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Los cubanos que miran a la Casa Blanca

Donald Trump firmando órdenes ejecutivas (fox59.com)

Donald Trump firmando órdenes ejecutivas (fox59.com)

LA HABANA, Cuba.- Aunque estuve haciendo innumerables ejercicios de memoria, no conseguí recordar el nombre de algún conocido que prestara atención a la mudanza de Tony Blair, aquella vez que abandonó la casa en la que residía con su familia para alojarse en el número 10 de Downing Street, en Londres. Tampoco tengo referencias que muestren nuestro interés en los inquilinos y las mudanzas que se suceden en La Moncloa cada cierto tiempo; que Rajoy o Zapatero establezcan allí su residencia no es de nuestra incumbencia, ni siquiera porque muchos digan todavía que España es la Madre Patria.

La mayoría de los habitantes de esta isla no se preocupan en conocer el nombre de los ocupantes del Palacio del Elíseo. Nada aportan esos saberes si no vamos a embadurnar el pan con fondue de queso ni a deleitarnos con un foie gras. Menor aún es la atención que prestamos a los inquilinos de Buckingham o de la Zarzuela, quizá porque estamos muy preocupados por conseguir los ingredientes que vuelven tolerables los chícharos.

Tengo un amigo que hasta puede dar el número exacto de las casi innumerables puertas y ventanas del Palacio de Invierno, y se refiere, entusiasmado, a su barroco isabelino; describe con deleite, quizá con cierta envidia, las ciento diecisiete escaleras del palacio que habitaron los zares hace ya mucho, sin embargo para la mayoría de los cubanos ese edificio es solo aquel que fue asaltado en un ya lejano octubre, dando inicio a una revolución que Lenin comandó y a la que mucho debe nuestra historia más reciente. Pero a pesar de lo cerca que estuvimos de los rusos, ellos no están en nuestro imaginario.

Hasta llegué a creer que para los habitantes de esta isla esas cosas carecían de interés, y le achacaba como causa el secretismo cubano. Nadie en esta isla conoce el lugar donde comen y duermen los poquísimos presidentes que tuvimos en los últimos cincuenta y ocho años, aunque tengo la certeza de que debíamos conocerlos, que sería bueno y más que bueno saber como son esas “casitas”, conocer cuántos cuartos tienen y la cantidad de agua que se precisa para dejar repletas sus piscinas.

Supongo que algún lector decidirá juzgarme, tildarme de frívolo, y la verdad es que poco me importa que lo digan. No me resigno, quiero saber qué vinos se cuidan en las cavas de esos palacetes tropicales que se levantan en un sitio al que llamamos Punto Cero sin saber exactamente donde está. Quisiera saber, porque me parece justo, los perfumes que exhiben sus tocadores y hacen que sus cuellos huelan diferentes al mío. Quiero saber lo que se sirve en esas mesas presidenciales que, supongo, jamás reciben la visita del “picadillo extendido” o del “condimentado” que nos asiste a tantos y que intoxica a mi madre.

Estoy seguro de que son muchos los cubanos que tienen, como yo, esa curiosidad. Al parecer la falta de información nos volvió mucho más curiosos. Y la prueba la tuve este último 20 de enero en una cola de la panadería en la que compro cada mañana el panecito que me corresponde, y el que le corresponde a mi madre. Si algo tienen de significativo esas colas del pan, además de las libretas de abastecimiento, es lo que allí se habla. Ellas mismas parecen hablar, contar la historia de la nación cubana más reciente. Nada es más esclarecedor en Cuba que una cola del pan y su libreta de abastecimiento, ellas son nuestro mejor periódico. La cola del pollo también tiene aportaciones pero son muy esporádicas, solo dos: el día que llega el pollo de población y cuando traen el pollo por pescado.

Y fue la cola del pan de este último día 20 la más  convincente de todas. Además de la libreta en mano, descubrí otra coincidencia: todos hablaban de la toma de posesión del presidente Donald Trump. La señora que me antecedía habló de carne, y la expresión de su cara fue testimonio del tiempo que llevaba sin comerla. Sería la mujer emperifollada que venía detrás de mí quien aclaró que se trataba de un filete bañado en una salsa de chocolate y enebro. Porque abrí los ojos con cierta incredulidad, aclaró que se había enterado en Telemando 51, y como si fuera poco habló de camarones en una salsa de azafrán y también de langosta. Un jovencito uniformado preguntó muerto de risa: “¿Who is langosta?”

Durante todo ese día, y el siguiente, y más allá todavía, se habló y se habla de la toma de posesión del presidente número 45 de los Estados Unidos de América; lo que no es raro porque sucede cada vez que uno nuevo toma el poder, pero esta vez me pareció mayor el interés, y mucho más enterados estaban todos los que escudriñaron en los noticiarios de Miami, que pueden ver quienes pagan los diez cuc que cuesta el “cable”. Allí se enteraron de cada uno de los detalles. Y gracias a esos canales, los habaneros que pueden pagarlo se convirtieron en analistas en política norteamericana.

Esa toma de posesión ha estado en el candelero todos estos días, y hasta existen los que repiten lo que aseguró un astrólogo que supone que antes de agosto habrá grandes cambios, que Trump crearía un caos para llegar luego al orden, y que su gobierno sería el más parecido al de Ronald Reagan. A los cubanos que escuché en la calle lo que más le preocupa es la disposición que tendrá el nuevo presidente para conversar con el gobierno cubano, y muchos rezan para que sean buenas las relaciones, para que no venga otro divorcio.

Si el discurso oficial ha sido beligerante en todos estos años, la gente de a pie quiere otra cosa. Esos miran “al gigante del norte” con expectativas renovadas a pesar de los comentarios de Trump. La gente espera que las relaciones sean mejores, y en ella ponen sus esperanzas. Es curioso que tantos años de discordias no mellaran la esperanza de los cubanos que sueñan con mejores relaciones. Es horrible condicionar nuestro bienestar a las relaciones con un gobierno extranjero, pero así ha sido desde que comenzó el siglo XX. Unos, los más poderosos, denigran a los del norte mientras los de a pie cifran en ellos sus esperanzas. Y los que están varados en México, en Panamá, en Cuba misma, sueñan con poder llegar, rezan para que el nuevo presidente revoque las últimas medidas de Obama.

Debe ser por todo eso que muchos estuvieron buscando signos en el discurso de Donald Trump, es por eso que muchos atendieron a los análisis de periodistas sin importar sus filiaciones porque querían encontrar un punto medio. Todos los discursos servían para hacerse una idea de lo que vendrá; lo mismo lo que dijo Telesur y el Noticiero de Televisión Nacional que contraponen luego al de la prensa de Estados Unidos. Son muchos los que condicionan su futuro a esas relaciones y sueñan con que la Casa Blanca no tenga mano dura, que se les permita como antes hacer el viaje, que se les permitirá establecerse en ese país definitivamente. Y quizá, dentro de cuatro años poder presenciar una nueva toma de posesión o repetir en sus casas de Miami el menú que sirvan en la avenida Pensilvania.

Muy triste resulta tener esas certezas, pensar en un país en el que sus hijos piensan en el viaje más que aferrarse a su tierra. Lo mejor sería que en la cola del pan, en cualquier cola, se hable de la nación cubana, que ese Palacio Presidencial de la Avenida de las Misiones, ese que está cerca de la iglesia del Santo Ángel y donde Martí recibió el bautismo, tenga un inquilino que lo haga bien visible para esos cubanos piensen menos en la Casa Blanca o en un viaje que ofrezca a sus vidas. Y eso depende de todos los que no habitamos casas presidenciales.