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La Cultura Cubana en medio de la coyuntura

LA HABANA, Cuba.- Una de las frases más abusadas por el oficialismo es aquella que rotundamente afirma que “la cultura es lo primero que hay que salvar”. Salvarla —no faltaba más— de la penetración imperialista, la globalización y el mercado que todo lo corrompe; pero nunca de nosotros mismos, o de quienes se han arrogado el derecho de decidir por dónde debe ir el consumo cultural de los cubanos, convirtiendo de paso en piltrafa ideológica conceptos como “identidad”, “cubanía” e “idiosincrasia”.

Hablar del tema siempre resulta complejo, porque fuera del criterio de los intelectuales y demás entendidos en la materia, la cultura se asume casi exclusivamente como un cúmulo de tradiciones más o menos conocidas, y de características que definen a la totalidad de un conjunto social. Para los cubanos, la cultura está estrechamente vinculada a la música, la comida y ciertos valores muy puntuales que desde los medios de comunicación han sido legitimados como esenciales y no negociables.

Si de salvar se trata, un grupo de ciudadanos compartió con CubaNet sus impresiones en medio de la denominada “coyuntura”, cuyos efectos en casi todos los aspectos de la vida cotidiana de los cubanos han sido visibilizados, excepto en el plano cultural, atascado en una “situación coyuntural” desde hace décadas.

Para los entrevistados, la crisis tiene que ver con el abandono progresivo de prácticas culturales que nos definen; pero también con la escasa visibilidad de segmentos alternativos dentro del panorama cubano y la aplicación de regulaciones que hasta el momento parecen menos abocadas a rescatar el acervo nacional que a desaparecer cualquier proyecto artístico o intelectual considerado “ideológicamente conflictivo” por los dictadores de la política cultural.

El problema continúa cebándose en la exclusión y la censura; pero también en la crisis del sistema educacional que hoy representa más una obligación que un espacio para formar a las nuevas generaciones de acuerdo a una visión integral y honesta de la cultura cubana, desprendida de concepciones rígidas, algunas descaradamente prefabricadas.

Cuando se piensa en los peligros que amenazan a la cultura criolla muchos apuntan al reguetón, cuyo impacto en nuestra escena musical ha sido similar al del pez claria en el ecosistema insular: devastador. No obstante, echarle la culpa al hijo majadero del rap y una amalgama de ritmos caribeños, es simplificar demasiado el asunto. El acceso a Internet ha llegado a las generaciones más jóvenes de cubanos con su bombardeo de opciones, que les resultan más interesantes que cualquier novedad de factura nacional. A pesar de los muros levantados durante décadas, la penetración se produjo en contubernio con una realidad social y material harto compleja, frente a la cual todo lo importado, desde música y moda hasta formas de pensamiento, parece mejor, solo por ser diferente.

Ninguna amenaza es mayor para la cultura cubana que el malsano capricho de dar vueltas en círculo, refritando discursos de antaño que son letra muerta para generaciones alérgicas a la militancia. La noción unilateral que el régimen defiende está asociada a un modelo en crisis del que la población se ha ido desentendiendo en la medida en que se han profundizado las penurias económicas, las fisuras educativas y el compromiso cívico.

Es obvio que el fin de una era está cerca; pero no se vislumbran los cambios que permitirían preservar ese sentir de nación derivado, entre otros muchos factores, del (auto) conocimiento, la memoria, las tradiciones y la capacidad de apreciar cuánta grandeza nos ha sido legada, a pesar de sus contradicciones y oscuridades.

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