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Migrantes cubanos: ingenio y trabajo en la última frontera

CIUDAD JUÁREZ, México. – Lo observó. Aquel cubano que conoció al llegar a Ciudad Juárez ya no estaba vendiendo café en una pequeña vasija: le había llegado su turno para cruzar a Estados Unidos y pedir el asilo político. Era también su oportunidad, aunque fuera en México.

Ramón Barroso, un cocinero de 50 años de edad, llevaba un mes intentando buscar trabajo, comiendo una sola vez al día y durmiendo en un cuarto con otros cuatro migrantes isleños. Todos los días recorría la zona centro con la misma esperanza, que se derrumbaba al atardecer.

No encontraba trabajo por no tener un permiso migratorio para laborar o porque las opciones de empleos informales ya las habían conseguido algunos de los cerca de 4 mil cubanos que deben esperar entre 2 y 4 meses a que se aproxime su número de registro para poder cruzar al lado estadounidense de la frontera.

Pensó en cómo preparar café sin cafetera, en cómo hacer una coladera como en Cuba. Necesitaba una “telita tupida”, un alambre con el que hacer un redondel. La placa eléctrica ya se la había dado una mexicana que conoció en la calle cuando encontró en la basura varios útiles para su habitación.

Había que conseguir el café, el más cubano que se pudiera. Un amigo de Miami, de otros  migrantes, viajó hasta Juárez para visitarlos y se lo encargó.

Con Yosbel Guerra, de 35, su compañero de viaje desde Tapachula, en la frontera con Guatemala, decidió comprar un termo. Fueron 175 pesos (unos 8 dólares). El café de Ramón y Yosbel había comenzado. Mucho más fuerte que el mexicano.

Ramón Barroso sirviendo café a uno de sus clientes
Ramón Barroso sirviendo café a uno de sus clientes (Foto de la autora)

El termo es negro.

“¡Café caliente, café cubano caliente!”

-¿Café cubano?, pregunta incrédulo Yiordano Ganem, de 26 años, que estudió periodismo en Cuba.

Yosbel le enseña de su celular una foto del paquete del café.

-Desde que salí de Cuba no he tomado uno.

El termo negro parece surgir impaciente de una bolsa de plástico gris. El vasito de plástico, el café tinto y mucho azúcar. A diez pesos mexicanos. Cuba en un café. Sin chícharos, no hay dónde tostar y moler.

Son once tazas de café en la mañana. Y otras once al comenzar la tarde. En las afueras del Centro de Atención para Migrantes (CAIM), situado a un costado del puente fronterizo del centro, los migrantes van llegando para comprobar, en directo, cuántos números pasan hoy hacia Estados Unidos.

Necesitan otro termo.

“Lo mejor es que resolvemos los problemas con lo que ganamos, para comprar comida  y lo demás”, dice Ramón Barroso.

Noris Leydis Yamacho, de 30 años, fue aceptada para trabajar como encargada de una tienda en una de las zonas donde desaparecen más niñas y jovencitas en Ciudad Juárez. Su salario era de 150 pesos (unos 8 dólares) y era responsable de toda la mercancía que fuera robada. A los pocos días, esta instructora de teatro, preocupada de que los robos fueran mayores que su remuneración, decidió renunciar.

Este migrante cubano asegura que el dueño de un restaurante y estacionamiento le pagó por 600 pesos mexicanos (31 dólares) a la semana por trabajar más de doce horas diarias (Foto de la autora)

Cada vez son más los juarenses que se saltan las normas para ofrecer trabajo a un migrante cubano. “Los cubanos son buenos, trabajadores y disciplinados”, afirma la mexicana Cristina Ibarra, que transformó su restaurante de tacos por uno de comida cubana, en los que todos sus empleados son isleños. Unos días antes de que crucen a Estados Unidos, comienza a buscar a los sustitutos, incluso entre los amigos que recomiendan los actuales trabajadores.

“Ahorita tenemos clientes que preguntan por dentistas y doctores cubanos para trabajar en sus oficinas, no será para trabajar de doctor, quizá de ayudantes pero están solicitando ginecólogos, internistas”.

Para este restaurante de pollos al carbón de la Avenida Juárez se requería un cocinero. El anuncio fue visto por unos migrantes cubanos que convencieron a su dueño para convertirlo en un restaurante de comida criolla, darles empleo y dormir en en él (Foto de la autora)

En Juárez, además, “no hay operativos contra migrantes” (como los hay en Tapachula, en la frontera mexicana con Guatemala), asegura Enrique Valenzuela, director de la Comisión Estatal de Población y Atención a Migrantes (Coespo).

Este organismo del estado mexicano de Chihuahua, al que pertenece Ciudad Juárez, ha iniciado conversaciones con el Instituto Nacional de Migración para ver cómo se pudiera conceder un permiso de trabajo “tanto para los migrantes que esperan su turno para Estados Unidos como para los retornados”.

En la práctica, los centroamericanos son los únicos migrantes que son retornados si cruzan a Estados Unidos por las ciudades fronterizas mexicanas de Tijuana, Mexicali o Ciudad Juárez, donde ya entró en vigor el controversial programa del Protocolo de Protección de Migrantes (MPP), que el presidente Donald Trump anunció que se  extenderá por toda la frontera.

Los retornados son devueltos a México después de pasar a Estados Unidos para comenzar su proceso de asilo político, donde deben de esperar todo su proceso de su caso, cruzando solamente para sus cortes a El Paso, Texas, una ciudad que sólo aprueba el 2% de los casos, según datos oficiales.

La única excepción que las autoridades estadounidenses están realizando en Ciudad Juárez para no regresar a los migrantes centroamericanos es, hasta el momento, con personas transexuales. Muchos de los migrantes centroamericanos que son retornados son mujeres con niños de corta edad o embarazadas.

Mientras miles de cubanos buscan trabajo a la espera de su turno para pasar a Estados Unidos y así poder sufragar sus gastos, otros juarenses comienzan a ofrecer empleos específicos para los isleños, que representan el 80 por ciento de los migrantes que se registran  en Ciudad Juárez para cruzar ordenadamente.

En el Colegio Ignacio Zaragoza saben de sus necesidades. También, valoran que los cubanos tienen una educación media superior que el resto de los migrantes. Quieren específicamente “hermanos cubanos” que sean maestros de inglés.

“No hemos recibido muchas llamadas”, dice Gaby Ley, asistente de dirección que coordina las entrevistas de empleo en esta escuela privada católica y bilingüe.

“Queremos ayudar”, asegura.