LA HABANA.- En Cuba, el término sociedad civil solo se emplea una vez cada tres años. Incluso antes de la cumbre de la OEA celebrada en Panamá en 2015, apenas se le escribía o pronunciaba en la prensa financiada por el Gobierno cubano, donde el concepto casi siempre era asociado con los grupos de oposición.
Tal como sucedió con “derechos humanos”, “disidencia”, incluso con “periodismo independiente”, “elecciones” y “democracia”, la expresión fue intencionalmente cargada de rasgos negativos desde el aparato ideológico del Partido Comunista que ejerce un control total sobre los medios de comunicación.
Si examináramos los ejemplares del periódico Granma, con fechas anteriores al último trimestre de 2014, previo al anuncio del restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos, descubriríamos que el término “sociedad civil” apenas aparece una docena de veces y siempre en un mismo párrafo donde se le termina asociando al terrorismo o al mercenarismo.
Un examen del mismo rotativo durante las décadas de los 80 y 90 revelará la ausencia total del concepto, pero, en cambio, arrojaría infinidad de pruebas documentales, irrebatibles, de que la UNEAC, la FEU, la ANAP, los CDR, la FMC más un extenso listado de agrupaciones que hoy se disfrazan de corporativas e independientes, se crearon bajo indicaciones directas y por voluntad expresa de Fidel Castro, que además aparece como “miembro de honor” de casi todas, incluidas aquellas que fueron acreditadas por ese comité organizador de la Cumbre de Lima que, al parecer, no se ha tomado el trabajo de, al menos, “googlear” un poco.
Casi el cien por ciento incluye en los estatutos y requisitos de membresía la obligatoriedad de rendir cuentas al Partido Comunista de Cuba, al mismo tiempo que aceptan circunscribir e incluso sacrificar los intereses gremiales en virtud de servir como fuerza de apoyo al poder y no como grupo de presión o de influencia en la esfera pública, aspectos que son esenciales en la idea más básica de sociedad civil.
El más reciente episodio de censura a un joven cineasta cubano, durante la llamada “Muestra Joven” del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), evidenció la postura oficialista de organizaciones “artísticas” como la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). La decisión de ambas de boicotear tanto la inauguración como la clausura del evento, es solo un ejemplo entre miles del carácter “utilitario” de tales estructuras, para nada autónomas y en realidad totalmente articuladas al aparato de Gobierno, quien funge como núcleo rector de todas.
Escribo “utilitario” y no “servil”. Porque lo segundo, aunque denota dependencia, proyecta una idea de separación o al menos de la existencia de más de una estructura, cuando en verdad se trata de una misma cosa estratégicamente articulada. Régimen cubano y organizaciones políticas y de masas (que no sociedad civil) fueron concebidos como un mismo cuerpo, modelable según las circunstancias.
Aunque el concepto es en extremo desconocido para los cubanos que viven en la isla, sean ciudadanos de a pie, empresarios o altos funcionarios del Gobierno, no existe un aparte en los medios oficialistas para definir qué cosa es en verdad la sociedad civil y qué funciones cumple en los sistemas democráticos actuales.
Sé que algunos periodistas —sobre todo jóvenes— lo han intentado, al menos en la radio y la televisión en manos del Gobierno cubano, pero la respuesta ha sido un NO rotundo. No se autoriza explicar el concepto.
Cualquier abordaje del tema desde la perspectiva aprobada por el régimen se circunscribe a una reformulación antojadiza, oportunista y tergiversadora del concepto para que sea capaz de englobar aquello otro que por su naturaleza se coloca en las antípodas y, en consecuencia, lo desvirtúa.
Ni durante la cumbre de Panamá, ni más recientemente cuando se desarrolló la de Perú, ningún comunicador o vocero al servicio del Gobierno cubano se le ha permitido ni por un segundo explicar cómo es posible conciliar “sociedad civil” con la idea de “organizaciones políticas y de masas” que maneja el antidemocrático Partido Comunista de Cuba.
No es que sea imposible hacerlo, es que casi nadie lo comprenderá. Sucede al igual que con el sistema eleccionario cubano. Su diseño es tan complicado y absurdo que nadie pierde su tiempo en intentar encontrarle una lógica que no existe. Tanto es así que, faltando solo unos días para que Raúl Castro abandonase el “gobierno visible” —en contraposición al “gobierno invisible” que continúa detentando—, a pocos preocupaba quién quedaría como presidente de la nación.
Aun cuando se les explicara lo que significa en verdad “sociedad civil”, a muy pocos cubanos, más interesados en subsistir o emigrar, les interesaría saber si en la Isla existe o no algo similar.
A todos les costará trabajo hallar similitudes incluso entre esas tantas organizaciones “políticas y de masas” que integran más por obligación y costumbre (lo que algunos llaman “por no marcarse”, al estar conscientes de que viven en un estado policial) que por voluntad individual.
En 2015, cuando el término sociedad civil llegó a la prensa oficialista, intenté indagar entre la gente cuánto conocían sobre el tema y obtuve respuestas fabulosas como aquella en la que alguien me indicó el camino a la Sociedad de Ingenieros Civiles, en la calle Infanta. Tres años más tarde, cual la fruta de temporada, el dominio del concepto ha mostrado algunos avances también jocosos.
Esta vez, un señor al que pregunté por la sociedad civil en Cuba me respondió muy seguro: “En Cuba existe la sociedad civil, que somos nosotros, los que no tenemos nada, pero también existe la sociedad militar, que son los que mandan y tienen de todo. ¿Me entiendes?”. Más claro, ni el agua.