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Mi colega Lina de Feria 

Lina de Feria. Foto Prensa Latina

LA HABANA, Cuba.- Te devuelvo la visita Lina de Feria. Recordarás que estabas tú también allí, en aquel extraño encuentro entre poetas y amigos, donde yo, resucitada un poco, extraviada y confundida todavía, leía unos versos que no eran míos, sino salidos de las catacumbas de mi alma hecha añicos, de mi espíritu deambulando por un país que ya había dejado de serlo, porque amaba mucho más a la libertad, que a esta tierra sin libertad.

Tú también estuviste allí, como poeta, aunque amigas, lo que se dice amigas, nunca fuimos. Colegas, eso sí, para cualquier defensa, para cualquier buen propósito.

Es por eso que te devuelvo la visita, ahora, en este momento que acabas de recibir el Premio Nacional de Literatura, la literatura que nos salva por encima de todo, hasta de la barbarie de una Revolución que nos embriagó a todos, porque sí, y todos fuimos culpables.

Por supuesto que tu Premio, bien tardío, por cierto, es el complemento perfecto para ti, aunque en los finales de tu vida aún no reconoces, como yo en los míos, que fuimos presa, como aves que volaban, de un sistema que empobrecía al país cada vez más, mientras nuestras mentes eran ricas en la medida en que escribíamos de madrugada, como una manera de no perder el tiempo en este país donde tanto tiempo se perdía y se pierde, y donde se castigaba a los ángeles buenos, que confundían con los ángeles malos.

Lina, ni aún porque llevabas el mismo nombre de la madre del tirano, del asesino en serie, del vengativo, del cruel, del iluminado, como lo llamó el poeta, fuiste perdonada, y viviste allí —porque me lo contaron todas aquellas infelices mujeres entre rejas—, en aquel infierno, tú también, temerosa, escribiendo tus versos de siempre sobre tu camastro, solo por un impulso de querer escapar de esta tierra que dices hoy “amar más que a nada”.

Claro que te comprendo Lina de Feria. Prueba es que me levanto a las dos de la madrugada para escribir estas cosas del alma que muy pocos entienden. Pero es, sin dudas, mi forma de pagar tu visita, aquella que agradecí y que te confieso ahora.

También para mí es muy común estar durmiendo. Soy vieja como tú y casi que estoy cansada, esperando que disminuyan mis facultades mentales, donde ni aun así perdonaré al tirano, donde ni siquiera entonces me daré por vencida, para contribuir con mi granito de arena diario a continuar denunciando el salvajismo que representa el  comunismo, con la prensa maniatada y sólo a su favor, con su desprecio oculto por los pobres de la tierra, mientras que sus mandamases se convierten en millonarios, repartiendo migajas a una población víctima y mártir.

No importa, colega, que andemos por aceras distintas, por caminos opuestos. Aunque tarde, te brindo mi casa y mi amistad. No importa que tu poesía bella continúe —es tu decisión— y que la mía haya terminado porque di paso a la otra, la más necesaria, la imprescindible, la que abre los ojos a la mente de un pueblo obnubilado, al que le niegan el pan y la libertad.

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