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‘Las cuerdas vocales de la revolución’ Cubanet

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Rafael Serrano, uno de los locutores más visibles de la TV cubana (Foto: jovencuba.com)

LA HABANA, Cuba.- El hecho de que cientos de profesionales de la palabra en Cuba tengan su autoestima en los calcañales, o enfundada en un traje de miliciano el Día de la Defensa Nacional; su dignidad sea un batido de consignas patrioteras en banquetes solemnes de la revolución, y el oficio no pase de ser una repetición de mentiras para engordar su currículo y viajar, conducir programas estelares y obtener otras migajas en la locución, los convierte en las trompetas triunfales de un falso ideal.

Hay que oír como estos altoparlantes humanos, comprometidos en teoría con decir la verdad, son usados cual antiguas máquinas tragaperras que, de acuerdo al valor de la moneda y al tema elegido por el que pagaba, reproducían una canción efímera o la de nunca acabar. La diferencia es que al contrario de las tragaperras, estos fingen comer candela, tragarse el humo y toser país.

La creación de La Red Nacional de Locutores Cubanos, con delegaciones desde el nivel municipal hasta el nacional, es una evidencia de que la sumisión, el teque, la inmoralidad, el oportunismo y otras abyecciones aún son las vías rápidas para posar de figurín ante las cámaras y micrófonos de la televisión nacional o rompiendo montes fuera del país, como marionetas de la revolución.

Que tantos profesionales formados en las aulas de las universidades del país “más culto del universo”, en un acto sublime de abyección se declararan “las cuerdas vocales de la revolución”, según reveló Marialina Grau, una de las coordinadoras de los nuevos timbres que arrullarán los cantos de cisnes de la ideología oficial, dejan mucho que desear del papel de la locución en Cuba.

El problema es que apesta tanta desfachatez. Duele, encabrona y repugna que nadie defienda su condición de profesional, chofer de un almendrón, maestro, conductor de un arria de mulas o vendedor de café, sin antes decir que si ha logrado alcanzar esta profesión u oficio es gracias a esa entelequia nombrada revolución, sublimizada hasta el punto de convertirla en algo corporal.

De ahí que me pregunte: si el Partido Comunista de Cuba (único) es el cerebro y la vanguardia de la revolución, los comités de defensa sus ojos, lengua y oídos, la cultura el escudo y la espada y los locutores las cuerdas vocales de la revolución, ¿qué parte del cuerpo de la nación ocupa esa mayoría que asume desde la humildad y el orgullo personal ser lo que es, sin agradecer nada al poder. ¿Los juanetes, la espalda, la planta de los pies, o el trasero de la revolución?

Ante tanta ruindad profesional por lograr incorporar todo lo que repta, vuela o nada en Cuba al cuerpo esclerótico de la revolución, no dudo que mañana los bomberos se declaren el chorro a cuentagotas de la revolución, los proxenetas y las prostitutas el órgano reproductor, los cuentapropistas el ombligo o la nariz, y los rateros, ladrones y corruptos, las piernas de la revolución.

Además, quién sabe si para seguir integrando y comprometiendo a todos los sectores del país, y a todo lo que existe en él, a ese Frankenstein formado con restos de fracasos ideológicos, políticos, sociales y económicos nombrado revolución, mañana se nos diga que La Gran Piedra y El Yunque son los riñones, las palmas reales el pelo y el Pan de Guajaibón un chichón en la cabeza del país

Es tanta la estupidez el fingimiento y el temor de quienes se declaran parte integral del cuerpo de una revolución anclada en el poder, pese a su desgaste y vejez, que los demás integrantes de la sociedad que no son ni siquiera apéndices serían considerados enfermedades crónicas, pasajeras o contagiosas como la diabetes, la gripe y el sarampión, tipificadas en la disidencia y la oposición.

Entregarse a un arte, un ideal, una profesión o al más humilde oficio es parte de la condición humana que nadie debe criticar, pero hacerlo por temor o para obtener prebendas, mantener un puesto laboral en contra de la dignidad personal y a favor de la manipulación de la colectiva, es un acto de cobardía y sumisión, como lo es autodefinirse “las cuerdas vocales de la revolución”.

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