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La misma intolerancia del Quinquenio Gris Cubanet

En primer plano, el vicepresidente Miguel Díaz-Canel. A su lado, Miguel Barnet, presidente de la UNEAC, y Abel Prieto, Ministro de Cultura (Foto: Leyben Leyva/Juventud Rebelde)

LA HABANA, Cuba.- Aquellos simpatizantes del castrismo que se han esforzado por interpretar de una manera menos rígida la famosa frase con que Fidel Castro coronó sus Palabras a los Intelectuales en junio de 1961: “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”, creen hallar cierta “flexibilidad” en la primera parte de la sentencia.

Según esa opinión, si un artista creaba una obra que no se opusiera al Gobierno, esa obra podía recibir el visto bueno de las autoridades, aunque su creador no entonara loas al castrismo. En ese contexto se empezó a manejar el concepto de “intelectual honesto”, es decir, el que no se alineaba junto a la revolución fidelista, pero tampoco clasificaba como contrarrevolucionario.

Sin embargo, diez años después, acorralado por el escándalo internacional que ocasionó el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla, el castrismo echó a un lado la “honestidad intelectual” y, mostrando su verdadero rostro colmado de intolerancia, les exigió a los artistas la total incondicionalidad al régimen.

Comenzaba lo que algunos críticos han denominado como el Quinquenio Gris de la cultura (1971-1976), uno de los períodos más lúgubres en la vida intelectual de la isla.

Aunque, en honor a la verdad, la grisura ha sido una constante en la vida cultural de la nación a partir de 1959, los simpatizantes del castrismo a que aludimos anteriormente han pretendido delimitar la vigencia de ese nefasto período. De acuerdo con ese punto de vista, el acceso de Armando Hart a la dirección del Ministerio de Cultura en 1976 habría restañado muchas heridas, y dado paso a una era de comprensión y confianza entre la vanguardia artística y los gobernantes de la nación.

Mas, si quedaba alguien que honestamente pensara en una Cuba abierta a la tolerancia, y respetuosa del credo de sus artistas e intelectuales, debe de haber recibido el clásico “cubo de agua fría” con el discurso pronunciado por el primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel en la clausura, el pasado miércoles 10 de mayo, del Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

El evento era la culminación de un proceso de reuniones provinciales, donde los escritores y artistas de todo el país se manifestaron a favor del ejercicio de la crítica y de que, al menos en el espacio de la UNEAC, se pudieran discutir todos los temas con absoluta libertad.

Pero el señor Díaz-Canel, al parecer, no acudió a la reunión con el ánimo de hacer concesiones, sino para imponer directivas. Según reflejó el periódico Juventud Rebelde en el trabajo “Hay que ser siempre un revolucionario activo”, el probable sustituto de Raúl Castro convocó a los escritores y artistas a prepararse para “enfrentar mejor la perversa batalla ideológica, cultural y económica a la que estamos sometidos constantemente”.

Y tras aseverar que los argumentos del Gobierno no solo debían asimilarse en espacios como la UNEAC, sino que era menester llevarlos también a las calles, el Primer Vicepresidente dijo a los intelectuales que “en todo momento hay que ser un revolucionario activo”.

Es como si resonaran los ecos del discurso pronunciado por Fidel Castro en la clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura en abril de 1971. La maquinaria del poder no se contenta con la existencia de “intelectuales honestos” que no incomoden demasiado al gobierno. Los quiere totalmente comprometidos con el régimen.