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Los retos infranqueables de la izquierda latinoamericana

LA HABANA, Cuba.- Los regímenes de izquierda que surgieron en América Latina gracias a una mano con un rancio olor a castrismo, se dieron de narices con la justicia.

Gozaban sus líderes de impunidad, gracias a “la mano invisible”.

No sé si el pueblo cubano recuerda que esa historia comenzó cuando Fidel Castro y su hermano Raúl, seguros de cómo maniobraban por encima de las leyes, crearon en la década del  setenta la famosa “Reserva del Comandante”, con el fin de librarse de todo control y hacer de las suyas.

Se trataba de una cuenta privada, con fondos especiales, provenientes de actividades económicas a nivel nacional, usada solamente por ambos.

Fue por eso que en 2006 la Revista Forbes dedicó un número a las fortunas de reyes, reinas y dictadores del planeta y quedara Fidel entre las diez primeras, por sus negocios de empresas creadas como Cimex, el Centro de Convenciones, Medicuba y otras.

O sea, que el Iluminado podía utilizar una gran parte de esa riqueza nacional a su antojo.

Tanto se enfureció al verse situado entre Isabel II, el príncipe de Mónaco y el dictador guineano Obiang, que juró que él sólo disponía de 750 pesos mensuales de salario -30 dólares- y acusó de “infames calumnias” a Forbes, alegando que no existía la tal “reserva”.

De la “reserva del Comandante” se hablaba de forma cotidiana en el seno de la población. Era un secreto a voces. Siempre lo fue, aunque nadie supo nunca a cuánto ascendió su monto, mientras Cuba dependía del subsidio soviético y luego del petróleo casi regalado de Hugo Chávez.

Se sabía, eso sí, que de esa reserva salía el apoyo que ofrecieron los Castro a los líderes izquierdistas mundiales, en especial latinoamericanos, sobre todo las buenas sumas que llegaban a manos de quienes dirigían las campañas políticas de los futuros candidatos, como Lula, Cristina, Evo, Ortega, hoy Maduro y otros.

La “reserva” era destinada pues a la lucha por el comunismo internacional, en su intento por destruir la economía más grande del mundo: la norteamericana, así como proteger a personalidades políticas de cualquier  actividad ilícita que cometieran.

¿Sería ese “el error de saltar etapas” que cometió Fidel y que le confesó al periodista estadounidense Tad Szulc en los años noventa?

Lo cierto es que en la actualidad, desaparecido del mapa el Iluminado Comandante y descubiertas las ilegalidades de los principales líderes izquierdistas, no debemos de olvidar aquel planteamiento radical y absurdo del canciller Pérez Roque, fiel al pensamiento de Fidel, cuando dijo en 2007 en las Naciones Unidas: “Un día en que se construya la unidad latinoamericana, en que podamos presentarnos al mundo como un haz de naciones unidas e integradas, Cuba estaría dispuesta incluso a renunciar a la soberanía y a su bandera por la que tanto ha peleado, para integrarse a un gran bloque de naciones latinoamericanas y caribeñas”.

Por suerte del destino, eso no ocurrió, aunque el resultado de un largo esfuerzo fracasado, hoy Raúl Castro y Díaz-Canel se empeñan en continuarlo. Nada importa que luego de varios años de crecimiento negativo, la economía latinoamericana se encuentre en franca recuperación, gracias a tres de sus países más prósperos: Chile, Panamá y Uruguay, con economías abiertas y un modelo de libre comercio.

Mucho menos que el sueño de la integración izquierdista latinoamericana hoy sea letra muerta, que Lula esté entre rejas por recibir dádivas a su favor, que Cristina y Dilma estén relegadas, mientras que Nicaragua, como dijo Maduro al instalar el sábado 28 de julio pasado el IV Congreso del Partido Socialista de Venezuela, “transita por una ola de violencia, impulsada por organizaciones de la oposición de esa nación”. Y que Cuba, siempre en ruinas, llore por limosnas.

Toda una razón de gran peso para aquellos que en el recién Encuentro del Foro de Sao Paulo, se mostraron obnubilados. En cambio, el costarricense Jorge Coronado, quien asistió al 34ta. Edición del Foro de Sao Paulo y fue entrevistado por la periodista Marina Menéndez, se lo dijo por lo claro: “Duros son los retos para la izquierda latinoamericana”.

Duros, muy duros. Tan duros que son casi imposibles. Tanto, que sería mejor inventar otra izquierda.