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La muerte de Adrian Leyva: un misterio sin resolver

Adrián Leyva (Foto: Internet)

LA HABANA, Cuba. – Aunque no conocí personalmente a Adrián Leyva, trabamos una buena amistad a través de frecuentes e-mails en que hablábamos de amigos comunes y de música rock. Pero, sobre todo, discutíamos de la situación de Cuba y las vías para sacar el país adelante y hacer una patria mejor.

Adrián, que no practicaba la filosofía del odio y la revancha, se quejaba de quienes lo acusaban en Miami de ser un infiltrado del régimen castrista por ser de izquierda, oponerse al embargo estadounidense y por estar dispuesto a esperar, con la paciencia de Job, que fuera el gobierno cubano el que iniciara, cuando no tuviera más remedio, la transición hacia la democracia. Optimista como era, Adrián pensaba que faltaba poco para ese momento. Y antes de que el régimen moviera la primera ficha, quería estar en Cuba para luchar pacíficamente desde aquí, como hizo desde sus días de periodista independiente y activista del Proyecto Varela.

Adrián no aprendió nunca el difícil arte del desterrado. Su obsesión era regresar a Cuba, a las calles de Palatino y el Casino Deportivo, a su barrio, a su casa, a La Habana ruinosa y sucia, pero suya.

En el año 2009 anunció que si no había otro modo de que las autoridades cubanas le permitieran regresar a su patria, entraría sin permiso, a como diera lugar, por cualquier punto de la costa cubana. “No por desafiar al gobierno, sino por el derecho natural que me asiste. Y que pase lo que pase”, advirtió.

Adrián murió en el intento de regresar a su país, del que nunca debió salir y al que menos aún debían haberle impedido el regreso.

Las autoridades cubanas entregaron su cadáver a su familia el 5 de abril de 2010. Dijeron que lo habían hallado en un punto de la costa norte de La Habana. Había salido de Miami en una lancha la noche del 22 de marzo. A los más allegados no les ocultó que volvía a Cuba.

Se había ido a Miami en el año 2005. Aceptó irse para no obstaculizar la salida de su esposa, pero advirtió que retornaría a Cuba como fuera. Volvió en 2008.  En octubre de ese año, luego de una estancia de tres meses en La Habana, agentes de la Seguridad del Estado lo condujeron a la fuerza al aeropuerto y lo expulsaron del país.

A partir de ese momento, Adrián Leyva empezó su lucha por el derecho de todos los cubanos a poder entrar y salir libremente de su país.

Emigrar o fijar residencia temporal en otro país es un derecho consagrado por el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Pero en Cuba, hasta el año 2013, con el aberrantes y perverso concepto de la salida definitiva, se violó ese derecho, como casi todos los demás de la Declaración, que es considerada casi subversiva por las autoridades.

En sus cartas a jefes de estado, al Vaticano, la Unión Europea y al propio gobierno cubano, preguntaba Adrián: “Si no defendemos el derecho a la nación que nos pertenece, ¿de qué vale defender todo lo demás, si lo primero es el ser humano y el concepto de patria, nación y familia?”

Al final, Adrián Leyva le ganó la partida al régimen. Consiguió vencer a los cancerberos que se arrogan el monopolio de la patria: no pudieron impedirle que se quedara en su país. Aunque fuera bajo tierra. Su tierra.

Si es cierto que se ahogó en el mar, ¿por qué las autoridades cubanas demoraron más de diez días en entregar el cadáver a su familia? ¿Por qué tardaron tanto en identificarlo? ¿Acaso Seguridad del Estado no lo tenía fichado desde hacía más de una década, cuando recogía firmas para el Proyecto Varela y escribía en CubaNet?

Tal vez nunca sepamos qué pasó realmente. Lo que es indudable es que Adrián Leyva, como otros miles de compatriotas en estos 60 años, murió por culpa de las leyes migratorias cubanas.

De estar vivo hoy, Adrián Leyva seguiría luchando por el derecho de los cubanos, de todos los cubanos, sin distinciones, a regresar a su patria. Porque, a pesar de la reforma migratoria del año 2013, aun el régimen castrista, a través de los diplomáticos-policías de sus embajadas, se arroga el derecho de decidir a qué cubano permite entrar en su país y a quien no, en dependencia de su participación en “actividades en contra del estado socialista”. Y pese a que eliminó el permiso de salida conocido como la tarjeta blanca, Seguridad del Estado decide qué cubano puede viajar al exterior y quien no por estar “regulado”, como es el caso de numerosos opositores y periodistas independientes.

Adrián, que no se daba por vencido ni se dejaba amedrentar, ni en Cuba ni en el exilio, tendría bastantes razones para luchar.

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