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La Mesa Redonda y el World Learning

Iroel Sánchez, bloguero oficialista, en el programa de la Mesa Redonda de la Televisión Cubana, junto a adolescentes cubanos (cubadebate.cu)

Iroel Sánchez, bloguero oficialista, en el programa de la Mesa Redonda de la Televisión Cubana, junto a adolescentes cubanos (cubadebate.cu)

LA HABANA, Cuba.- Esa tarde de jueves no tuve que convocar a la memoria. Ella se dejó provocar y despertó para acomodarse más tarde en la silla turca,  entonces se sucedieron los recuerdos. Volví a verme con diecisiete años, esa edad en la que me tocó tomar una decisión trascendental, esa que de alguna manera decidiría mi futuro, quizá toda mi vida. Acababan de entregarme una planilla en la que debía dejar claro lo que quería estudiar en la universidad. No había tiempo para las vacilaciones.

Y escribí, sin titubear, a pesar de mis diecisiete años. Escribí con trazo firme y claro que me interesaba la filosofía, y que optaría por esa especialidad. Hasta me imaginé a bordo del Grusia, aquel barco enorme que llevaba a los becarios hasta Odesa, y soñé con el invierno ruso, soviético debí escribir. Yo en medio de una enorme nevada, haciendo el trayecto que me llevaría a la opulenta Lomonosov de Moscú o a la universidad de San Petersburgo. Aquellos no eran días de Internet y no conseguí imágenes de ellas, pero las inventé; imaginé el patio de manzanos, la nieve. Mi abuelo, quien era culpable de mis lecturas de filosofía, estaba feliz, y me ayudaba a suponer esas escuelas, pero, como se dice en Cuba, la felicidad en casa del pobre duró muy poco.

Días después iba a enterarme que debía comenzar de nuevo. “Era preciso llenar otra boleta”. No podría estudiar filosofía. Esa carrera, así me dijeron, tenía “requisitos adicionales”, y el primero, el más importante; era preciso tener una militancia comunista. Justo lo que me faltaba. Puedo recordar la angustia de esos días en los que me estuve preguntando por qué no podría estudiar lo que tanto soñé, por qué era preciso que yo fuera militante comunista para estudiar filosofía, quién les daba el derecho a limitar mis sueños. Me parecía un chiste pero era una maldad, y no sonaba tan raro si hacía muy poco que se había enseñoreado la consigna de “la universidad para los revolucionarios”.

Con los años he tratado de olvidar el asunto, pero muchas veces vuelve a salir a flote y cada vez busco explicaciones para mi mala suerte. Entonces supongo el temor que deben tener las autoridades cubanas a las lecturas que pueda hacer de Heidegger un joven estudiante alejado de la patria durante cinco años. El ser y el tiempo de Heidegger les produce escalofríos, y peor si el estudiante que lo sostiene entre sus manos no tiene un carné rojo que le sirva de resguardo contra cualquier maleficio, una garantía que lo proteja también de Nietzsche.

Se les ocurrió hacer la profilaxis. No era bueno que un joven cubano nacido con la revolución, y en medio de tanto frío y sin carné rojo, se pusiera a leer a Kierkegaard, sobre todo si podía volver muy angustiado, atacado por temores y temblores. Y eso no era lo que se esperaba de un muchacho cubano educado por la “revolución”. Esa no era la formación que el estado había pensado para sus jóvenes. Así frustraron mi primera, y autentica, vocación. No pude estudiar filosofía porque no era un joven comunista, y por suerte para ellos, a esta tierra no le nacen muchos con esa vocación. ¿Será por la ausencia de la nieve?

Un joven sin carné era un peligro, incluso en esa época soviética en la que se cuidaban muy bien los planes de estudio, un tiempo en el que la filosofía griega, y toda las que le sucederían, hasta llegar al Marxismo, eran miradas desde muy arriba. Ellos creían que la única utilidad de esas filosofías fue que prepararon el camino al marxismo que hacía triunfar al socialismo. Todo eso resonó esa tarde en mi cabeza, y el verdadero culpable de tan triste recordación fue un programa de la televisión cubana: la Mesa Redonda. Un amigo recomendó que no me la perdiera.

Luego entendería el porqué de aquella sugerencia. Resulta que el jueves último, los panelistas trataron de explicar todo lo que tenía de perjudicial e indecente el programa llamado World Learnig, creado por la USAID para entrometerse en los procesos revolucionarios de todo el mundo, y entonces mencionaron el número de becas que ofrecían cada año y el nombre de los países que privilegiaban.

Hace muchos días que la prensa oficial tiene a este programa en su centro de atención. En cada noticiario el World Learning toma el centro, y también es protagonista de las páginas principales de todos los periódicos. A toda hora se habla de una agencia demoníaca que “recluta” a jóvenes con cierta virginidad política para ser adiestrados, y devolverlos luego convertidos en Caballos de Troya capaces de carcomer la médula del socialismo.

Y como respuesta a esa “patraña” están los múltiples actos espontáneos que, casualmente, siempre tienen allí las cámaras de la televisión que luego los reseña, y en los que se repudian esos procederes que consideran ilegítimos; en los que esos jóvenes, tan vulnerables, se pronuncian con discursos exaltados. Y no es preciso haber estudiado en la universidad de San Petersburgo para advertir cuánto tienen de teatral esas representaciones, en las que estudiantes de la enseñanza preuniversitaria se expresan con peroratas aprendidas de memoria, pero de todas formas se aplaude la espontaneidad, y la enorme disposición que tienen los jóvenes cubanos de hacer frente a cualquier patraña.

Recuerdo ahora mismo a un profesor de historia de algún preuniversitario haciendo un discurso incoherente, vergonzoso, de una pobreza sin par; pero la televisión, ingenuamente lo exhibió como trofeo, sin saber que todo cuanto hacía era demostrar la mala preparación de muchos profesionales de la educación, muchos de ellos formados en medio de contingencias; maestros de chiripa que maleducan a nuestros jóvenes y no despiertan ningún amor por la historia nacional. Otro tanto sucedería en la Mesa Redonda, donde se hizo evidente el pobre soporte de las intervenciones.

Y hubo algo que debieron notar todos los que, como yo, fuimos televidentes esa tarde. El joven Alejandro Sánchez, el único de los becarios que fue invitado a la mesa, y parecía inteligente, y hasta fue moderado en sus intervenciones, e hizo saber al resto de los panelistas que sus compañeros temían a las represalias que podían tocarles por haber pasado dos meses en los Estados Unidos, como becarios de un programa preparado por la USAID, es decir, por el gobierno norteamericano.

Supuse que ese comentario era espontáneo, y que nadie lo esperaba. ¿Quién puede atreverse a decir en televisión que teme a represalias en la isla? En ese instante la cámara tomaba en close up la cara del muchacho, pero pude intuir las reacciones y el asombro de los otros. Un joven cubano estaba hablando de miedo. ¿Y era justificado ese miedo? Por supuesto que lo era, solo había que escuchar a sus mayores para enterarse de las batidas que sufrieron muchos imberbes por el hecho de vestir de manera “extraña”, o por escuchar música hecha en el occidente “brutal”, o porque respondían a las esencias de su homosexualidad o se carteaban con sus familiares en el exilio, o porque eran religiosos.

Es legítimo el miedo, porque un joven cubano no puede procurarse una beca en el extranjero; ese joven tiene que esperar a que el gobierno le dé su bendición. Entonces no existe la libertad de elección. Resulta bochornoso que a un joven inteligente lo asista el miedo, solamente, porque antes aplicó a una beca para estudiar en el extranjero, aunque ese extranjero sea los Estados Unidos.

Ellos tienen miedo porque desafiaron a las instituciones, al partido y al gobierno, aunque solo fueran dos meses, como advirtió Alejandro. ¿Qué importancia tendrían dos meses? Y él respondió delante de las cámaras de la televisión cubana, y en la mismísima Mesa Redonda: no tenían importancia; en dos meses no se forma a un líder, en dos meses no se forma a un futuro presidente. Dos meses es muy poco tiempo. Así dijo a los televidentes, al resto de esos panelistas empeñados en demostrar lo malsano de ese plan.

El jovencito respondió, sutilmente, a quienes juzgaban el programa y a sus becarios, creo que defendía su derecho a decidir individualmente, sin que el estado lo hiciera por él, como hace años lo hicieron por mí. Y cómo sucede tantas veces, esa respuesta de Alejandro me llevó a una pregunta: ¿Por qué critican la intervención de la USAID? ¿Acaso olvidaron lo que por acá se hizo? Olvidaron los días en que la dirección de la juventud comunista, con la anuencia del partido y el gobierno, preparó cursos y entrenamientos para jóvenes latinoamericanos.

Cada año venían a la Habana jóvenes chilenos del MIR, y comunistas uruguayos, y motoneros argentinos, y jóvenes de izquierda llegados de Ecuador, de Bolivia, de Colombia o de Brasil, y estudiaban el marxismo, y los discursos de muchos líderes de la izquierda. ¿Eso era legítimo? ¿Acaso no estaban metidos hasta el cuello en asuntos que no eran de su incumbencia? Quizá eso tenga alguna concordancia con la decisión de impedirme estudiar filosofía, si antes no había ganado la militancia comunista. ¿Creerían que yo podría soñar con la presidencia de la República de Cuba sin que antes me convirtiera al comunismo?

No es muy común que algún autor se prepare para él mismo una coletilla, pero he vuelto a leer una y otra vez este texto mientras intentaba “desmocharlo” haciendo correcciones; y salta cada vez un mismo detalle. Resulta que Alejandro Sánchez era el Presidente de la Federación de estudiantes de la enseñanza media (FEEM), en un preuniversitario del municipio 10 de octubre en el momento en que aplicó para obtener la beca. ¿Acaso se le ocurrió a otros, y no a él, la posibilidad de aplicar? ¿Acaso esa Mesa Redonda se estuvo gestando desde mucho antes de que los jóvenes viajaran a los Estados Unidos? A Alejandro le resultó muy curioso el hecho de que no se juntaran todos antes de llegar al aeropuerto, le pareció raro que llegaran en pequeños grupos, en lugar de hacerlo todos juntos; a fin de cuentas tenían un mismo destino, y por qué entonces tanta “separadera”. Alejandro es realmente un chico muy suspicaz. Dios mío… me aterra pensar en la posibilidad de que Alejandro fuera preparado como agente de la Seguridad del Estado… No sería muy santo “coger a un jovencito pa’ eso; meterlo en las entrañas del monstruo me parece un horror. He escrito. ¡Caso cerrado!