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La literatura infantil del desencanto

Portada del Libro Hermanas de intercambio. Foto Caimán Barbudo

LA HABANA, Cuba.- El desencanto y la amargura que permea la obra de los escritores cubanos de las últimas décadas está alcanzando también a la literatura para niños y adolescentes que se hace en el país.

Una muestra de ello es “Hermanas de intercambio”, del escritor guantanamero de 33 años Eudris Planche Savón, publicada por la Editorial Gente Nueva y que resultara ganadora del Premio Pinos Nuevos en el año 2015.

En esta noveleta de 92 páginas, Eudris Planche cuenta la historia de dos hermanas, Camila y Yunieska, cuyos padres, luego de divorciarse e intentar repártirselas junto a la batidora, los muebles y la cuenta bancaria, se las alternan, nunca juntas, en la casa de uno u otra, los fines de semana.

Planche hace el relato a través de las anotaciones que tiene en una libreta –a manera de diario-  una de las hermanas, Camila, una niña muy observadora pero exagerada y fantasiosa, demasiado interesada en la vida de los adultos, a algunos de los cuales, de tan tramposa, mordaz e irónica como suele ser, llega a resultarles antipática.

Camila es severa al juzgar a su mamá promiscua, a su papá demasiado ocupado en ganarse el sustento para reparar en las necesidades espirituales de sus hijas; a su malhumorada abuela paterna, Hortensia, a quien detesta; a su condiscípula Kasandra, que no pierde oportunidad de ostentar lo que le dan sus padres “macetas” (adinerados), y a la maestra, siempre presta a recibir “regalitos” de Kasandra y otros alumnos privilegiados, con los cuales se muestra particularmente deferente.

Camila, al analizar a los adultos que la rodean, y tratar infructuosamente de entenderlos, deja entrever una sociedad en crisis, cada vez más mezquina y egoísta, donde todo vale y los valores se baten en retirada ante los embates de las penurias económicas.

El libro de Eudris Planche no es un caso aislado. Historias similares son contadas también en libros de Diana Castaño, Karel Bofil, Nelson Simón, Enrique Pérez Díaz, Eldys Baratute, Rebeca Murga, Lorenzo Lunar y otros autores de literatura infantil.

Aquellas ñoñas historias de felices, educados y obedientes pioneritos que eran cuidados y atendidos por cariñosos padres, madres, abuelas y abuelos que construían la sociedad socialista, han venido a ser sustituidas por otras historias muy poco edificantes, que discurren en hogares disfuncionales o escuelas donde se imponen el más fuerte, el más pillo o el que más tiene y presume de ello, sea con los zapatos, el celular o con la merienda.

En estas historias los niños, que suelen ser considerados como “conflictivos” y “problemáticos”, se las arreglan como pueden, en medio de la suciedad, el deterioro y las carencias. No siempre los progenitores, generalmente incomprensivos con sus hijos, sirven de ejemplo a seguir ni dan buenos consejos. Los hay alcohólicos, egoístas, abusadores que maltratan a sus parejas y sus hijos, o que están presos por delinquir. O se fueron de casa, a rehacer su vida con otra pareja, o a Miami, Madrid o cualquier otro sitio que les brinde las mejores oportunidades que no hallan en el suyo.

El papel de malos en estas historias ahora se lo disputan las abuelas y los abuelos, antes siempre tiernos y complacientes, y ahora casi siempre amargados y gruñones, a las madrastras y los padrastros, amén de los rufianes del barrio, que parecen ser cada vez más numerosos y ubicuos.

Hace unos meses, a propósito del libro de Eudris Planche y la literatura para niños y adolescentes que se hace actualmente en Cuba, escribía Joel Franz Rossell en un comentario titulado “Hermanas de intercambio y el pacto con el lector infantil” que apareció en el número 404 correspondiente a enero-febrero del Caimán Barbudo:

“Para ganar un premio de literatura infantil e incluso para publicar un libro, hoy en Cuba parece obligatorio mostrar un niño más o menos infeliz, con los padres divorciados y uno de ellos al menos, alcohólico, ausente, violento, frustrado…Sin que se indiquen, en la mayoría de los casos, los motivos sociales de tanta disfuncionalidad: falta de utilidad, mala remuneración y/o de reconocimiento social de la labor ejercida, hacinamiento en una vivienda con malas condiciones, injusticia social, desacuerdo con el sistema…Parecería que se le dice a los chicos que sus adultos son malos porque sí, las dificultades de los individuos y de la sociedad están desconectados de los grandes problemas estructurales o coyunturales de la nación y el mundo.”

Según el autor del comentario: “Las fuentes del fracaso de los personajes adultos están a menudo ocultas tras veladas alusiones, símbolos, metáforas u opacas elipsis. Demasiado vagamente para la comprensión o la catarsis a que el joven lector tiene derecho”.

Mucho se ha discutido acerca de los modos de hacer la literatura infantil, de la vocación o falta de ella para el género de los autores, de la pertinencia de textos que sean efectivamente para niños y no para adultos enanos, y de los que puedan sacar provecho para el futuro.

Habrá quien argumente que este crudo realismo que aflora en la literatura cubana para niños y adolescentes no es un fenómeno nuevo. Ahí está, por ejemplo, Oliver Twist, donde Charles Dickens, a través de la historia de un huérfano que sale de un asilo de niños desamparados, para ser primero aprendiz de un sepulturero y luego miembro de una pandilla de ladrones, trazó un vívido cuadro de la Inglaterra victoriana y se convirtió en un clásico.

¿Será este el caso de libros como “Hermanas de intercambio”? Está por verse. Pero les confieso que preferiría que mis nietos, cuando sepan leer, dispongan de otro tipo de literatura infantil.

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