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La ONU vs. Ariel Ruiz Urquiola: ni derechos ni humanidad

Jairo Rodríguez, representante del régimen cubano, y Ariel Ruiz Urquiola (collage/Youtube)

LA HABANA, Cuba. – Nadie dijo que sería fácil. Las sesiones de la ONU han sido boicoteadas en tantas ocasiones por la claque castrochavista, que era sensato esperar una embestida similar durante la intervención del activista cubano por los derechos humanos, Ariel Ruiz Urquiola. Después de cinco días en huelga de hambre, sed y medicamentos frente a la sede principal de Naciones Unidas en Ginebra, el biólogo recibió la autorización para exponer su denuncia ante la plenaria del Consejo de Derechos Humanos.

Su intervención había sido programada inicialmente para el pasado jueves, 2 de julio; pero fue pospuesta debido al retraso de otros participantes, quedando finalmente reprogramada para la mañana del día siguiente. Noventa segundos fue la merced concedida por la máxima autoridad en materia de derechos civiles a nivel mundial. Un minuto y medio para explicar años de acoso, discriminación y agresiones por parte de la dictadura comunista de La Habana.

Ariel, no obstante, aceptó el desafío y compareció puntual este viernes solo para hablar apenas treinta segundos. Fue grosera y alternadamente interrumpido por los representantes de Cuba, Venezuela, Corea del Norte, China y Eritrea, quienes se turnaron “la cuchareta” para anular el mensaje del único cubano opositor y residente en la Isla que ha podido presentar su caso en Naciones Unidas.

Con el pretexto de que sus planteamientos no se ajustaban a la agenda, los delegados de las citadas naciones presionaron al Moderador para que diera por terminada la intervención del científico en una jornada dedicada a la Trata de Personas. Apelando al Reglamento de Naciones Unidas, el reclamo fue tachado de improcedente por los funcionarios, a pesar de haber incluido en su denuncia el tema de las brigadas médicas cubanas que laboran en condiciones de explotación y con su trabajo ingresan miles de millones a las arcas de la dictadura; un dinero que no es reinvertido en el mejoramiento del sistema cubano de salud, del cual tanto Ariel como su hermana, Omara Ruiz Urquiola, han sido víctimas.

Lo que transcurrió en esos noventa accidentados segundos fue una muestra del bullying diplomático más descarado, permitido por quienes debieron ponerse del lado del ciudadano. Era una cuestión elemental de solidaridad, de proteger al débil frente a regímenes totalitarios que han consolidado su poder a costa de hundir al individuo. La repugnante complicidad del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas con las dictaduras corrobora la necesidad urgente de “limpiar” ese organismo investido con la máxima autoridad para velar por todas las garantías civiles. La sola presencia de Corea del Norte, Eritrea y Venezuela, países que a diario violan las libertades de sus ciudadanos sin permitirles siquiera defenderse, es un insulto al mundo libre que contribuye con recursos a la manutención de una mafia parcializada en favor de la izquierda más radical.

Para silenciar a Ariel se escudaron tras la supuesta violación del reglamento; sin embargo Cuba y China, no siendo miembros de la Comisión de Derechos Humanos, estuvieron presentes en la sesión. De haber sido sus representantes invitados en calidad de “observadores”, no tenían derecho a interrumpir como hicieron en reiteradas ocasiones, intentando deslegitimar el testimonio del activista cubano.

Ariel Ruiz Urquiola se plantó durante cinco días frente a la ONU porque no ha recibido justicia en su propio país. El castrismo ha sido su instructor de causa, su juez y su verdugo, como para tantos otros cubanos que han soportado la implacable persecución de la dictadura y no han tenido acceso a un tribunal imparcial que escuche sus denuncias. Tampoco Ariel tuvo esa suerte. Únicamente la representante de Australia respaldó su derecho a ser escuchado hasta el final, pero no por ello la libertad de expresión dejó de ser avasallada en el lugar donde debió brindársele más protección.

Nadie dijo que sería fácil, pero resulta muy extraño que la ponencia de Ariel fuera retirada del programa del jueves 2 de julio, cuando se discutió el tema de los derechos humanos en la región de las Américas, específicamente en Venezuela y Nicaragua. Su denuncia habría hecho saltar los goznes del silencio sobre la situación de los derechos en Cuba; pero no alcanzó el tiempo y terminó incluida en el programa que abordaría la trata de mujeres y niños, un apartado altamente sensible y poco compatible con su reclamo.

El alegato inconcluso del científico Ariel Ruiz Urquiola sirvió para constatar, una vez más, la pasividad de la Comisión de Derechos Humanos ante el despotismo de la diplomacia castrista y el rechazo del régimen de Díaz-Canel a la diversidad de opiniones. La prensa, en cambio, ha seguido con interés el testimonio del biólogo y las deplorables reacciones de los paladines de la dictadura, incapaces de seguir escondiendo su visceral homofobia y su maldad.

Queda claro que nada debe esperar la sociedad civil cubana de un organismo que ha estrechado vínculos con lo peor de la política global, y por simple formalidad cedió noventa segundos a un ciudadano armado solo con su verdad frente a una audiencia que le devolvió miradas hostiles, indiferencia o rechazo. Nunca derechos, ni humanidad.

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