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Mi Cayito, una playa de tolerancia en Cuba | Cubanet

LA HABANA.- Nadie sabe con exactitud quién la bautizó con tal nombre o desde cuándo. Tampoco nadie ha inscrito de forma oficial que esos pocos metros de agua y arena sean un espacio exclusivo para una comunidad cada día más numerosa y plural, aunque eso suponga otra variante discriminatoria. La costumbre, con esa fuerza intrínseca, se ha encargado de otorgarle notoriedad.

Los integrantes del colectivo LGBTI (lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales) habanero se adueñan de este segmento de playa y gozan a su manera este paraíso libertario, al cual todos son bienvenidos.

Mi Cayito, la playa gay más famosa de la Isla, se ubica en una zona conocida como Boca Ciega, entre los balnearios Santa María y Guanabo, al este de la capital cubana. Para muchos, una porción de litoral bastante “tranquila” donde no son comunes las reyertas.

Una duna de arena, cubierta de vegetación y flanqueada por la bandera nacional, la multicolor y la del orgullo transgénero, dan la bienvenida a los bañistas, advirtiéndoles sutilmente que entran en territorio no apto para homofóbicos.

“Aquí uno puede ser verdaderamente libre, como en realidad se sienta, nadie lo juzgará”, dice un bañista, recostado en una tumbona, a pocos metros de las cristalinas aguas.

“En otras playas de Cuba te miran raro si vas de la mano con un hombre, porque la sociedad cubana aún es machista y no ve nuestra condición sexual como algo normal. Todavía falta por lograr”, lamenta.

La batalla en Cuba por la igualdad de las personas de esta comunidad en todas las esferas constituye aún una asignatura pendiente, aunque el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) lance campañas para sensibilizar en este tema. Hasta el momento, uno de sus mayores logros resulta la no discriminación del colectivo en los escenarios laborales, lo cual quedó legislado en una nueva versión del Código de Trabajo, aprobado por la Asamblea Nacional en 2013.

Quienes integran el grupo LGBTI en la Isla ansían una reforma en el Código de Familia que les permita adoptar o aplicar otras variantes para conformar una familia. Asimismo, solicitan la puesta en práctica del matrimonio igualitario, lo que supondría modificaciones en la anquilosada Carta Magna de la nación (1975), solamente modificada en dos ocasiones: 1992 y 2002. Ahora, con una próxima reforma supuestamente al doblar de la esquina, la comunidad cruza los dedos y piensa en positivo.

Mientras, en Mi Cayito, esas preocupaciones se desvanecen momentáneamente para entregarse al divertimento dominical con bocinas portátiles, que reproducen a Bad Bunny a todo volumen, con botellas de ron o vino, que “calientan” ánimos dentro y fuera del agua, con miradas agresivas o furtivas, en busca de conquistas efímeras o con ese apetito sexual, que esta zona exterioriza sin demasiados disimulos.

“Muchos llegan con sus novios o novias, pero la mayoría viene a empatarse aquí. El flirteo es constante y si se ‘cuadra’ con alguien, cuando el sol se esconde, se van pa’ las dunas pa’ la apretadera, o pa’ otras cosas”, comenta Miguel Peña, un asiduo visitante del balneario rosa.

“También hay quien viene a trabajar”, advierte Claudia Montes de Oca. “Por aquí se pasean los ‘pingueros’ (hombres que se prostituyen) en busca de ‘yumas’ (extranjeros) o de cualquier temba (hombre de mediana edad) que tenga dinerito, que les pague por estar con ellos. Si prestas atención, los verás en acción. Una ve de todo”.

Y en efecto, el panorama en Mi Cayito es intenso, demasiado en ocasiones. Las sombrillas resguardan de una tarde nublada, mientras son cómplices de besos y caricias superlativas. Unos bailan a ritmo de reguetón, rozando las diminutas prendas de baño, húmedas o sudadas por tanto movimiento de caderas. Otros, prefieren “exhibirse” por toda la orilla, presumiendo hinchados músculos o voluptuosas entrepiernas afeitadas.

“Yo vine con un grupo de amigos”, señala Yoandris Martínez, “porque es una opción barata para pasar el fin de semana. Además, uno se divierte mucho, saluda a los amigos que coinciden, nos damos unos traguitos y yo que vine con mi pareja puedo tomarla de la mano sin problemas o darle un beso entre las aguas si quiero. ¿No hay una canción que dice que en el mar la vida es más sabrosa? Pues aquí estamos para comprobarlo”, concluye sonriente.

Esta tarde, el mar luce frío y tempestuoso, sin embargo, no se ha quedado sin adeptos, quienes bajo sus olas dan rienda suelta a esas pasiones que reprimen en otros contextos. La sociedad cubana bajo la gastada excusa de “aún no estar preparada” los distancia, de formas menos agresivas, pero aún los segrega.

Una joven pareja heterosexual camina por el borde de la playa. Van tomados de la mano, como para que no haya confusiones. Admiran curiosos la atmósfera, que no deja de ser pintoresca y acceden a darnos sus criterios.

“Realmente nosotros no tenemos ningún problema con esta playa. Acompañamos a unos amigos que nunca habían venido. Para mí”, manifiesta Yoel Carrazana, “la sexualidad no importa, sino los valores que tenga la persona. Si todos nos tratamos con respeto, no tiene que haber ningún problema”.

Su novia, Patricia Fuentes, aclara que son las personas mayores las que más prejuicios conservan hoy día, mientras los más jóvenes celebran y viven la vida sin tantas ataduras mentales.

“Que te vacilen otras mujeres, no importa, eso pasa en la calle también. Las playas son públicas en Cuba y todos tenemos derecho a disfrutarla como queramos. Hay gente que le tiene miedo a Mi Cayito, porque piensan que les van a tocar o algo así, pero a nosotros nunca nos ha pasado nada de eso”, refiere Patricia.

Ya va cayendo la tarde. En la arena, una niña juega mientras su madre conversa distraída con tres hombres. Un transexual entrecruza su brazo con un hombre y caminan al compás de la brisa marina. Dos chicos brindan en copas con una bebida naranja, que les provoca risa. Detrás, la apretada línea de tumbonas, mantas, sombrillas y toallas; enfrente, el mar infinito, azulísimo, diverso.