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Los “ángeles” de los cubanos en la frontera con México

Los estudiantes juarenses Axel Loya, Karla Miller y César Palacio han conseguido comida para decenas de cubanos pidiendo donaciones en parques y centros comerciales. Ninguno de los tres se conocía hasta encontrarse en Facebook en el recién creado grupo de jóvenes Fortaleza Ciudad Juárez. Fotos del autor

CIUDAD JUAREZ, México.- El día en el que conocí al joven juarense Axel Loya, llevaba dos bolsas repletas de comida. Pasó más de una semana hasta que supe que el contenido  ̶ alimentos para inmigrantes que esperan en la frontera con México su turno para solicitar asilo político en Estados Unidos ̶  había sido comprado con el dinero que pidió en uno de los escasos parques de Ciudad Juárez.

La segunda vez que lo vi llevaba recaudados 350 pesos mexicanos (unos 18 dólares) y con sus compañeros de ayuda, Karla Rubí Miller, de 18, y César Palacios, de 16, se dirigían a un supermercado para comprar pan, atún, mayonesa, jamón y agua para más de veinte cubanos que se alojan en un hotel, al no haber encontrado lugar en uno de los albergues para inmigrantes.

Poco después, un grupo de cubanos como Giovani Ríos, que se hospeda en uno de los lugares más decadentes y peligrosos cercanos al puente fronterizo de Santa Fe, recibían emocionados la comida sin saber que detrás de ella hay una historia de solidaridad genuina, en una Ciudad Juárez golpeada por la pobreza y la falta de infraestructuras mínimas  ̶ como agua, luz y alumbrado público ̶  en varias de sus colonias.

A Loya, estudiante de Derecho de una universidad pública, que nunca había pedido dinero, le sorprendió la reacción de los habitantes de su propia tierra.

“Yo pensaba que muy poca gente iba a donar. Me sentí muy inspirado, me cambió mucho la perspectiva de la ciudad, porque hay muchas personas a las que les preocupa hacer bien, más de las que imaginaba”, asegura Axel Loya Valles, de 18, cuyo padre se encuentra actualmente desempleado.

Para entender el asombro del futuro abogado  ̶ que sueña con reformar el sistema de educación para acabar con la desigualdad socioeconómica, siguiendo los pasos de José Vasconcelos ̶  no hay más que ver las estadísticas de esta ciudad mexicana, fronteriza con la estadounidense de El Paso (Texas).

El 37 por ciento de la población de Ciudad Juárez vive en la pobreza, casi 500 mil personas. Y 62 mil lo hacen en la pobreza extrema. Es decir, que sólo el 25 por ciento de la población  ̶ una de cada cuatro personas ̶  no vive en pobreza ni es vulnerable a ella, según un estudio del Colegio de la Frontera Norte. Esta situación la padecen a pesar de trabajar en una de las ciudades más industriales de México, hogar de más de 300 fábricas maquiladoras de capital extranjero. Aquí, donde se ensamblan desde piezas de vehículos hasta aparatos de última tecnología, el 40 por ciento de las calles están sin pavimentar, son arena del desierto.

Un grupo de familias menonitas viajaron por más de cinco horas para cantar y recordar a los inmigrantes que ellos también fueron perseguidos en su Europa natal antes de huir a México. Foto del autor

En ese paisaje, las personas que viven en las zonas de menos recursos son las que dieron más, destaca Karla Rubí Miller, estudiante de medicina, que estuvo solicitando ayuda económica para los inmigrantes por varios centros comerciales.

“Lo mejor es ver que quedan personas con buen corazón y ver las caritas de felicidad de los inmigrantes”, apunta la joven, que, a sus 18 años, además de estudiar regenta una librería.

La ayuda de juarenses anónimos no ha pasado desapercibida para Joel Valadez Monsiváis, uno de los encargados logísticos del refugio temporal para inmigrantes instalado en el gimnasio de Bachilleres de Ciudad Juárez, aunque su cargo oficial sea coordinador de programas sociales de la Subsecretaría de Desarrollo Social del gobierno del estado de Chihuahua, al que pertenece Juárez.

“Realmente se ha sumado un sector muy grande de la ciudad, universitarios que compran con sus propios ahorros ropa interior para los inmigrantes, familias enteras que han venido para ayudar en labores de limpieza, grupos religiosos cristianos y las mismas autoridades”, destaca desde el refugio, que está situado en una de las áreas mejores de la ciudad.

No existen aún datos oficiales de la ayuda económica del estado para mantener este albergue provisional, que comenzó hace casi un mes y cuenta con personal médico, seguridad policial, ambulancia y treinta trabajadores en tres turnos, incluido el nocturno.

En un día soleado y frío del desierto, más de medio centenar de personas que portan vestimentas como las que utilizaban sus antepasados europeos antes de llegar a México en el siglo XIX comienzan a llegar al albergue. La mayoría de ellos se habían arriesgado a viajar por carretera durante más de cinco horas. Lo hicieron desde sus hogares en Cuathémoc, Chihuahua, con el propósito de cantar y llevar un mensaje de esperanza a los más de 500 inmigrantes, unos 200 de ellos cubanos, que acampan en el gimnasio albergue. Son menonitas y de religión evangelista. Su intervención comienza explicando que ellos también son un pueblo perseguido, que tuvo que huir. Y surge la conexión, las lágrimas de unos y de otros, aunque parezca que no tengan mucho en común más que ser seres humanos.

“No me puedo imaginar lo que están pasando”, dice Cornelio Hildebrant, de 45 años, en un español marcado por el alemán vivo de sus antepasados y el mexicano del país en el que nació, quien acudió con su esposa y sus cuatro hijos.

Algunos cubanos, como Maribel García, de 57 años y madre de dos médicos que trabajan en Estados Unidos como auxiliares, comenzaron a llorar al escuchar los cánticos. Otros, como Arasay Alonso, de 31 años y madre de tres niños a los que tuvo que dejar en Cuba, se enfundó en un abrazo con Catherine Lepelley y sus cuatro pequeños. Esta evangelista caminó hacia la colchoneta en la que la cubana estaba acostada en las canchas del gimnasio y le aseguró en inglés que no está sola y que están rezando por ellos.

Los cubanos Darisel Peraza, a punto de dar a luz, y su esposo Yeniel fueron rescatados de las calles de Ciudad Juárez por el mecánico de automóviles José Fausi (tercero, a la derecha). Foto del autor

Las historias de los juarenses con los inmigrantes se repiten en una ciudad donde se dan los mayores rasgos de solidaridad a pesar de sus retos. Como cuando José Fausi, un mecánico de vehículos, se encontró en la calle con una cubana embarazada de ocho meses y medio que había dormido en la intemperie. A Darisel Peraza, de 26 años, junto con su esposo Yeniel Martínez, de 35, les dio de abrigo la ropa que llevaba, los encaramó en su vehículo y los invitó a comer, para luego llevarlos al albergue instalado provisionalmente en el colegio de Bachilleres. Y es que los “ángeles” también existen en Ciudad Juárez.