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La “revolución” no premia a los desobedientes Cubanet

Onelio Jorge Cardoso (Getty)

LA HABANA, Cuba.- Porque desde Cuba no se me permite revisar CubaNet, un amigo que “abandonó” la isla hace ya algunos años me envía textos que le parecen interesantes, provocativos, y también algunos de los comentarios que suscitan los que yo publico, y que nunca son muchos; pero ahora mismo recuerdo uno que me provocó una enorme carcajada. El lector-comentarista, muy molesto, se burlaba de mi prosa, de mi manera de enfrentar el suceso reseñado; y hasta decidió refrendar un brevísimo y discreto elogio que alguien hiciera, diciendo que me faltaba mucho para parecerme a Onelio Jorge Cardoso, a quien él llamaba, como casi toda Cuba, el “cuentero mayor”…

El comentario que le había molestado solo opinaba sobre un suceso que ahora no recuerdo, pero a él le molestó y decidió compararme con “el otro”. Lo que me provocó tanta risa tenía que ver con esa comparación tan traída por los pelos, y que ahora me sirve para reflexionar sobre las manías de la cultura oficial de hacer dictámenes, de catalogar según sus intereses. Onelio, un discreto prosista, pero muy “revolucionario”, fue elevado a ese pedestal y puesto en el panteón de los grandes, aunque hoy en Cuba, y a pesar de cuanto lo privilegian los programas de estudios, ya casi nadie lo lee.

Onelio Jorge Cardoso fue elevado para negar a otros, y les funcionó. Y quien lo dude que piense en esta persona que dijo que el “otro” escribía mejor que yo. Este hombre debe vivir fuera de Cuba o tiene un puesto dentro de la isla desde el que no le vetan el camino a CubaNet, sobre todo si es para servir a quien propicia sus comentarios. Tengo la seguridad de que esta idea mía no es descabellada, que el Gobierno manda a sus acólitos a decir tonterías en contra de quienes escriben en sitios no oficiales, pero ahora eso no es el centro. Lo importante tiene que ver con ese discurso oficial que sostuvo la cultura “revolucionaria”, y que privilegió a unos para mandar a otros al más oscuro sótano.

Si alguien dijo, y muy arriba, que Onelio era el cuentero mayor, esa aseveración pretendía únicamente negar la escritura de otros prosistas; y a mí se me antoja pensar entonces en Piñera, en Cabrera Infante, en Calvert Casey, en Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, y en todo el que apareciera en cualquiera de las venideras generaciones y que no fuera un escritor “genuflexo” al discurso literario con el que soñaba la “revolución”. El cuentero mayor tenía que estar vivo y creando dentro de esa “revolución”, tampoco podía ser un escritor del siglo XIX ni haber desarrollado su gran obra antes de 1959.

Lo esencial era haber realizado una obra bien “macha”, una prosa recia y precisa, desprovista de artificios, y si era posible que recordara a los hombres barbudos que bajaron de la sierra. Así fue como en Cuba se desdeñó la obra de tantos, incluidos muchos de nuestros escritores del siglo XIX. Quien lo dude que pregunte hoy en cualquier escuela quien fue Ramón Meza. ¿Cuántos cubanos leyeron en estos tiempos Mi tío el empleado o El duelo de mi vecino? Otro tanto sucedió con la poesía. Nicolás Guillén se convirtió de la noche a la mañana en el poeta nacional, obviando incluso a José Martí, Julián del Casal o José María Heredia, quienes ni siquiera pensaron que alguna vez bajaría Fidel de la Sierra Maestra con un grupo de “rebeldes”. La decisión iba también contra montones de poetas que hicieron su obra tras el “triunfo” sin hacer las loas que ese “triunfo” precisaba. La verdadera poesía tenía que hablar de la zafra del setenta, y por eso algunos “poetas” lo hicieron, aunque el título de poeta más grande la nación ya fuera otorgado.

Por suerte Cuba nunca fue muy pródiga en filósofos…, pero imaginemos que Kant hubiera nacido en Santiago de Cuba y no en Konigsberg, que Hegel viera la luz primera en Calabazar de Sagua, como Onelio. ¿Si tales filósofos hubieran nacido en esta isla conseguirían el título de Filósofos mayores? No lo creo, porque a pesar de los apegos revolucionarios de Carpentier, a pesar de El siglo de las luces, no fue el novelista nacional, ni tampoco Cirilo Villaverde a pesar de Cecilia Valdés, ni Reinaldo Arenas a pesar de El mundo alucinante, ni Cabrera Infante a pesar de sus Tres tristes tigres.

Mucho más importante es la genuflexión a la revolución, que hincarse de rodillas ante la propia obra artística que cada cual va completando. Y prueba de eso es la prima ballerina assoluta. Gran bailarina, no hay dudas, que ya tiene su teatro y que ya tiene su estatua, aunque siga vida, en el lobby del teatro que alguna vez se llamó Tacón y luego García Lorca, y ahora Alicia Alonso. Así es como se ve lo pródiga que resulta la cultura revolucionaria con sus adeptos y defensores.