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La propaganda castrista y sus vacunas

LA HABANA, Cuba. ─ Para nadie es un secreto el carácter intimidatorio, ineficaz y represivo que, en general, tienen los regímenes inspirados en la ideología marxista-leninista. Esto es particularmente cierto en el caso de su variante antillana, que los cubanos hemos tenido la desgracia de padecer durante los últimos 62 años.

El control absoluto que el partido que los engloba posee (¡y no sólo sobre el Estado, sino también sobre la sociedad en su conjunto!, como plantea el artículo 5 de la actual Constitución cubana) ofrece numerosas ventajas sobre otros sistemas de gobierno basados en la libertad, la democracia y el respeto al opositor.

Me refiero —por supuesto— no al rebaño de súbditos destinados a callar, obedecer y aplaudir. Para esos, el socialismo reserva sólo escasez, atropellos y desventajas de todo tipo. A quienes aludo con esa afirmación es a los privilegiados de la cúpula gobernante que se ven agraciados por ese régimen de ordeno y mando. Pero ese control absoluto trae aparejadas también, para ellos, algunos aspectos desfavorables.

Y ya que los mandones marxistas y leninistas se aprovechan de lo mucho que de positivo ofrece para ellos el régimen que impusieron, parece justo e inevitable que tengan que soportar también sus aspectos negativos. Como reza el refrán: Quien está para las verdes, tiene que estar también para las maduras.

Estas consideraciones generales vienen al caso con motivo de los candidatos vacunales contra la COVID-19 (según ellos mismos afirman, ¡nada menos que cinco!) creados por los científicos y trabajadores de la biomedicina cubana. Sus nombres estridentes y patrioteros (“Soberana”, “Mambisa”, “Abdala”) revelan a las claras los propósitos propagandísticos y manipuladores que se esconden tras ese empeño.

En un trabajo periodístico publicado en este mismo diario digital a inicios del presente año, este articulista, tras criticar la omisión del régimen castrista al no solicitar siquiera la entrega de vacunas gratuitas en el marco de la Organización Panamericana de la Salud, preguntaba: “¿Qué perspectivas de inmunización tiene un cubano de a pie? Sólo las que le ofrece la retórica del Director del Instituto Finlay, avalado por Díaz-Canel”.

El castrismo continuista, despreciando cualquier posibilidad de comenzar la inoculación de sus súbditos con vacunas ya probadas y aprobadas, ha puesto todos sus huevos en la canasta de los sueños nacionales. Ante esa realidad, ¿alguien duda que alguna de las cinco candidatas —¡o todas ellas, que no necesitamos la falsa modestia!— reciba todos los permisos habidos y por haber!

Una vez que cada burócrata facultado para emitir su aval haya evacuado el trámite a su cargo, ya sabemos que al rebaño de la Isla nos corresponderá soportar el pinchazo de la “Soberana” o la “Mambisa” (máxime cuando, como reza la frase popular, “eso es lo único que hay”)… De ese modo se habrá cumplido con la meta nacional. Y como hoy me siento con vocación de adivino, estoy seguro de una cosa: los periodistas del oficialismo (algún nombre hay que darles) se desgañitarán alabando las bondades de la industria farmacéutica patria.

Con esas diligencias terminará —insisto— la fase interna del asunto. Entonces habrá que prestar atención a la fase externa. El castrismo está desesperado, y con toda razón. Por no producir, nuestra Isla, otrora bautizada como “la Azucarera del Mundo”, ahora no es capaz de fabricar ni el dulce polvo. Lo mismo es válido para el café, los productos de la ganadería, el tabaco.

Ante esa realidad, los castristas saldrán a ofertar sus vacunas por el mundo. El ofrecimiento irá acompañado de declaraciones solemnes. Vocablos como “altruismo”, “generosidad”, “desinterés” e “internacionalismo” se repetirán hasta el hastío.

Pero pasará lo mismo que con el “Ejército de Batas Blancas”; quiero decir, con los destacamentos de médicos cubanos explotados en condiciones de esclavitud moderna en las llamadas “misiones”: Algunos pocos son alquilados más baratos, para callar a los detractores. Pero el grueso tiene que ser pagado a muy buen precio, en moneda dura, para beneficio de los señores del habanero “Palacio de la Revolución”.

Eso mismo —insisto— es lo que pretenderán hacer con las vacunas cubanas, en las cuales los castristas ven el gran filón que pueda sacar a Cuba del bache en el que ellos mismos la han metido. Esto, a su vez, podrá producir millones de dólares. Quizás —¿por qué no!— hasta miles de millones. A esas sumas, el señor Luis Alberto Rodríguez López-Callejas y sus chicos del pulpo militar GAESA les darán, con toda seguridad, el destino señalado por sus jefes.

Y aquí debo volver a las consideraciones generales que hice al comienzo de este texto. ¿Qué harán los países solventes del mundo ante los cantos de sirena del castrismo? ¿Creerán las certificaciones y los avales unánimes emitidos por los subordinados de los mayimbes de La Habana! ¿Aceptarán las terminantes afirmaciones de estos sobre las infinitas bondades de sus vacunas, las cuales saldrán a pregonar por todo el planeta!

Hay un refrán de nuestros hermanos venezolanos de una lógica irrefutable: La salsa que sirve para el pavo sirve también para la pava. Si los castristas disfrutan de las ventajas que les otorga el régimen de vocación totalitaria que impusieron y mantienen a ultranza (el cual les permite afirmar lo que les venga en ganas), entonces tienen que aceptar también que las personas libres del mundo no se crean las medias verdades y las mentiras (¡y ni siquiera las verdades!) que seguramente dirán para propiciar un negociazo en el que les irá la supervivencia.

¡Allá quienes les hagan caso! ¡Después que no digan que nadie los alertó!

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