Cumplía todos los requisitos legales que pedía mi país y cuando camino a embarcar el vuelo hacia La Habana me requieren y un funcionario de la aerolínea Copa me comunica que no puedo viajar, no por temas de la aerolínea o requisitos legales, sino que Migración de Cuba ordena que tengo prohibida la entrada a mi país”. Así describía la joven lo sucedido. Un remake de lo que pasara con Adrián en el aeropuerto de Miami al ser bajado del avión en el que se disponía a regresar de manera definitiva porque desde La Habana enviaron una notificación que le declaraba “ciudadano no grato”.

Karla Pérez, de 22 años, fue expulsada en 2017 de la Universidad Central Martha Abreu de Las Villas por pertenecer a un grupo opositor y continuó cursando sus estudios de periodismo en Costa Rica gracias a una beca. Evidentemente hay cosas que han cambiado en Cuba. Que una estudiante de periodismo expulsada de la Universidad por su pertenencia a una organización considerada disidente (Somos+) haya podido salir a estudiar la misma carrera en el extranjero es un hecho que marca diferencias con el pasado. No es todo, pero es algo. En épocas pretéritas si no contabas con los avales de las organizaciones de masa, sindicales y políticas, ni siquiera podías hacerlo en los países de la órbita socialista. Mucho menos salir por cuenta propia. Otro detalle interesante en esta ocasión es que la Cancillería cubana aceptara la mediación de cinco reporteros independientes que fueron recibidos en la sede del MINREX para abogar por el regreso de la colega. Queda el paso más importante, y este sería la revocación de la medida drástica e injusta. No hay justificación que lo impida. Ni siquiera la absurda alegación de una virtual “peligrosidad subversiva” señalada en rueda de prensa por la directora de comunicación del Ministerio de Exteriores de Cuba, Yaira Jiménez.

Me pregunto si realmente una persona determinada al acto de subvertir podrá hacerlo por el simple hecho de informar, opinar o discrepar, logrando con ello y por sí sola destruir todo un sistema, por mucho apoyo que pueda recibir de enemigos externos. Sobre este punto retomo una idea de Adrián expresada desde su querido Palatino natal durante la breve estancia del 2008: “Es hora de que se entienda que los únicos que pueden destruir la revolución son los que la hicieron. No será con provocaciones y oídos sordos que se logre aportar a Cuba con esfuerzo concordante y discrepante, pero dentro de nuestra soberanía, la búsqueda a las adecuaciones que debemos hacer en nuestra sociedad.”

A once años de su desaparición física las batallas que libró Adrián siguen necesitando esfuerzos. De estar presente, él los estaría haciendo en pro del regreso de Karla a su tierra o en la procura del restablecimiento de las medidas que llevaron esperanza y nuevos aires a millones de compatriota en la otra orilla, nada comparable a las que impuso la administración de Trump, empeñada en castigos que si algo han logrado es el atrincheramiento y sobre todo hacerle peor la vida a los ciudadanos comunes que padecen sus efectos en Cuba. Hacer esfuerzos para lograr un giro positivo en temas como estos no solo es la mejor manera de recordar a Adrián Leiva hoy. Es hacerle estar de nuevo entre los que contamos con su aprecio y amistad invaluable.

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Miguel Saludes

Miembro fundador del Movimiento Cristiano Liberación y coorganizador del Proyecto Varela. En Cuba se gradúa en cursos a distancia de la universidad de comillas en teología, doctrina social de la iglesia, derechos humanos y medios de comunicación sociales de la iglesia en 1999. Simultáneamente publica artículos en revistas católicas palabra nueva, espacios y vitral. en el 2003 comienza su labor como periodista independiente en colaboración con la revista digital Cubanet. Exiliado en Estados Unidos desde 2005, continúa escribiendo artículos de opinión para CubaNet. Mantiene vínculos con prensa independiente cubana a través de la APLP (Asociación Pro Libertad de Prensa) de la que ha sido nombrado representante exterior. Miembro de la Junta Directiva de CubaNet