Inicio Cuba La distracción del fin de semana: ron, reguetón y violencia

La distracción del fin de semana: ron, reguetón y violencia

Desde hace algunos años, las fiestas de los sábados por la noche se han convertido en el tormento de los vecinos. Foto Internet

LA HABANA, Cuba.- “El fin de semana es para descansar y compartir con la familia y algún amigo, en eso estamos de acuerdo”, me dice un vecino que se queja del barullo de los fines de semana, “pero, por este camino, yo no sé a dónde vamos a parar”.

Realmente la situación que se presenta sobre todo los fines de semana es bastante preocupante, porque ron, reguetón y violencia se han convertido en parte de nuestra cultura. El sábado, al comenzar el día, algunos vecinos compiten para demostrar quién tiene la mejor música (o sea: la más vulgar), o el equipo que más alto se oye, mientras se gritan a voz en cuello, haciendo partícipes de sus intimidades a los vecinos, porque la música no los deja escucharse entre sí.

Todo esto ante la indolencia de algunos que, para justificar estos desmanes –y no buscarse problemas– afirman: “Es que los cubanos somos así, bulleros y alegres”. Esta expresión y otras similares las he escuchado de quienes pretenden ignorar estas conductas antisociales que se han arraigado en nuestra sociedad y que no son más que el resultado de la política gubernamental impuesta mediante –entre otras cosas– la escasez y la intolerancia que ha enfrentado a unos cubanos contra otros.

Y como si perturbar la paz de los vecinos no fuera suficiente, tampoco se les puede llamar la atención. Si alguien se atreve a pedirles que bajen la música, la emprenden contra éste y se convierte en el chivo expiatorio o, en el mejor de los casos, en el “atravesado” del vecindario.

Desde hace algunos años, las fiestas de los sábados por la noche se han convertido en el tormento de los vecinos, que acuden a la PNR para frenar la locura provocada por la música alta (con bocinas para la calle), el reguetón, los gritos ensordecedores, los coros discordantes ignorando las buenas costumbres, todo ello bajo la influencia del alcohol.

“Tengo unos vecinos nuevos que son unos escandalosos peligrosos”, dice un joven que vive en Santos Suárez. Cuenta que se pasan el día con la música a todo volumen. Hace unos sábados hicieron tal escándalo que les llamaron a la Policía, y aunque pararon el guateque un rato, cuando lo reanudaron fue peor. Entonces la emprendieron a improperios con un vecino que días antes les había pedido que bajaran un poquito el equipo, y al día siguiente le tiraron basura en la entrada de la casa. El joven concluye: “Tampoco han dejado de festejar casi todos los fines de semana; si viene la Policía, hacen como todo el mundo: paran un rato y cuando se va la patrulla vuelven a lo mismo”.

“Eso no es nada, mis nuevos vecinos botaron la pelota celebrando los catorce años del hijo”, interviene Jorge, un anciano de más de 80 años que escucha la conversación. Dice que trajeron un animador con micrófono y todo, las parejitas por toda la calle, las paredes de su casa retumbaban por la música y los brincos de los bailadores. Él se encerró en el cuarto, puso el aire acondicionado y se tapó los oídos. Solo así pudo dormir algo.

Lo inaudito es que en Cuba sí hay leyes para frenar tal barbarie, aunque pocas veces se hacen cumplir. Si bien lo realmente necesario sería replantear la ley. El Artículo 1 del Decreto 141/88, acertadamente plantea: “Contraviene el orden público quien perturbe la tranquilidad de los vecinos, especialmente en horas de la noche, mediante el uso abusivo de aparatos electrónicos o con otros ruidos molestos e innecesarios”, pero seguidamente añade: “celebre fiestas en su domicilio después de la una de la madrugada turbando la tranquilidad de los vecinos sin permiso de las autoridades competentes”.

Obviamente, para “turbar la tranquilidad de los vecinos” no puede dar permiso ninguna autoridad, nunca. En todo caso, seríamos los propios vecinos los únicos con potestad para ello, en calidad de afectados. Por otra parte, nuestro derecho a la tranquilidad vale las 24 horas, los siete días de la semana; no es algo que se pueda pausar hasta la una de la madrugada. Sería lo mismo que autorizar el robo de billeteras, pero solo en horario laboral.