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Los brujos de San Valentín

Abel Prieto (d) junto a Enrique Ubieta en 2016 (Foto de archivo)

LA HABANA, Cuba. – La 28va edición de la Feria Internacional del Libro continúa su recorrido por otras  provincias del país. Su propósito es el mismo y une a pensadores de andén, escritores mediocres e intelectuales cubanos y extranjeros de la izquierda perversa, encargados de convertir el hecho sociocultural de mayor convocatoria de la Isla en una carpa política itinerante donde la demonización del contrario marcha a la par del elogio a la Revolución.

De ahí que la presentación del libro “El hechicero de la tribu, Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina”, de Atilio Borón, no sorprendiera a nadie cuando se convirtió en un repulsivo aquelarre que generó  rechazo entre los  asistentes a ese linchamiento moral o exorcismo político contra el  autor de “La Ciudad y los perros”, “El sueño del Celta” y “La casa verde”,  entre otras obras que lo llevaron a obtener el Premio Nobel de Literatura en 2010.

El aquelarre-presentación del libro contra Vargas Llosa, realizado durante el capítulo habanero de la feria (del 7 al 17 de febrero) en La Cabaña, devino en una especie de pira ideológica alrededor de la cual, el gurú alevoso, Atilio Borón, rodeado por Los Brujos de San Valentín y otros miembros de la tribu revolucionaria continental, lanzaron invectivas, danzaron y entonaron cánticos contra el  autor de “La fiesta del chivo” y “El hablador”.

Los brujos de San Valentín -bautizados así por la fecha de presentación del libro de marras (14 de febrero), el toque de tambores ideológicos y las señales de humo compartidas en este conjuro deicida invocado por Atilio Borón contra Mario Vargas Llosa- es el trío formado por Abel Prieto, Iroel Sánchez y Enrique Ubieta, siempre dispuestos a ofender,  prohibir y enlodar la obra de los que  disienten del socialismo totalitario y verdulero cosechado  en Cuba, al que suelen vender como inclusivo, progresista y original.

El exministro de cultura,  Abel Prieto, con todo el resentimiento o envidia que lo caracteriza, no perdió la oportunidad del aquelarre para desbarrar de autores cubanos como Guillermo Cabrera Infante (Caín), en su sempiterno  amor-odio contra el autor de “Tres tristes tigres”, aunque incluyó esta vez a Jesús Díaz –“Las cuatro fugas de Manuel”-, entre otros escritores  fallecidos en el exilio,  acusándolos, como en otras ocasiones, de apostasía política.

¿Le perdonará Abel a Caín haber escrito “La Habana para un infante difunto”? ¿Reconocerá el funcionario que, a diferencia  de sus volúmenes “Noche de sábado” y “El vuelo del gato”, la obra Cabrera Infante es un monumento de la literatura cubana? ¿Admitirá alguna vez que “Las iniciales de la tierra”, de Jesús Días, dejó huellas en el acervo cultural de la nación? ¿Es consciente Prieto de que él nunca podrá llegar hasta ahí ni sumando sus modestos escarceos literarios “Los viajes de Miguel Luna”  y “Los bitongos y los guapos”?

El problema es que para estos aprendices de brujos, sin aval político ni obra literaria decente, convertirse en  chamanes de tribus urbanas donde las ideas vuelven a la coa y el taparrabo sobre cuerpos tatuados con la imagen del Che; cada autor que abandone  la claque de apoyo al comunismo, debe ser sacrificado en la hoguera de la intolerancia marxista, como exorcismo del clan, y en venganza por los  fracasos creativos de la tribu.

Los pasos sobre la lengua

Por otra parte, entre las perversidades anticulturales de las ferias del libro de La Habana, se pueden mencionar las prohibiciones de obras escritas por cubanos en el exilio, o dentro de la Isla, que cuestionan, denuncian, o simplemente rasgan el mítico velo que cubre la pureza de una revolución que no le caben ya otros implantes económicos, cirugías ideológicas, ni siquiera otra capa de colorete político que rejuvenezcan su envejecido y demacrado rostro.

Libros como “Mi vida sexual”, de Paquito de Rivera y “El ciervo herido”, de Félix Luís Viera, entre otros escritos de autores cubanos en el exilio, se suman a la lista de títulos censurados que integran, además, el libro de testimonios y entrevistas “Rapear una Cuba utópica”, de Alejandro Zamora, escrito en Cuba y recogidos todos sus ejemplares por la Seguridad del Estado en la pasada feria, como muestra de poder, intolerancia y cinismo.

También se ha convertido en una práctica habitual de los últimos eventos exhibir como fenómenos de feria a escritores que una vez brillaron y que, tras ser borrados por la maquinaria represiva de la Política Cultural de la Revolución Cubana, regresan como siervos leales al régimen que los condenó. Así, se les dedica una feria de compensación por lo sufrido a autores como Fernando Martínez Heredia y Lina de Feria.

Por ello no sorprende que, medio siglo después, en un salón cercano al foso de los laureles, donde la Revolución fusiló a tantos culpables e inocentes, Eduardo Heras León se pusiera de pie frente a una batería de periodistas y, entre risas y aplausos por la reedición de los libros “La guerra tuvo seis nombres” y “Los pasos en la hierba”, títulos causantes de su condena al ostracismo.

La feria concluyó este domingo sus capítulos en Cienfuegos, Ciego de Ávila, Pinar del Río, Villa Clara y Sancti Spíritus, con más de lo mismo: prohibiciones, unos brujos de San Valentín que tratan de exorcizar las malas influencias del capitalismo, y un Heras León midiendo los pasos sobre la lengua para no recordar, ni en público ni en privado, los hechos que lo arrojaron del paraíso ¿o infierno? en sus tristes memorias de una lealtad envilecida