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La tumba olvidada de un expresidente cubano

Lápida original en el Cementerio de Colón (Foto: Ernesto Santana)

Lápida original en el Cementerio de Colón (Foto: Ernesto Santana)

LA HABANA, Cuba.- Su nombre, José Agripino Barnet y Vinarejas, es poco conocido. Como su vida. El olvido sepulta su tumba en el Cementerio de Colón. No se sabe si su segundo apellido es Vinarejas o Vinajeras. O Vinageras, como está escrito en la lápida, donde también se lee la circunstancia más importante de su vida: haber sido expresidente de la República de Cuba.

O se leía cuando aún estaba la lápida, que ya hoy no existe, porque, debido al deterioro y a la indiferencia, fue sustituida por una simple losa anónima. Como si la desmemoria debiera ser acelerada, ya que se decretó el fin de la historia… de la República cubana, pues en la ficción oficial casi lo único real que nos ha ocurrido es la revolución.

Pero José A. Barnet existió, aunque su biografía sea muy exigua. Fue un diplomático y político nacido en Barcelona, España, en 1864, y ocupó el cargo de Secretario de Estado durante el gobierno del entonces presidente provisional Carlos Mendieta, durante cuya administración (del 18 de enero de 1934 al 11 de diciembre de 1935) Cuba logró por fin la derogación de la Enmienda Platt.

Ciertamente, a la caída de la dictadura de Gerardo Machado el 12 de agosto de 1933, siguieron siete años de una inestabilidad política inconcebible, casi grotesca. Primero, fue designado presidente provisional el general Alberto Herrera Franchi y, unas horas después, el coronel Carlos Manuel de Céspedes (hijo). A los pocos días surgió el Gobierno de la Pentarquía, en manos del Directorio Estudiantil y el ya coronel Fulgencio Batista, que no llegaría a la semana y fue seguido por la designación de Ramón Grau San Martín, quien renunció a los cuatro meses.

Resultó investido entonces Carlos Hevia y de los Reyes. A los tres días lo sustituyó, por tres horas, el periodista y escritor Manuel Márquez Sterling. El coronel Carlos Mendieta y Montefur, a continuación, presidió el gobierno durante casi dos años, hasta que fue reemplazado, el 11 de diciembre de 1935, por su Secretario de Estado, José Agripino Barnet y Vinajeras.

Este político sin mucho relieve asumió la presidencia precisamente hasta el 20 de Mayo de 1936, a treinta y cuatro de nacida la República. Durante los cinco meses de su mandato, convocó a las primeras elecciones generales que se efectuaron tras la caída de la tiranía machadista, donde resultó ganador Miguel Mariano Gómez, hijo del general José Miguel Gómez, quien fuera nuestro segundo presidente electo.

El nuevo gobernante legítimo, que por su oposición a Machado había tenido que vivir en el exilio, tenía mucho prestigio por su gestión como alcalde de la capital, pero el Congreso lo destituyó el 23 de diciembre de ese mismo año. Su sucesor, el coronel Federico Laredo Brú, encabezó la administración del país hasta que, en octubre de 1940, se cerró el ciclo de inestabilidad con la convocatoria a la Asamblea Constituyente que elaboró la Constitución de 1940. Pero ya eso es otra historia.

La de nuestro casi ignorado José Agripino Barnet y Vinajeras, diplomático y político del Partido Liberal nacido en España, una historia sin signos de admiración, terminó el 19 de septiembre de 1945, cuando falleció. Curiosamente, en Wikipedia leemos que murió en la misma ciudad donde nació, Barcelona. De cualquier modo, parece evidente que sus restos reposan en La Habana.

En los últimos años, hemos visto cierto esfuerzo de algunos historiadores e intelectuales del país por tratar con cierta veracidad algunos hechos de la República —llamándola incluso así, y no “seudorrepública”— y los actos de ciertos hombres de esa etapa que, con virtudes y manchas, jugaron algún papel en los acontecimientos que nos ha traído a todos hasta aquí.

No es que haya que construir un monumento a este cubano catalán, pero, si los trabajos de mantenimiento y reparación que se están efectuando en el Cementerio de Colón responden a la necesidad de conservar nuestro legado histórico y cultural, ¿no merecería ese sepulcro una simple losa con la elemental información sobre quién fue José Agripino Barnet?