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Los hijos anónimos de la historia de Cuba Cubanet

José Francisco Martí Zayas-Bazán a los 63 años de edad (Foto tomada de Juventud Rebelde)

LA HABANA.- Martí era demasiado grande. Eso nos quiere decir, aunque pretenda lo contrario, la historiadora Paula María Luzón Pi (1954) en su libro La vida de Ismaelillo, el hijo de Martí, escrito en 2002 y editado bastante tarde en Cuba.

No es fácil, sin duda, no sólo comprender la personalidad y actuación del hijo de un grande, sino lo que es más difícil: aceptarla tal como bien la conocen los mejores historiadores cubanos.

A la muerte del Apóstol, su hijo José Francisco, de 16 años, salió corriendo hacia Estados Unidos en compañía de su madre, argumentando que iba en busca del legado sentimental del padre. Pensaba, como pensaron otros, que Martí se había hecho rico por su excelente labor periodística, sus cargos diplomáticos y la publicación de sus libros.

El héroe caído en combate sólo dejaba a su tan amado hijo, nombrado por todos Pepito, una vieja cadena de reloj de chaleco y no su obra completa, dedicada por entero a su Patria, ya en manos de su gran amigo y albacea, Gonzalo de Quesada Aróstegui.

En una carta que por aquellos días enviara Pepito a de Quesada, en un arranque de sinceridad, le dice: “Soy (su) hijo y todo lo suyo me es sagrado… dime qué disposiciones dejó por si acaso no volvía de una expedición que jamás debió haber hecho”.

Nadie duda que las divergencias políticas entre Martí y su esposa Carmen hicieron mella en la mente del adolescente, quien llegó a confesar que su padre “representaba un misterio maravilloso que lo acompañó toda su vida”.

Aun así nos pudiéramos preguntar: ¿A lo largo de su vida, vivió Pepito acorde con los “misteriosos” ideales de su padre, o siempre se mantuvo firme en no querer compartir su patrimonio con quienes le habían robado la felicidad de su hogar —nada menos que los patriotas que luchaban por la libertad de Cuba—, como puso de razón para exigir toda la obra martiana, divulgada por el mundo gracias al cuidado del gran amigo?

Murió, así dijo Pepito, sin el honor de representar a Cuba en la Constitución de 1940. Según Martínez Sáenz, no hubiera sido electo como figura política.

¿Quiere decir que el hijo de Martí era un personaje de poca importancia para Cuba? ¿Por qué sería? ¿Sería porque lo comparaban con el padre?

No lo creo.

En Cuba tenemos muchos ejemplos, sobre todo de otros grandes libertadores con hijos anónimos. O los presentes, los hijos de los hermanos Castro Ruz que, según se puede ver, no han pretendido situarse en la jefatura de una dictadura, por cierto nada atractiva, puesto que sólo ha logrado destruir un país en pleno desarrollo económico y darle fama de pedigüeña y mala paga. Incluso Fidelito, el primogénito, recién se ha suicidado, sin aclaraciones convincentes.

Pero José Francisco o Pepito, vaya usted a saber por qué, tampoco tuvo suerte bajo el régimen castrista. Sigue siendo poco conocido.

Las razones de Fidel y Raúl las desconozco. Las mías, como una simple periodista que soy, me las reservo por respeto y admiración al padre.

Nuestro José Martí siempre fue demasiado grande. No cupo ni cabe en esta isla desafortunada, donde viviera espantado ante una dictadura comunista y fracasada, que se empeña en resistir, pese a aquellas palabras suyas que dicen: “Estamos firmemente resueltos a merecer, solicitar y obtener su simpatía —la de Estados Unidos—, sin la cual la independencia sería muy difícil de obtener y mantener”.