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Los cincuenta años del Sgt. Pepper’s Cubanet

Portada del Sgt. Pepper’s (commons.wikimedia.com)

LA HABANA, Cuba.- A los que entonces éramos adolescentes, se nos erizan las canas del pasmo por lo raudo que ha pasado el tiempo ―y con él la vida, nuestras vidas― cuando reparamos en que Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band cumple 50 años.

Por estos días finales de abril, pero en 1967, los Beatles concluían las 55 jornadas que demoraron en grabar el disco conceptual por antonomasia, donde se inventaron una banda alter ego para llegar a extremos increíbles con la experimentación musical y cantar a los sueños y pesadillas de su generación.

Sería el disco más importante de su carrera y que revolucionaría no solo el rock, sino toda la música popular del siglo XX.

De tanto que me impresionó, recuerdo perfectamente la primera vez que escuché aquel álbum. Fue en el tocadiscos de mis amigos de la infancia, los hermanos Carlos y Guillermo Ubieta, en la diminuta sala de su apartamento de un pasillo de la calle Delicias, en La Víbora.

Como en Cuba todo nos llegaba con retraso, había pasado más de un año de lanzamiento del disco. Lo trajo, oculto para que no se lo fuera a quitar la policía, un radiante Juanito Beltrán, a quien se lo prestó alguien que tuvo el privilegio de que “se lo trajeran de afuera”.

En aquella época no teníamos discos propios, y menos aún de los Beatles. ¡Que íbamos a tener discos si no teníamos una camisa o un par de zapatos decentes para las fiestas de los sábados por la noche!

El disco del sargento Pepper nos fascinó. Nunca habíamos oído una música semejante, casi nos mata del susto con canciones como A day in the life. Sin embarbo, tenía un inconveniente: aquella música era arrebatadora pero no servía para bailar.

Más interesados por la música que por cualquier otra cosa, y tan patones como éramos, en otras circunstancias eso no nos hubiera molestado, todo lo contrario, pero por aquellos días se celebrarían los quince de nuestra vecina, la bella Miriam, la beldad del barrio, y queríamos que aquel disco que todos querían escuchar nos abriera la puerta de su fiesta.

Los ensayos habían durado más de un mes y nos habían excluido. Teníamos mala fama. Éramos pésimos bailadores de casino, solo sabíamos retorcernos al compás del rock, usábamos pantalones demasiado estrechos y nuestras incipientes e hirsutas melenas escandalizaban al barrio. Pero sólo nosotros podíamos conseguir los discos.

Nuestro empeño de poner la música en la fiesta fracasó. Llevamos varios discos de los Beatles, todos prestados, pero apenas logramos que pusieran Ana, From me to you y Mr. Postman. Ni hablar del Sgt. Pepper’s, o el glorioso Gloria de los Shadows of the Knight, que fue el primer disco propio que tuvieron los Ubieta.

Nos batimos en retirada poco después de las doce, cuando nos dijeron que estaba bueno ya de “música americana”, pusieron una cinta de Los Brincos o de Juan y Junior ―no sé, siempre los confundo―, y algún chico se puso majadero cuando sonó aquello de “…me vine, sin decirte nada…”

En ese momento, llegó el responsable de vigilancia del CDR a advertir que llamaría a la policía si no bajaban el volumen del amplificador ruso.

Fue después de aquel desastre que pudimos reparar con atención en la insólita música del Sgt. Pepper’s. Hasta la manoseada portada con los muñecos de cera de Madame Tussaud se nos metió por los ojos, rumbo al corazón. Nos puso como a la tal Lucy: “en el cielo y con diamantes”.

En materia musical, Sgt. Pepper’s fue nuestro arribo a la mayoría de edad: nos preparó para toda la música portentosa que vendría después. Solo que aquella música ―y particularmente la de los Beatles― nos traería demasiados problemas.

En un país en revolución, donde prometían el paraíso comunista, los sueños no podían ser sicodélicos, sino verde olivo y con pespuntes rojos. Una banda de melenudos y que para colmo cantaban en inglés, tenía forzosamente que hacerse sospechosa de diversionismo ideológico.

¿Cómo hablar de corazones solitarios en un país con disciplina de campamento donde todo tenía que ser colectivo? Ni en el baño el hombre nuevo podía estar solo. En becas, albergues agrícolas y campamentos militares, los baños no tenían puertas. No eran necesarias. El hombre nuevo debía ducharse y cagar en alegre colectividad, regocijado, también en las duchas o las letrinas, de dedicarse por entero a la construcción del socialismo. Y siempre vigilantes, no fuera a ser que a algún muchacho desviado le diera por ocultarse para escuchar la música del enemigo o dilapidar las energías que necesitaba la revolución en masturbarse frente a una foto de Brigitte Bardot de alguna peligrosa revista extranjera.

De esa época, en que “la era” paría un corazón, martillaban las consignas que hablaban siempre de muerte y los Beatles aullaban “oh yeah”, datan nuestros primeros encontronazos con el Gobierno-Estado-Partido y sus policías, verdugos y chivatos con múltiples máscaras y disfraces.

Mejor no recordar aquella época infame. Es lo malo de escuchar hoy a los Beatles. Con las buenas memorias, vienen siempre aparejados los recuerdos tristes de una adolescencia difícil. Tratamos de evitarlo, pero no podemos. Siempre caemos en la misma emboscada alevosa.

Con las canciones de la banda del sargento Pepper, el único sargento amable que he conocido, prefiero evocar a mis amigos. A todos. Donde quiera estén: en Cuba, fuera de ella, en este mundo o en el otro… Los convoco a todos para celebrar por todo lo alto el medio siglo del Sgt. Pepper’s.

Confluiremos en un punto de un cielo de mermelada, constelado de diamantes y flores de celofán, amarillas y verdes, fosforescentes, sicodélicas. Les garantizo que acudirá a una multitud de muchachas en minifalda y con ojos de calidoscopio. Juntos, como en los viejos tiempos, cantaremos With a little help from my friends. Lo necesitamos y merecemos. Trataremos de no desafinar. Y lo conseguiremos. No puede ser de otro modo.

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