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Las respuestas de Silvio Rodríguez

Silvio Rodríguez (Foto: AP)

LA HABANA.- Seguramente es demasiado creer que Silvio Rodríguez, en una de sus giras de conciertos por las prisiones, pueda tener un encuentro con alguno de los cinco condenados a largas penas de cárcel por el secuestro de la lancha Baraguá.

Excesivo ya sería imaginar qué podría responder el músico si ese convicto lo cuestionara por haber apoyado el juicio sumarísimo y el fusilamiento de sus tres amigos. Es probable que esos sobrevivientes ni siquiera sepan, o ya no recuerden, que ese artista tan fraternal hoy firmó aquella carta tan tristemente famosa de respaldo a ese y otros crímenes del gobierno.

En días recientes se han cumplido 15 años de la ola represiva conocida como ‘Primavera Negra’ —en la que se enmarcaron aquellos fusilamientos— y de la ola de fuertes críticas que provocó, como la carta de condena, promovida por Encuentro de la Cultura Cubana, firmada por medio centenar de artistas e intelectuales del mundo.

El gobierno de Fidel Castro replicó con el Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos, en que 27 artistas e intelectuales de alta fidelidad —entre ellos Silvio— pidieron, a los aliados que habían expresado reprobación, no dar argumentos que pudieran utilizarse en “la gran campaña que pretende aislarnos y preparar el terreno para una agresión militar de Estados Unidos”.

Pocos se sorprendieron de que el trovador participara en ese vergonzoso respaldo, teniendo en cuenta que —como una caricatura de Tirteo, el poeta bélico de la antigua Esparta— llevaba mucho tiempo exaltando la violencia del castrismo, sublimando con su talento artístico la épica revolucionaria. Por mi parte, recordé lo que me había contado un amigo casi 20 años antes.

A mitad de los ochenta, cuando ya la carrera de Silvio tenía pleno apoyo oficial en Cuba y comenzaba a obtener un enorme éxito internacional, se programó un concierto suyo en la Academia de San Alejandro y mi amigo, que estudiaba allí, fue uno de los organizadores. En aquel tiempo, no eran pocos los admiradores del trovador a los que disgustaba su acercamiento a la música popular.

Pero eso fue solo un detalle más en lo que terminaría en desastre. Quizás tenían razón los que pensaban que Silvio sentía una especial frustración con respecto a San Alejandro, porque se hallaba estudiando allí precisamente cuando fue llamado al Servicio Militar en 1964. A mitad de los ochenta, además, todavía en esa institución podían encontrarse estudiantes poco dóciles y con tendencias contestatarias.

Lo cierto es que el concierto, desde el propio diseño del escenario hasta el diálogo con el público estudiantil, resultó una situación muy incómoda en la que debió intervenir la dirección del centro para controlar a unos muchachos muy poco respetuosos con el Tirteo cubano, cantor mayor de la revolución, y al final varios estudiantes, entre ellos mi amigo, vivieron una amarga experiencia con la Seguridad del Estado.

Pero hubo algo que nunca he olvidado en esta historia y que después me ha ayudado a entender algunos aspectos de la carrera de Silvio. Cuando un alumno le preguntó cara a cara por qué ya no componía “canciones críticas” —como las que lo habían convertido años antes en modelo de rebeldía—, el trovador respondió que, además de tener derecho como artista a crear libremente, ya carecía de razones para protestar porque ahora disfrutaba de muchas comodidades que otros no tenían y que resultaría deshonesto mantener el papel de rebelde.

Tal respuesta causó disgusto en su joven audiencia, pero esa sinceridad sin duda alguna sirve para comprender mejor al artista, incluso al hombre. O sea, los aferrados al ídolo contestatario se quedaban en el pasado, y, además, quedaba implícito que Silvio no solo aliviaría su protestadera, sino que también evitaría arriesgar las comodidades conseguidas con su trabajo.

En el reciente documental Hoy es la víspera de siempre se nos aclara más ese personaje que a veces pareció contradictorio: “Nunca he tenido miedo de decir lo que pienso. En primer lugar porque creía en Fidel. Si no hubiera creído en Fidel, yo sí hubiera tenido miedo”, confiesa en un momento.

Se supone que a Silvio le preguntan mucho porque acostumbra a dar respuestas sorpresivas y aun “audaces”. Como esta: “No nos damos cuenta de que hace rato que el mundo cambió. Se decía antes que los que tenían la información eran los que tenían el poder. Bueno, ya el poder es de todo el mundo”.

O esta otra, sobre los temores gubernamentales a los efectos del mundo real sobre nuestra burbuja: “La cultura cubana siempre fue una cultura de resistencia. ¿Cómo ahora no lo va a ser? No es la cultura la que corre peligro. Es la po-lí-ti-ca”. A Abel Prieto no debe haberle gustado. Para colmo, a continuación viene un fragmento de su canción Ese hombre, de 1977, ilustrada con imágenes de Fidel Castro, a quien está dedicada.

No obstante, se evita la última estrofa: “Ese hombre que por hechos o por dichos / es alabado tanto / se cuide de sí, se cuide de él solo / porque hay un placer perverso en creer / merecerlo todo”. Y uno tiene que recordar aquel tema Ese hombre está loco, en voz de Tanya, unos años después.

En el documental, relata Silvio que la idea de hacer giras “por las prisiones surgió cuando yo era diputado a la Asamblea Nacional”, precisamente al despedirse después de permanecer en el cargo durante tres períodos, por 15 años. Uno puede suponer sin temor a equivocarse que ese fue su mayor logro como parlamentario. En el fondo de sus ojos, por supuesto, brilla el cinismo, pero también el temor. Y hasta un cansancio profundo, casi moral.

Y allá va el trovador, en su Gira Interminable por los barrios, como huyendo de sí mismo, tan distinto de ese otro juglar con quien se le ha comparado erradamente, Bob Dylan, que sigue dando conciertos incluso para escasas audiencias, por el puro placer de regalar sus canciones, sin populismos y sin sentarse jamás a cantar a los pies de un dictador que lo desprecia.

“Silvio, ni la plata y ni el oro compran de vuelta el latido de un corazón que se ha enfriado / Silvio, tengo que irme a buscar algo que solo los muertos saben / Doy lo que tengo hasta que no tengo más”, así cantaba Dylan en una canción que se llama precisamente Silvio, aunque no está dedicada al cubano.

Ah, esas “agudas” respuestas de este Silvio. Sobre el recién ungido Miguel Díaz-Canel soltó una opinión que pudiera pasar por “audacia enigmática”: “Tengo la sensación de que, en la medida en que se ha ido haciendo presidenciable, se ha ido poniendo rígido, como más ortodoxo conceptualmente”. Y seguro que no le gustó al presidenciado. O quizás sí.

Aunque parezca excesivo imaginar qué podría responderle Silvio a uno de los condenados en el caso del secuestro de la lancha, en un hipotético encuentro, no es ilógico suponer que podría ser más o menos lo que contestó cuando le preguntaron sobre las críticas hechas por Pablo Milanés.

“Pablo me incluye a mí”, aseguró, “entre los despreciables que seguimos defendiendo la Revolución, y los que firmamos la carta que él entendió a su manera”. Y concluye con su típica frivolidad de fondo: “Como dice un amigo mío: Hay un viejo proverbio latino, Quod escripsi, escripsi. Lo que está escrito, está escrito y no se puede borrar”.