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Los viajes de José Martí y Fidel Castro a Venezuela

José Martí. Foto Archivo

LA HABANA, Cuba.- En menos de cinco horas se puede vencer hoy la distancia que separa a Nueva York de Caracas. Tan breve resulta el tiempo de vuelo que quizá se torne improbable concluir la escritura de un poema y hacerle alguna corrección, pero con muchas diferencias se desandaba esa ruta en el siglo XIX; para entonces se precisaban doce jornadas completas si se quería vencer el mar que separa a “la ciudad que nunca duerme” del puerto de “La Guaira” en Venezuela.

Doce fueron los días que navegó José Martí tras subir al vapor “Felicia” en el puerto neoyorquino un ocho de enero de 1881. Fue durante esa travesía cuando el poeta escribió cada verso del “Ismaelillo”; ese libro que dedicó a su hijo y con el que, según algunos estudiosos de su obra, se convertiría en uno de los precursores del modernismo en Hispanoamérica.

Martí, -quien debió recordar a La Habana mientras divisaba desde el mar las fortificaciones de “San Carlos” y “El vigía”- hizo el viaje para reverenciar, sin siquiera quitarse el polvo del camino, al libertador Simón Bolívar, para mostrar sus fervores a la “Jerusalén sudamericana”. Martí viajó para advertir a Venezuela de que él podría, y estaba dispuesto, a servirla, y que bastaría que le dijeran cómo hacerlo.

Hace ciento treinta y ocho años viajaba Martí por esos mares, escribiendo versos a su hijo, para inclinarse luego ante la estatua del más grande de sus héroes. Así, “blindado de amor”, llegó el apóstol a Venezuela, la tierra en la que “estudió Andrés Bello”, “donde Bolívar, un Júpiter, nació”. Y en Caracas aseguró que solo pretendía “un puesto en las milicias de la paz”. Y allí fundó la “Revista venezolana”. Martí hizo el viaje para dar y darse, sin que pidiera nada a cambio.

Revista Venezolana. Director José Martí. Foto Radio Rebelde

El apóstol no fue buscando para sí esas vetas de oro, hierro y plata que abundan por allí. Martí quedó arrobado al comprobar la fertilidad de los suelos, y sus muchísimos cultivos; pero también lo mortificó la manera en que se “desdeña el estudio de las cuestiones esenciales de la patria”, y cómo se desestimaban las soluciones nacionales.

El autor de “Versos sencillos” pareció no comulgar con todo en Venezuela. Tomó como bueno las pasiones que desataban en esa tierra las lecturas de las memorias del Marqués de Chateaubriand, los libros de Víctor Hugo, o los chistes de Proudhon, pero quedó contrariado tras reconocer el olvido de la lengua india que antes se escuchara.

A pesar de esos reparos, y a pocos días después de que se cumplieran seis meses de su arribo, Martí agradeció por esos meses en Venezuela, e hizo el viaje de regreso a Nueva York, muy ligero de equipaje, en el vapor “Claudius”. Así fue su viaje, tan diferente a los muchos que hiciera Fidel Castro, quien no escribió versos a ninguno de sus hijos mientras volaba en un avión “presidencial”, quizá porque eran muchos los hijos y no todos legítimos, o quizá porque no le fue dado el don de la poesía, que por suerte no exploró.

El primero de todos los viajes de Fidel a la tierra de Bolívar ocurrió en 1948. Y siempre se dijo que el interés de esa breve travesía no fue otro que la organización en la isla de un congreso de estudiantes universitarios del continente, para que la hazaña le otorgara notoriedad dentro del gremio. En esa ocasión se hizo acompañar por Rafael del Pino, quien muchos años después hizo el viaje al norte, abandonando para siempre a un Fidel que olvidó su compañía y le respondió iracundo.

Esa primera estancia no rebasó los cuatro días, pero vendrían otras. Tras el “triunfo” de 1959, y a solo unos días de su entrada a La Habana, Fidel Castro hizo su primer viaje a Venezuela al frente de una delegación gubernamental, pero sin dudas las razones no serían las mismas de la anterior. Ahora ya andaba en busca de petróleo, de precios preferenciales, y así se lo hizo saber a Rómulo Betancourt, mientras que el venezolano, sin sutilezas, le contestó que la única manera en la que podría conseguir el “oro negro” sería pagando como todos los demás.

Y regresó sin ningún acuerdo, y con un miembro menos en su escolta, a quien una hélice de su avión le quitó la vida; pero no se dio por vencido Fidel Castro, insistió mucho, hasta que en Hugo Chávez tuvo su gran oportunidad y a su mejor aliado, su casi subordinado. Fue así que Castro consiguió el ansiado petróleo que jamás tuvo esta pequeña isla, después de despertar tantas pretensiones.

Y se sucedieron sus viajes a la tierra de Bolívar, siempre marcando diferencias con el único que hizo Martí, ese que comenzó en Nueva York y que demoró doce días antes de tocar costas venezolanas. Aquel viaje del apóstol no fue promovido por el lucro, su mayor deseo era hacer servicios a esa tierra y reverencias al héroe sudamericano. Los desplazamientos de Fidel Castro, con más regularidad y de breves travesías, tuvieron que ver todas las veces con los negocios, con la búsqueda de algunas ganancias para conseguir el poder más largo y recio.

Así fueron arrugados los amores de Martí a la patria de Bolívar. Muchos de los que en los primeros años se decidieron por el exilio en Venezuela tuvieron que hacer otra vez los bártulos cambiando el sur por el mismo norte que acogió a Martí, y finalmente se abrieron las compuertas del petróleo, ese que Betancourt le negó a Castro. Y a cambio les mandamos hijos, les enviamos padres, haciéndonos cada vez más pobres, muchos años después de que Martí completara el viaje. Y no crean, cubanos y venezolanos, que el gran sueño de Fidel y los comunistas cubanos de juntar nuestra breve y delgada “constitución” a la de Venezuela está ya en un punto muerto, Cubazuela permanece en la cabeza de muchos, y van a por más.