Inicio Cuba Los deseos que arrebató la “revolución” Cubanet

Los deseos que arrebató la “revolución” Cubanet

Bandera de la comunidad LGBTI a las afueras del Pabellón Cuba (Archivo)

LA HABANA, Cuba.- En aquellos días en los que Sergio cortaba caña, durante la zafra del setenta, no sintió ninguna molestia cuando sus compañeros de surco lo nombraron Serguei. Eran años en los que crecía la “rusofilia”, tanto como la verdolaga en las márgenes de un río; eran aquellas jornadas en las que se hacía cotidiano inscribir a un niño en el registro civil con el nombre de Vladimir para que fuera como Lenin, y niñas que se llamaron Rosa, o Clara, en homenaje a “la Luxemburgo, a la Zetkin”, mientras desaparecían las Leonor y las Mariana.

Sergio, quien abandonó por unos meses el aula y el pizarrón para usar el machete, no se sintió mal con el nuevo apelativo; a fin de cuentas entre Sergio y Serguei no había nada más que “diferencias culturales e idiomáticas”. Sergio fue feliz con su nuevo apelativo, ese que le pusieron sus “revolucionarios” compañeros de zafra; tan feliz fue que cuando su mujer le anunció que estaba embarazada, exigió que si nacía un niño lo nombraran Serguei. “Ese nombre recordaba el sacrificio que hice por la patria nueva”.

El apodo lo acompaña todavía, pero ya no le gusta, ahora es casi una ofensa, un lastre. Sergio fue sorprendido por su mujer mientras era penetrado por Roberto, aquel hombre que también estuvo cortando caña en el setenta. Fue durante esa zafra, en la noche y en medio de un surco de caña, donde recibió por primera vez “ofrenda de varón”. Fue esa la primera vez que se desnudó para Roberto, y muchas más se siguieron sucediendo cuando terminó la zafra, hasta que en 1983 un militante del mismo “núcleo” del Partido Comunista al que pertenecía Sergio le contó a la esposa del maestro lo que hacía su marido, y le facilitó una llave de la casa en la que se encontraban los amantes.

Sergio recuerda muy bien ese día. Mucho más de lo que quisiera. Recuerda a la mujer que irrumpió en el cuarto, recuerda el palo con el que los golpeara, recuerda el rociado de alcohol, el fósforo, pero también el bofetón enorme que le dio a la agresora, y el intento de escapar. Sergio recuerda a los policías en la puerta impidiendo la salida, recuerda las esposas, el camino a la estación.

Sergio recuerda los tres meses en la cárcel por “escándalo público”, aunque estuviera encerrado en un cuarto. Serguei recuerda la expulsión del aula, la apelación y la negativa de los funcionarios del Ministerio. Sergio recuerda su tristeza, la vuelta a la casa de su madre, recuerda el desprecio de su hijo, y los años noventa, cuando se puso de moda en Cuba, llegado de Estados Unidos, el término gay. Y Serguei fue usado entonces para denigrarlo. “Ahí va ‘ser gay’”, y él quería que la tierra lo tragara.

Serguei hizo un intento de suicidio, y luego otro, y después decidió vivir, solo que para él ya era un poco tarde y no lo abandonaba la “vergüenza”. Sergio supone que llegó muy tarde a su libertad, pero no encontró otra manera, para alejarse de las UMAP, que no fuera matrimoniarse. Serguei se mira en el espejo y supone el desprecio de sus semejantes. Sergio cree que desperdició su juventud. Ahora es más libre, pero descendieron las comisuras de sus labios, y sus ojos se apagaron, y las carnes se tornaron flácidas. Lo único que le creció a Serguei fue la tristeza, y como todo el que llegó tarde quiso recuperar el tiempo perdido, mucho más cuando murió su madre. Y confiesa que, si tuviera dinero se iba a los portales del Payret, pero “no hay nada más triste que un ‘maricón’ sin dinero”.

Sergio asegura que son muchas las veces que lo han humillado, y alguno de sus “puntos” le robó lo poco que tenía, pero no quiso hacer denuncia. “¿Para qué, si me iban a humillar más?”. Serguei quiere recuperar el tiempo, y por eso se va al bosque de La Habana en busca de placer, creyendo que en ese bosque encontrará a su “Robin Hood”; por eso desanda el camino despejado, entre los árboles, por la insistencia de tantos pasos que son prueba de la desesperación y los deseos. Este hombre busca entre los árboles, pero no siempre encuentra lo que busca. “Ni los viejos me miran. Ellos buscan lo mismo que yo”.

Si es triste la vida de un joven homosexual, la del viejo es deplorable. Estos ni siquiera encuentran solidaridad entre los suyos. “Los jóvenes me increpan, me dicen que me vaya a casa, que es hora de tomar las pastillas”. Serguei sabe que en el mundo real muchos de los viejos gay se organizan, que se crean casas en las que viven juntos hasta que les llega la muerte. A él le gustaría uno de esos hogares para estar con los suyos, para desahogarse con ellos y escucharlos, para hacer más llevadero el dolor de esa vejez cuando tiene el apellido “maricón”.

“¿Alguna vez viste algún viejo en esas marchas que organiza Mariela Castro?”, así me pregunta, y yo le respondí encogiendo los hombros. Él insiste, dice que no hay viejos porque lo de Mariela es una pose, una mentira, una manera de resarcir los horrores que hiciera su familia. Serguei dice que los viejos, esos que estuvieron en las UMAP, los que fueron despedidos de sus trabajos por “esa familia”, no pueden perdonar. Serguei no desfila con Mariela, él recorre los trillos que el deseo impone y nada más. “Yo tuve dos grandes pasiones”, me dice, y menciona al magisterio, y a los hombres. “La segunda pasión me jodió la primera. Las dos me las jodió la “revolución”. Sergio no entiende por qué le prohibieron educar, Serguei no entiende, no entiende nada, y llora, porque el creyó que aquella “revolución” revolucionaría de verdad; pero fue peor, “fue involución”.

Sergio culpa a la “revolución” de su “falso matrimonio”, de un hijo que nació de la represión y no de los deseos. Sergio va al bosque cada vez que le “aprietan esos deseos”. Serguei va al bosque y busca entre los árboles, y tiene miedo de las burlas, y le duele la poca solidaridad de los más jóvenes, y se persigna para que no aparezca un policía que lo lleve a una estación. Él camina entre los árboles y dice, entre dientes, suplicante casi, como Raquel Revuelta en “Lucía”: “¡Mamá, dame una gardenia!”. Sergio, y también Serguei, dicen que para ellos la “gardenia” es la felicidad que le quitaron, los años que perdió encerrado, esas cosas que nadie le puede devolver.

Sergio tiene lágrimas en los ojos, culpa a quienes “jodieron” su vida, esos que no saben qué hacer con un “viejo maricón”. Sergio sabe muy bien que la “revolución” no se hizo para gente cómo él, y me pregunta: ¿Para quién se hizo la “revolución? Y el mismo responde: “La revolución triunfó solo para quienes la hicieron, para decir que estaban dispuestos a rectificar si hacían algo mal, para darse una y otra oportunidad después de actuar, “con premeditación y alevosía”… El viejo Sergio me dice que su mayor deseo es que desaparezcan sus “deseos”, y también la “revolución” que los truncó. Serguei se carcajea, me pide una gardenia.