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La inapetencia del cine de la Revolución

MIAMI, Estados Unidos. – Sería una violación de lesa humanidad con los desvalidos cubanos que el llamado “Paquete” incluyera entre sus ofertas semanales de audiovisuales, la película francesa The Taste of Things, del director Trần Anh Hùng, donde dos amantes del año 1889 se dedican al deleite de la gran cocina francesa.

En el pasado Festival de Cine de Cannes mereció el premio a la Mejor Dirección y fue el filme que representó a Francia en la edición más reciente de los Premios Óscar.

Se trata de una espléndida historia de amor aderezada con gastronomía exuberante en su contenido y presentación. 

Aparte de la consuetudinaria represión a sus antagonistas, la gravedad del castrismo sigue anidando en la escasez de comida que ha causado la obliteración de las artes culinarias nacionales.

En esta película francesa, la historia de amor, protagonizada por Juliette Binoche, quien pudiera ofrecer cursos de “superación actoral” a no pocas intérpretes de Hollywood que se precian de ser estrellas de cine, transcurre en una cocina pantagruélica, fastuosa en su variedad, colores, aromas y el sentido de la vida que dispensa la buena mesa.

La experiencia visual de The Taste of Things es apabullante y abusiva para una población abandonada a su suerte que suele encontrar alivio a tantas penurias alimentarias en las más patéticas alternativas. 

La filmografía mundial suele contener momentos en cafeterías, restaurantes o cenas caseras donde los personajes dirimen sus sinsabores existenciales, sueños o progresos. Algunas películas se hicieron famosas por dichas escenas.

Nosotros en Cuba las disfrutábamos con ansias y melancolía. Seguíamos el argumento, pero nos llamaba mucho la atención lo que comían o tomaban los personajes, en un café de la esquina o al abrir el refrigerador de sus respectivos hogares.

El castrismo fue disipando los placeres culinarios de toda laya. El cine cubano después de 1959 se hizo cómplice de dicha circunstancia y casi no incluye secuencias donde impere la comida. 

Tomás Gutiérrez Alea se refiere al “almuerzo lezamiano” en Fresa y chocolate, sin apuntar que Lezama Lima luego pasaba hambre, según hizo saber alguna vez Julio Cortázar, quien solía llevarle croquetas y otros refrigerios para mitigar sus necesidades nutritivas.

El propio Titón vuelve a la carga con sus divertimentos culinarios en la insufrible Los sobrevivientes, donde cierta aristocracia buñueliana enclaustrada en sus predios aguarda la caída de la dictadura y, al quedar desabastecida, debe comer gato por liebre y se hace una sopa con las cenizas del pariente “gusano” fallecido en el exilio.

Cuando lo cierto es que esos privilegiados pusieron pie en polvorosa y los proletarios aprendieron a cocinar gatos y ahora la emprenden contra los perros.

En La última cena, otro largometraje estereotipado y abundante en lugares comunes de Gutiérrez Alea, acontece un banquete entre el amo del central azucarero y sus esclavos. 

El llamado Conde compara a los discípulos de Jesucristo con esclavos. Sobre la mesa se observa un puerco entero asado, ataviado con viandas, visión irreproducible, propia de la ficción, en la devastación cubana de 1976, cuando se hizo la película.

En El ingenio, Manuel Moreno Fraginals revela la dieta de los esclavos que sobrepasa en variedad y proteínas la alimentación de los cubanos durante 65 años de totalitarismo.

Si mal no recuerdo, porque lamentablemente no han sido rescatados, en uno de los documentales que Hector Veitía dedicara a la figura del escritor Alejo Carpentier, este se lamenta de cambios que acontecían en La Habana de los años 50 con la introducción de la modernidad americana. 

Para el autor de El siglo de las luces, las tradicionales bodegas de barrio, de grandes mostradores donde se dispensaban bebidas y alimentos, empezaron a sufrir los embates de la competencia del concepto “supermercado”, procedente del vecino norteño.

Carpentier supo desde París que tanto las bodegas como los supermercados fueron arruinados por la inoperancia y soberbia castristas y que La Habana de las columnas terminó siendo un muladar, donde sus compatriotas vagan sin rumbo como en una secuencia de Juan de los muertos.

Debe haberle llamado la atención también que el cine de la Revolución nunca abundó en secuencias relativas a los deleites gastronómicos porque la llamada libreta de abastecimiento nunca resultó muy inspiradora que digamos.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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