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La libertad es más que alas, una aproximación a la obra de Danilo Maldonado

Danilo Maldonado. Foto archivo

MIAMI, Estados Unidos.- El gran filósofo Immanuel Kant decía que los ejemplos son para el juicio lo mismo que las muletas para el inválido. Entiéndase que Kant distingue tres facultades del conocimiento, siendo el juicio tan solo una de ellas al lado del entendimiento y la razón. Digo esto porque con el paso del tiempo mis clases de filosofía se han ido haciendo más y más gráficas con el fin de que contenidos tan complejos sean al menos visualizados por estudiantes que nada tienen que ver con la filosofía a no ser por el hecho de conseguir unos créditos para graduarse. Así, cuando me veo en la necesidad de explicar eso que Platón llamó Eidos, Ideas o Arquetipos, les pido a los estudiantes que traten de dibujar la libertad, por ejemplo, a sabiendas que no lo conseguirán. Y de inmediato la situación se torna más bien aristotélica: los estudiantes tienden a ser como los niños, es decir, que no pueden traducir en trazos el contenido general abstracto. En otras palabras, tratarán de individualizar (de aterrizar, diríamos en cubano) esa idea de libertad y dibujarán, de diferentes modos, un hombre libre, un pájaro en vuelo, un individuo con ciertos atributos que aludan a la libertad. En otras palabras, representarán un contenido particular sensible y no una idea general abstracta.

La pregunta es entonces cómo traducir a imágenes un valor, una categoría, puesto que no es lo mismo un hombre libre que la libertad. El artista plástico, generalmente, se auxilia de las alas. Las alas constituyen el símbolo gráfico por excelencia de la idea de libertad. Cuando se trata de escapar de Cuba, por ejemplo, las alas se pueden trocar por botes, siempre a la manera de la ejemplificación kantiana a que nos referíamos más arriba. ¿Qué tal si prescindiéramos de botes y alas y tratáramos de expresar la Libertad sin muletas? A fin de cuentas Hegel, otro grande, ya había notado que el prófugo todavía no es libre, porque su fuga está condicionada por aquello de lo cual huye. Es esta visión más íntima, compleja y en muchos casos dolorosa la que se transparenta en la obra de Danilo Maldonado Machado. Para El Sexto la libertad es lucha interna del alma contra la gravedad que la comprime y aplasta, es un parto doloroso y una imperiosa necesidad de salir de sí. Aquí no hay alas que eleven cuerpos, sino un proceso agónico de auto desprendimiento del condicionamiento de sí mismo, de esa fuga que no te hace libre sino meramente prófugo. Hay un lastre, un peso orgánico que tira de ti no importa los malabares que puedas hacer para evitarlo.

La primera vez que oí hablar de Danilo Maldonado —lo descubrí vía internet— fue cuando comenzaron a aparecer por la ciudad de La Habana unos ingeniosos grafitis con la enigmática firma de “El Sexto”. Tanta era la propaganda sobre la liberación de los espías castristas apresados en los Estados Unidos y renombrados por Castro como Los Cinco Héroes que Danilo decidió llamarse a sí “El Sexto”, una jugada burlona que de golpe lo señalaba como antihéroe y anticastrista. El nombre mismo ya adelantaba ese don de Danilo de hacer del minimalismo una virtud. Lo he visto dibujar y no deja de sorprenderme que con un mínimo de trazos sus piezas cobran vida y acabado al mismo tiempo.

Así El Sexto se dio a conocer por sus grafitis y su frontal anticastrismo. El performance de los puercos con los nombres de Fidel y Raúl le dio la vuelta a medio mundo, pero tuvo también su coste político: el 26 de Diciembre del 2014 El Sexto fue recluido en la prisión de Valle Grande y no salió de allí hasta el 20 de Octubre del 2015. El régimen cubano le cobró con creces el desafío, pero esos diez meses de cárcel hicieron de El Sexto el único ser en Cuba en aquel momento que reunía la condición de ser artista, cubano de a pie, disidente, activista por los Derechos Humanos y preso político.

En 26 de noviembre del 2016, tras la muerte del dictador Fidel Castro, otro oportuno grafiti de El Sexto llevó nuevamente a su detención. En esta oportunidad Danilo Maldonado rodó por varias estaciones de policía para terminar de nuevo en Valle Grande. El 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos, lo vuelven a detener y lo envían a una celda de castigo, de donde fue trasladado al Combinado del Este. En este centro de reclusión permaneció hasta el 21 de enero del 2017. No es mi intención aquí detenerme en la vida de El Sexto, sino en parte de su obra, la que se relaciona directamente con el tema de la libertad. Pero sí quiero dejar clara mi posición al respecto. Sé que Danilo tiene sus detractores, sospecho en cambio que la aplastante mayoría de ellos ni siquiera lo ha visto de lejos. Yo fui también uno de esos prejuiciados hasta que lo conocí personalmente. Mi consejo a los precipitados es este: como decía Wittgenstein, de lo que no se puede hablar es mejor callar. En cuanto a los sucesos que llevaron a su detención en Miami, los obvio deliberadamente por considerarlos asuntos privados que no guardan relación ni con el arte ni con la política y cuyos detalles ignoro totalmente.

Por extraño que parezca tampoco el acto de volar —elemento simbólico tan común en la representación pictórica del tema de la libertad— es definitorio en la obra de Danilo Maldonado. Sus gorriones no vuelan ni despliegan alas, tan solo observan con mirada escrutadora y atraviesan barrotes. Recuerdo que en una de las primeras visitas que mi esposa y yo le hicimos, Danilo nos reveló el motivo de su envidia sana relacionada con los más ordinarios y comunes de todos los pájaros: “Podían estar de ambos lados de la ventana de la celda. Entraban y salían como si nada a través de los barrotes. Se detenían, me miraban. Luego se alejaban así, sin más. Y esas cosas tan simples no podía hacerlas yo”.

Los gorriones son algo muy especial para El Sexto debido a que figuran como vínculos con el exterior. Llevan alas no por pájaros, sino por mensajeros. Son una suerte de representación del dios Hermes —el mensajero de Zeus— que en las condiciones de reclusión El Sexto ha metabolizado como mensajeros de la libertad. Esas miradas de los “Gorriones verdes” (ver Fig. 5) son, sencillamente, insondables.

Fig. 5 “Sin título”. Foto cortesía del autor

Qué decir para finalizar este acercamiento al tema de la Libertad en la obra de El Sexto. La pintura no es mi campo, ni siquiera lo es la crítica. Pero ese tratamiento tan particular, esa manera de ver, preñada de experiencia de primera mano y de virtuosismo minimalista, podrían hacer de Danilo Maldonado esa rara avis en un mundo donde el vaticinio hegeliano del final del arte cobra fuerza antes bien como muerte del artista. Lo que nos enseña El Sexto —en medio de toda esta banalización del arte contemporáneo— es que la libertad no es una cosa ni un estado de ánimo. No es ni siquiera un derecho que está ahí para ser repartido. No todos los hombres nacen libres. Los hay que nacen en dictaduras y todos, absolutamente todos, nacen dentro de sus propios barrotes y sometidos a una gravedad interior que los inhibe y compacta. Las alas te podrán transportar de sitio, pero tu prisión sigue allá dentro, va contigo. El Sexto puede visualizarse en Holanda —tierra de libertad— desde la prisión de Valle Grande, pero se ve a sí mismo con barrotes y todo (ver Fig. 7). Él sabe que la libertad es más que alas.

Retornando a Platón, cabría traer aquí a colación aquella antiquísima teoría órfico-pitagórica de la transmigración de las almas que el filósofo desarrolló tan exquisitamente. El cuerpo es la cárcel del alma. Esta debe, pues, abandonarlo tras su muerte y ascender al mundo de los Eidos o Arquetipos, donde contemplará por fin, entre otras, la idea de Libertad para luego reencarnar nuevamente en un cuerpo con todo el saber adquirido, fruto de tal contemplación. En este punto del relato interviene la mano del artista con un gesto plástico brutal que nos deja sin palabras (ver Figs. 8y 9).

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