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Los cubanos votan por la apatía Cubanet

LA HABANA.- Desde las siete de la mañana del domingo 11 de marzo, los cubanos echaron por tierra el discurso falso y demagógico del gobierno cubano, multiplicado gracias a la desmedida propaganda de los medios oficialistas de comunicación. Ni puntualidad, ni masividad, ni compromiso, fue la respuesta de un pueblo harto de la misma cantinela, apenas un mes antes de que se celebren las elecciones presidenciales, en las cuales será elegido el sucesor de Raúl Castro.

La atmósfera de hastío y apatía contrasta con el triunfalismo trasnochado de la televisión cubana y los portavoces de una ideología que cada vez tiene menos adeptos. En la desesperación por sostener lo que desde hace años se está desmoronando, desempolvaron todos los archivos de la retórica socialista y enlazaron el actual proceso —tan descarado como antipopular— con el inicio de las luchas por la independencia, en 1868.

Del mismo modo que ligaron la farsa electoral con las ideas de Céspedes y José Martí, reiteraron que “en la elección de los 605 diputados a la Asamblea Nacional se manifiesta el carácter directo del voto cubano, pues el 47,3% de los candidatos a diputados son delegados de base”. El dato, aportado por la televisión cubana mucho antes de mediodía, revela que más de la mitad de los futuros diputados con la responsabilidad de elegir al nuevo presidente cubano, no fueron elegidos a nivel de circunscripción, lo cual compromete el cumplimiento cabal de la voluntad ciudadana.

Esas “voces del pueblo” no se escuchan, a menos que hagan coro a la acostumbrada perorata. Quedan fuera los que se oponen incluso desde posiciones pacíficas y no radicales; pues más allá de simpatizar o no con el régimen, lo que preocupa a quienes aún se interesan por el futuro de la nación es la inoperancia del sistema y sus dirigentes, incapaces de enrumbar el país hacia un modelo democrático e igualitario, donde el bienestar de los individuos sea una posibilidad real.

Desde su fase primaria, estas elecciones han evidenciado la falta de participación ciudadana y de conciencia de quienes, habiendo correteado cada circunscripción en un intento fallido de convocar a los esquivos electores, terminaron alterando cifras para hacerle el juego a un gobierno que lleva sesenta años viviendo de apariencias.

Esa conducta anticiudadana ha sido un espaldarazo al poder centralizado y unipartidista que ha hundido a Cuba en la ruina. A ella se debe que este 11 de marzo el régimen aún tuviera “cuerda” para continuar refrendando una democracia que no es real y el apoyo de un pueblo cada día más desinformado y ajeno a la crisis del país.

Estas elecciones, signadas por un amplio despliegue policial y la movilización de militantes del partido comunista hacia zonas consideradas de “alto riesgo” por la inclinación política de sus residentes, no significan nada. Con la tibia participación en los comicios del 11 de marzo, los cubanos dejan en manos de otros la posibilidad de decidir quién va a ocuparse de un país cuyo futuro no es más que la reiteración monótona del presente, con un rango de variabilidad muy limitado y que tiende al empeoramiento de las condiciones más elementales de vida.