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La hipocresía del ritual continuista

LA HABANA, Cuba. ─ En 1956 Mao Zedong lanzó la denominada Campaña de Las Cien Flores, un  llamado a la crítica, en especial a los intelectuales. Aquel insólito llamado del dictador chino resultó, unos meses después, en una mayor represión. Más de medio millón de personas acusadas de “derechistas” y “revisionistas” por los planteamientos que se atrevieron a hacer fueron encarceladas o enviadas a campos de trabajo forzado.

El Gran Timonel, en un rapto poético, confesaría que su objetivo al alentar las críticas al sistema comunista era “separar las flores de las hierbas venenosas, hacer que las alimañas salieran de sus cuevas y estiraran la lengua, para poder arrancárselas mejor”.

Nada similar derivará de los llamados al debate de Díaz-Canel en sus reuniones con representantes de lo que considera como “sociedad civil”. No es necesario. En esas reuniones, solo para revolucionarios, no hay planteamientos incómodos ni excesivos. Nadie se pronunciará en contra de las tiendas en MLC ni cuestionará que el Estado tenga dinero para comprar carros patrulleros y no para adquirir  ambulancias y medicinas.  Y todos los participantes  mostrarán optimismo, lealtad y confianza en los dirigentes.

Es pasmoso el nivel de hipocresía de esos devotos cacasenos, lo mismo de la FEU, la Asociación Hermanos Saíz o el Consejo de Iglesias, que intentan mostrarse convencidos de que ─ahora sí─ sus criterios, de esto y de lo otro, serán tenidos en cuenta por los mandamases.

Parece que al menos para estimular la zorrería, el oportunismo y la simulación,  ha servido la demagogia populista, el ilusionismo asistencialista y milagrero de Díaz-Canel y otros dirigentes del gobierno y el Partido Comunista en sus recorridos por los barrios más depauperados de La Habana luego del susto que pasaron el 11 de julio.

A nadie convencen, pero repiten el viejo sonsonete como si fuese nuevo. Y sus fieles, que se confunden con los escoltas y los segurosos, se emocionan, desafinan y ponen caras de arrobamiento, ante las notas que toma Díaz-Canel en su agenda, como si asistieran a la venida de Jehová.

Los periodistas, luego de ponerse majaderos algunos, asimilan a pie firme el regaño presidencial que se buscaron con su impertinencia. Humildemente suplican les den la oportunidad de ser parte de los mecanismos de control político y social para hacer el cuento como mejor convenga  a los intereses del poder y que resulte medianamente creíble, luego de recuperar el monopolio de la información, Decreto Ley 35 mediante.

Mientras todo se viene abajo, los mandamases se muestran impertérritamente triunfalistas.  Pretenden  pintarnos una Cuba feliz que se apresta a empezar a funcionar con leyes justas y modernas e instituciones adecuadas y un gobierno mejor y más equilibrado, que toma en cuenta las opiniones de los gobernados y que para nada, querido pueblo,  pretende mortificarlos más de lo necesario. Lo asqueante del ritual continuista es la turba de musulungos que todavía aplauden y simulan tragarse el cuento.

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