Inicio Cuba La Feria del libro: una vanidad comunista

La Feria del libro: una vanidad comunista

Feria del Libro (Foto Prensa Latina)

LA HABANA, Cuba. – Cerraron las puertas de la Cabaña y, con el portazo, quedó atrás la 28 edición de la Feria del Libro de La Habana; edición que, supongo, ha sido de las más estorbadas de todas cuantas hasta hoy se han celebrado. Imagino todo lo que tuvieron que hacer esos funcionarios de la cultura para conseguir la realización de un evento celebrado en el mismo mes del muy anunciado referendo constitucional.

Una semana después del fin de la Feria, los cubanos serán convocados a ratificar el monstruo de Constitución, en cuya preparación el régimen ha debido gastarse kilómetros y kilómetros de papel y ríos de tinta con los que, sin dudas, se podrían imprimir un sinfín de títulos e, incluso, la prensa nacional de un año entero. Todo para adoctrinar a los cubanos, para reclamarles el voto que legitime la eternización del comunismo en Cuba.

Pobre el lector cubano que espera cada año por ese evento que solo muestra algunos libros y que silencia a grandes escritores del patio y de la literatura que se hace hoy en el mundo. La Feria de la censura, en su capítulo habanero, cerró sus puertas y comenzará la secuela de esa fanfarria en las provincias, con idénticos procedimientos y con las mismas limitaciones.

Esta fue como todas esas ediciones que salieron de la cabeza de Fidel Castro, que, aunque no lo consiguiera, soñó con convertir la Feria Internacional del Libro en el evento literario más importante del mundo, superior incluso a la de Frankfurt, Buenos Aires o Guadalajara. Sin embargo, a diferencia del resto, la Feria de La Habana se enfrentaba a las verdaderas esencias de esos eventos tan plurales, donde puede que hasta se comercie alguno de esos engendros suyos que recopilan sus discursos y entrevistas, en señal de verdadera democracia.

Esta Feria sintió el peso del referendo. Muchos fueron los libros que llegaron calientes a las manos de sus lectores porque todas las imprentas del país estaban en función de los cientos de miles de ejemplares de la Constitución y de toda la parafernalia que la acompaña. Así se vieron afectados los libros que debían estar en cada stand el día del inicio, pero, de todas formas, el discurso oficial volverá a decir que fue un éxito y Alpidio Alonso, ese ministro tan alejado de la cultura y de las artes, habrá pasado una prueba de fuego, teñida solo por la aparición de aquel título machista que tanto molestara.

La Feria tenía que salir, y no podría ser empañada por nada, ni siquiera por el arrasador tornado que asoló La Habana. Todo tenía que seguir su curso y con el mismo espíritu de contingencia de siempre; la marcha por el natalicio de Martí, la Feria, todo lo que hiciera visible a la Cuba que ellos suponen extraordinariamente grande, y culta, y revolucionaria. Ya cerró esa feria repleta de homenajes a escritores oficialistas, esos que le hacen el juego al desgobierno.

Ya cerró el capítulo habanero de la feria y la ciudad seguirá en su más triste miseria y habitada por cientos de miles de personas a quienes no les interesa abrir un libro, a menos que se agote el papel sanitario. Cerró la feria y, con ella, terminaron los homenajes a los escritores dóciles, a esa claque tan acostumbrada a vitorear. Cerraron las puertas de la Feria en La Habana, pero vendrán las otras, que reproducirán los mismos males de esta, las mismas prepotencias y los mismos olvidos.

Pero esta Feria también fue, a pesar de los cuidadores del G2, una plaza de confrontación política. Una escritora que ocupaba un espacio en alguna presentación se despojó de su camisa y dejó ver lo que advertía su pulóver. Esa muchacha anunció que iba a decir “No” a la Constitución. Luego, llegó la represión y el odio de siempre: a la muchacha la vejaron, la insultaron; apareció la violencia y se desató la furia, le halaron los pelos y le pegaron, como para ir poniendo fin al evento y dejar claro, de paso, lo que puede suceder el próximo domingo, cuando no pocos le dirán “No” a la farsa castrista.