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La irritante falacia de un irritado Cubanet

(todocoleccion.com)

LA HABANA, Cuba.- Muchos de los que se consideran izquierdistas democráticos, de modo muy discordante, ensalzan a personajes involucrados en la lucha armada por el poder e incluso en el terrorismo. Sin embargo, lo más común es que estos admiradores los describan con un tinte muy humanista, casi siempre rayando en el romanticismo, negando el carácter violento, y hasta sanguinario, de sus ídolos.

Eso hace Paco Ignacio Taibo II en la serie documental Ernesto Guevara, también conocido como Che, que acaba de pasar el canal Telesur, cuando, por ejemplo, se sulfura mucho al comentar la época en que el guerrillero comandó la Fortaleza de La Cabaña. Según él, no hubo tantos fusilamientos y los que acusan a su ídolo de asesino son calumniadores. “No les pedimos que dejen de ser reaccionarios, sino que dejen de ser mentirosos”, exige, indignado.

Aunque este trabajo fílmico es reciente, se basa en un libro homónimo (México, 1996) del mismo Taibo II, que la editorial Casa de las Américas acaba de publicar y que se presentó en la Feria Internacional del Libro junto a otros títulos de su autoría. El libro, reimpreso casi 50 veces, “desborda veneración por el protagonista, sin incurrir en remilgos ni ocultar las que podrían considerarse justas dosis de irritación”, escribió la prensa oficialista. Esa irritación es porque, entre otras cosas, la gente debió acudir en multitud a secundar al guerrillero en Bolivia.

“Prolífico, multipremiado y traducido historiador, narrador, periodista, promotor cultural y defensor de los más altos valores de nuestra América, en particular la Revolución Cubana”, llama a este autor Luis Toledo Sande, el sombrío estudioso martiano, que aprieta el pincel: “Al verlo, no parece un académico, sino quien viene de alguna travesura, de pisarle el pie a un mal nacido, de caerles a pedradas a imperialistas y cómplices del imperio”.

Francisco Ignacio Taibo Mahojo (Gijón, Asturias, 1949) es un periodista y activista político hispano-mexicano muy conocido como escritor policíaco, por crear y dirigir hasta 2012 el festival literario de la Semana Negra de Gijón y por fundar, en 1986, la Asociación Internacional de Escritores Policíacos. Ha sido también profesor universitario y autor de decenas de títulos sobre variados temas y figuras de la política.

Pero la verdad histórica y la ética más elemental no parecen ser de mayor interés para este activo intelectual, como demuestra a las claras en su documental sobre el Che. Lo importante es el mito, no lo que ocurrió. Por eso acepta la versión oficial del tren blindado y de la toma de Santa Clara. Por eso narra, sin el menor rubor, cómo un día en una reunión Fidel Castro preguntó quién era economista allí y el Che, que estaba medio dormido, entendió que “quién era comunista”, y respondió que él. Su jefe lo designó director del Banco Nacional.

Y, claro, Ernesto Guevara no era violento. A Taibo II no le importa que el aventurero pidiera en una carta a sus padres que se acordaran “de vez en cuando de este pequeño condotieri (sic) del siglo XX”, o les dijera que estaba “en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre”. No se refirió Taibo II a la vengativa y cobarde orden de fusilamiento contra el comandante Jesús Carreras, fundador del Segundo Frente del Escambray, a quien temía y odiaba.

No tuvo en cuenta su discurso en la ONU, donde reconoció: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba”.

Olvidó el famoso mensaje a la Tricontinental —donde el Che reclamó “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”— y, tras la Crisis de Octubre, su afirmación de que “si los cohetes hubieran permanecido, los hubiéramos usado todos y dirigido hacia el corazón mismo de los Estados Unidos, incluyendo Nueva York, en nuestra defensa contra la agresión”.

A Paco Ignacio Taibo II le irrita la verdad sobre Ernesto Guevara, también conocido como Che. También conocido, según consta en el prontuario de la Policía Federal argentina, como “Chancho”. Tanto ese como “Che”, eran apodos despectivos, en pago al trato racista que le daba a Juan Almeida durante la preparación de la expedición del Granma en México.

Si bien el ególatra argentino reverenciaba —y temía— a Fidel Castro, no ocultaba su desprecio por los cubanos en general. Es sabido que su afición por hacer matar —o matar él con su propia pistola— a cubanos comenzó desde la misma Sierra Maestra y podía superar en crueldad y sangre fría incluso a otros jefes asesinos.

Por eso irrita, más que la hipócrita irritación de Taibo II, la propia apología de un aventurero que tanto contribuyó a implementar la peor tragedia en la historia de Cuba, esa “Revolución Cubana” que tanto defiende el autor. Y téngase en cuenta que cualquier desacuerdo con todo eso que él admira desde afuera está, aquí dentro, legalmente prohibido y castigado.

Todavía hay quien cree exagerada la reacción del músico Paquito D’Rivera cuando escribió una carta abierta censurando a Carlos Santana por llevar una imagen del Che en una ceremonia de los premios Oscar. Pero qué puede asombrar si Jean-Paul Sartre lo consideró “el ser humano más completo de nuestra época”.

Y, sin embargo, es difícil imaginar un pretendido redentor más patético, que empezó como aprendiz de condotiero y se creyó líder del antimperialismo mundial, cuya Meca, Cuba, es hoy solo una funesta postal amarilla; que fracasó en el Congo para luego ir a consumar el fracaso perfecto en Bolivia, abandonado por quien había sido su amigo y maestro, Fidel Castro, que no se proclamaba una “selectiva y fría máquina de matar”, pero que, en silencio y con maña, era la versión suprema de esa tecnología revolucionaria.

Filmes y libros como estos llegan en un momento en que se acentúa el largo atardecer de la mitología castrista y guevarista, con igual suerte que esos interminables programas, documentales y series sobre Fidel Castro y su revolución y sus amigos y cómplices, que pasan una y otra vez por las pantallas o se pudren en las librerías sin que interesen más que a unos pocos.

Sería interesante ver qué ocurriría si todavía viviera y fuera capturado Herman Marks, prófugo de la justicia norteamericana por delitos comunes, quien fuera nombrado por el Che jefe del pelotón de fusilamiento de La Cabaña y al que un famoso escritor inglés llamó “el artista de Fidel”. A Marks le gustaba dar el tiro de gracia a los fusilados en el rostro, para dificultar a los familiares el reconocimiento. ¿Cuántas cosas confesaría este individuo típico del terror revolucionario, que parece sacado de una novela de terror y que escapó de Cuba por temor a ser fusilado él también?

Cuánta irritación podría sentir Taibo II entonces.