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Las tribulaciones de una «yuma» en Cuba

La estadounidense Shannon Rose Riley con su libro Raza y Olvido (Foto cortesía del autor)

SANTA CLARA, Cuba.- Shannon Rose Riley, artista interdisciplinaria, Coordinadora del Programa para las Artes Creativas, Profesora y Jefa del Departamento de Humanidades en la Universidad californiana de San José, aterrizó en Cuba por octava vez a finales de junio para gastarse 10 días de asueto que le costarían más de mil dólares, coincidiendo con la anual Fiesta de Fuego en la oriental Santiago de Cuba.

En el aeropuerto de la “Ciudad Héroe”, fue registrada concienzudamente y escudriñados todos los equipos electrónicos que portaba consigo.

Ahí declaró cuanto tareco “extraño” exhibía, y fue especialmente cuestionada acerca de “uno amarillo chillón” conocido como ‘InReach’ (SEND, por su descripción en inglés), que no es más que un dispositivo/posicionador que permite textear a través del sistema satelital SPOT, adicionándole la ubicación exacta del emisor al receptor del mensaje. Un artilugio de frecuente uso civil, comercializado para quienes practican deportes extremos o viajes de riesgo.

Pero esa “gran cosa” —de previsible obsolescencia, y que contienen ya celulares como el IPhone-7, que también trajo—, no podría haberla imaginado “peligrosa para los destinos de la nación” que amistosamente visitaba, o “ilegal”, porque tal tecnología data de más de una década, y no ostenta advertencia de exclusión.

Con algunos organizadores (Foto cortesía del autor)

Dado que la intelectual se recuperaba de un doble accidente de tránsito, al venir su esposo la proveyó del aparato para saber por dónde iba cuando la cobertura del roaming telefónico resultara ineficaz.

La profe había venido antes, tanto a establecer vínculos profesionales como a relajarse, y había conocido a personas y lugares de interés. Entre otros, la Casa del Caribe que organiza la festividad anual que transcurre en Santiago.

Su visa de “turista”, que no es más que una tarjeta con dos cupones para entrada y salida, no está estampada en el pasaporte como normalmente ocurre en otras partes, y constituye la única vía expedita que el aterrillado consulado cubano en Washington, a través de una red de abogados boyantes y consultores intermediarios, tiene para cobrar, tal cooperativa cuentapropista del traspatio, mensualidades para el estado “revolucionario”.

Habiendo Riley investigado a fondo temas concernientes a la evolución, estadio y comunidad de racialidades entre los Estados Unidos, Haití y Cuba desde 1848 hasta 1940, su libro ha devenido objeto de publicación y estudio. Por ende, debería de suscitarle otro interés a los apresadores trasnochados más allá de paranoias y suspicacias infundadas.

Aunque dicha obra no constituía la razón principal de su visita, fue invitada a enrolarse por autoridades influyentes en la jornada, pero declinó acreditarse oficialmente al no aparecer su nombre en las listas. Decidió, sin embargo, disfrutar del vehemente jolgorio, asistir a encuentros en calidad de público sin compromiso de charlas, y hallar allí viejos conocidos.

Citación oficial (Foto cortesía del autor)

Cuando restaban 36 horas para su partida, se personó ‘un oficial de inmigración’ en el hostal donde se alquilaba para “que fuera esa misma tarde a su oficina en el Reparto Vista Alegre.” El compañero de verdeolivo le cuestionó “si poseía visa profesional para participar en el evento”; y al inquirir sobre el motivo de aquella interrupción de su jornada, hasta entonces placentera, no obtuvo del agente otra respuesta que un “no me pregunte, porque yo no sé”.

Luego de pagar una cantidad de dinero imprevista para que un trasporte la esperara afuera del MININT, pues presumiblemente regresaría enseguida, descubrió que “la cosa iba para largo”, porque la habían convertido en suerte de Mata Hari al servicio del espionaje mundial, y tratada como tal.

Los personajes que la interrogaron por ocho horas sobre el “aparato de gran alcance” que llevaba 8 días usando para contarle al esposo de peripecias y estado de salud, no disimularon el desdén por quien, sin saberlo, había transgredido la misma ley que englobara la tarequería que puso tras las rejas al coterráneo Alan Gross en 2009 en misión de la USAID.

La liberaron a medianoche, bajo el ultimátum de que “si comprobamos que has trasmitido información sensible sobre nuestra ‘seguridad nacional’ a tu gobierno con esta cosa que examinaremos mañana, serás procesada por infiltración… ya sabes”.

En la casa de Caribe (Foto cortesía del autor)

Todo fue demasiado confuso, clamó por un traductor desde el principio, pero nunca le fue proporcionado, y terminó firmando tres pliegos caligrafiados con nombres y lugares que nunca supo qué eran, ni siquiera entendió cuál crimen habrían cometido ella y su pareja.

Con los nervios deshechos pasó el último día enclaustrada, a la espera del arresto, pero a las cinco de la mañana del 6 de julio, como había informado en la estación, partió hacia el mismo aeropuerto por el cual desembarcó.

Allí se enteró que el vuelo de las 8:30 de la mañana había sido pospuesto para las 9:00 de la noche y la angustia regresó, pues debía incorporarse a clases temprano el día 9 y necesitaría recuperarse tras tantas horas de vuelos.

De vuelta a la Casa Colonial por horas extras, llamaron de inmigración para saber si aún estaba allí. Fue pasadas las 8:30, cuando se suponía debería estar en el aire, que le anunciaron “le devolverían el artefacto” pero “con la condición de no usarlo nunca más ni volverlo a traer en un próximo viaje.”

Le desearon un “feliz regreso” pero no ofrecieron disculpas. Tampoco pidieron perdón por el tiempo robado, o el daño irreversible, ni la mala forma en que la hicieron sentir por algo que alguien bien pudo evitar informándola a la entrada, o bien reteniéndolo hasta su salida.

No existe descripción de ‘tecnología aceptable’ para un país asediado. No hay personal competente en puntos fronterizos. Las drogas abarcan porciento importante en la tarea de vigilar. Dejan proceder y requisan a merced de voluntades, inminencias de ataque, alarmas e improvisación personales. Todos en perpetuo estado de sitio, como quería fuera don papito el geómetra.

Los de ‘inteligencia’ demoraron en “descubrir” la amenaza de portar un GPS que emplea conexión inalámbrica. Imagino que fue mirando aquellas fotos, tomadas por la aduana, tal vez extraviadas.

Lugar del Hospedaje en Santiago de Cuba (Foto cortesía del autor)

El alto dignatario plagado de medallas sobre el pecho que la entrevistó aparentando cortesía, llevaba la encubierta misión de desenmascararla, porque todos bajo su mirada —que es la misma del poder supremo— seremos culpables. Así demostremos lo contrario o carezcan de sagacidad para probarlo.

Shannon aseguró antes de marcharse que “ama a Cuba y a su gente” pero que “tendré que replantearme retornar y tropezar con estos mandos”, excelsos sujetos “promotores de la fuga del ansiado turista” con tan sabios procederes. No sabe si —como explica en obras trascendentales— “absolverlos u olvidarlos”.