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La fidelidad perruna de Eduardo Heras León

Eduardo Heras León literatura cuba
Eduardo Heras León (tvsantiago.icrt.cu)

LA HABANA, Cuba. – La Feria del Libro de la Habana este año ha estado dedicada a Eduardo Heras León, ganador hace unos años del Premio Nacional de Literatura. Fue homenajeado el pasado 8 de febrero en la sala Nicolás Guillén de La Cabaña, en un acto en el que hicieron uso de la palabra sus viejos amigos Silvio Rodríguez y Víctor Casaus, algunas alumnas suyas del Centro Onelio Jorge Cardoso y el escritor Francisco López Sacha. En otro acto, en la Casa de las Américas, al que asistió Abel Prieto, ex ministro de Cultura y actual director del Programa Martiano y de la Sociedad Cultural José Martí, fue presentada una nueva edición de “Pasos en la hierba”, con el diseño original de portada de Umberto Peña y prólogo de Roberto Fernández Retamar.

En 1970, “Pasos en la hierba”, que había ganado mención en el Concurso Casa de las Américas, debido a la forma en que enfocaba la guerra en el Escambray, provocó tal irritación en las altas esferas del régimen, particularmente en Raúl Castro, por entonces ministro de las FAR, que Heras León fue vetado, insultado, sometido al ostracismo y enviado a purgar sus culpas trabajando en la Antillana de Acero.

Ahora, varios años después de la rehabilitación de Heras, Fernández Retamar lo exculpa en el prólogo y lamenta “las incomprensiones del pasado”, y el Comisario en Jefe Abel Prieto, que funge como árbitro supremo de la cultura cubana, dice que “Pasos en la hierba” es un libro que “vale la pena leer”.

Heras León, que siempre se ha proclamado “fiel a la revolución” y orgulloso de haberse dedicado a ella en cuerpo y alma, debe estar extasiado. Y uno, que lo admira como narrador y formador de narradores en el Centro Onelio Jorge Cardoso , no sabe si sentir asco o lástima por su fidelidad perruna al castrismo.

Cuesta trabajo ponerse en el lugar de Heras para entender su fidelidad. Pero más difícil es entender los motivos que tuvieron los mandamases para ensañarse con él. ¿Cómo pudieron dudar de la adhesión de Heras, que aun sin cumplir los 20 años se unió a las milicias, peleó en Girón como segundo jefe de una batería de morteros de 120 milímetros, y luego en el Escambray? ¿Solo porque en su libro, que según él, era “marcada y tendenciosamente revolucionario”, rehuyó regodearse en el panfleto y las consignas?

Pero Eduardo Heras León, tan paciente como Job, ha entendido a los mandamases que lo vapulearon. Entrevistado por Alberto Garrandés para su libro de ensayo sobre la literatura cubana de los 60 “El concierto de las fábulas” (Editorial Letras Cubana, 2008) Heras se mostró comprensivo respecto a los motivos que tuvieron para censurarlo a él y a los otros cultores de la narrativa de la violencia: “Recuerdo que en aquellos años discutíamos mucho acerca del llamado panfleto y tratábamos de huir de él a cualquier precio. Creo que en aquellos años, turbulentos en el sentido de que se estaban produciendo grandes polémicas estéticas, una literatura como la nuestra, la que escribimos Jesús Díaz, Norberto Fuentes y yo, necesariamente tenía que chocar con los estereotipos de la época y la polarización de fuerzas y puntos de vista socioculturales. Era una literatura crítica, escrita desde dentro de la propia Revolución, no tenía que explicitar su apoyo, porque ello hubiera marcado una distancia, centrada más en el hombre que en el contexto, visto desde sus contradicciones, sin ocultar ninguna”.

Pero a los comisarios y sus jefes, todos los golpes de pecho y los teques les parecían poco. No podía haber matices. Los “contrarrevolucionarios” tenían que ser mostrados como absolutamente malvados, y los “revolucionarios” como dechados de virtudes. ¿Cómo iban a tolerar que en los relatos de Heras León los “combatientes revolucionarios” mostraran dudas, debilidades, flaquezas, miedo?

Los comisarios le tomaron ojeriza a Heras desde su primer libro, “La guerra tuvo seis nombres”, que ganó el Premio David de la UNEAC en 1968, aquel infausto año en que se les disparó la paranoia.

En los cuentos de “La guerra tuvo seis nombres”, Heras recogía sus experiencias y las de algunos de sus compañeros de armas en Playa Girón. Recordemos los seis protagonistas de aquellos cuentos: el inseguro y obsesivo Pardo; Mateo, el adolescente artillero; Modesto, que se suicida porque no puede resignarse a que varios compañeros suyos murieran por culpa de su error al dar unas coordenadas de tiro de morteros; Piedra, indeciso a la hora de dar órdenes a sus soldados; Rogelio, que cuando está a punto de ingresar en el Partido Comunista, es acusado por uno de sus antiguos compañeros, en silla de ruedas, de fingirse herido en la batalla; y el desconcertado Eduardo, que es homenajeado a pesar de no haber combatido.

Con la imagen que dio en “Pasos en la hierba” de los milicianos que peleaban contra los alzados en el Escambray, Heras desató la ira de los mandamases. Unos años más tarde, trabajando en la fundición, como muestra de arrepentimiento, venciendo su reluctancia por el panfleto, haciendo de tripas corazón, Heras incursionó en el realismo socialista y escribió Acero. Así inició su camino a la rehabilitación.

De los 14 escritores entrevistados por Garrandés para “El concierto de las fábulas”, solo Miguel Barnet, Graziella Pogolotti y Eduardo Heras León se mostraron en paz, sin rencores, obedientes. Dijo Heras: “Si volviera a vivir esos años, haría lo mismo, a pesar de sufrimientos, incomprensiones e injusticias. Creo que hice lo que tenía que hacer. Y me siento orgulloso de ello”.

Y uno no puede evitar sentir pena por Heras, por tanta sumisión y masoquismo.

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