Inicio Cuba Los 50 años por adelantado del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC

Los 50 años por adelantado del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC

Portada del documental Hay un grupo que dice. Foto Internet

MIAMI, Estados Unidos.- Con varios meses de adelanto, el pasado primero de abril Silvio Rodríguez, en su blog Segunda Cita, conmemoró los 50 años de la creación, en 1969, del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (GESI).

En un nostálgico post titulado “Hoy, hace medio siglo”, el cantautor evocó cuando el primero de abril de 1969 les entregaron los carnets del ICAIC a él y al compositor y guitarrista Leo Brower.

En aquel momento, el grupo aún no había empezado a funcionar y ni siquiera se habían acabado de escoger a los músicos que lo integrarían.

Usando sus poderes e influencias, el GESI fue el modo que halló Alfredo Guevara, director en ese entonces del ICAIC, de satisfacer la petición de Haydée Santamaría, directora de Casa de las Américas, de proteger de los vientos inquisitoriales que corrían a los descarriados Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola.

A Alfredo Guevara, que fue quien escogió el nombre del grupo, se le ocurrió que los jóvenes cantautores estudiaran música con Leo Brouwer, Federico Smith, y que luego se dedicaran a componer e interpretar bandas sonoras para el cine cubano. Así, hasta su gradual desintegración ya entrados los años 70, el Grupo sirvió de asilo, reformatorio, academia musical, taller, laboratorio y escuela de capacitación política.

En realidad, el aniversario número 50 del GESI se cumplirá en noviembre. Fue en ese mes, hace medio siglo, que los integrantes del grupo, bajo la dirección de Leo Brower, iniciaron las clases y los ensayos. Todos excepto Silvio, que, para entonces, como explica en su blog, se hallaba purgando sus pecados ideológicos en el Atlántico, a bordo del barco pesquero Playa Girón. No regresó a Cuba hasta el 28 de enero de 1970, y un par de semanas después fue que se incorporó al GESI.

Ya Silvio Rodríguez había explicado eso en el documental “Hay un grupo que dice”, realizado por Lourdes Prieto en el año 2013.

El verdadero nombre de ese documental es más largo: “Hay un grupo que dice y cuenta un país”. Un nombre bastante acertado, porque eso es precisamente lo que hacen algunos de los integrantes del grupo y de su entorno. Solo que el país y la época que cuentan es a la manera y conveniencia de los maniáticos convertidos a revolucionarios que se apoderaron del país y lo despeñaron.

Foto tomada de Internet

Y no es porque al decir y contar escatimen disparates y barbaridades los protagonistas del documental. Las dicen, se lamentan, pero escamotean las culpabilidades, y terminan justificando aquellos “errores y males necesarios”, perdonando. Como si todo hubiese sido solamente obra de Pavón, Quesada y un puñado de extremistas, como si las prácticas que implementaron no hubiesen sido políticas de estado ordenadas desde las máximas instancias.

La moraleja que uno extrae de sus palabras es como la de cornudos apaleados, siempre dispuestos a perdonar a su amor, que en el fondo no es malo, sino lo contrario, una bellísima persona. Y uno no sabe si reírse cuando escucha a Silvio y compañía decir con emoción que aquellos tiempos fueron lindos, que lo meritorio fue resistir, que gracias a las vicisitudes y las incomprensiones que tuvieron que vencer se hicieron mejores seres humanos.

Hace varias noches vi “Hay un grupo que dice” en la TV, y terminé asqueado y deprimido. Me sentí como si se burlaran de mí con ese burdo intento por conmovernos y hacernos añorar aquel tiempo, en el que andábamos por un país que parecía un campamento, hambreados y mugrientos, y lo que es peor, engañados, dejando que hicieran de nosotros “el hombre nuevo”, creyendo que el paraíso que anunciaban  ̶ Cordón de La Habana, escuelas en el campo, servicio militar obligatorio, guerras africanas, microbrigadas y zafras de por medio ̶  estaba al doblar la esquina.

Sin embargo, aun con los malos recuerdos que me evocan, disfruto escuchar algunas de las canciones del GESI, las pocas que no eran panfletarias, es decir, las canciones de amor y los instrumentales. No importa que hoy suenen demasiado rudimentarias aquellas grabaciones, con orquestaciones ambiciosas en que había flauta, oboe y fagot; los ecos de Thelonius  Monk en  los  tumbaos en el piano de Emiliano Salvador, y todo tipo de percusiones raras tocadas por Leoginaldo Pimentel y Norberto Carrillo; pero se echa desesperadamente de menos las buenas cuerdas de acero para las guitarras y órganos Hammond, como los del rock inglés y norteamericano, que era lo que de verdad nos volvía locos, aunque nos lo prohibieran e hicieran tragarnos a la cañona la mierda de “la canción como un arma de la revolución.”

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