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Ministro de Turismo, ¿nos peinamos o nos hacemos papelillos? Cubanet

Manuel Marrero, ministro cubano de Turismo (EFE)

LA HABANA, Cuba.- Según las más recientes declaraciones del ministro cubano de Turismo, las afectaciones del huracán Irma al polo turístico de la cayería norte de la isla han sido las que se esperan de cualquier ciclón y que los daños severos sobre los cuales habla la prensa extranjera son solo una campaña mediática para afectar la industria.

Lo ha dicho frente a las cámaras de la televisión oficialista cubana y la declaración ha sido reiterada en varios espacios informativos; sobre todo cuando hace hincapié en que, para la temporada alta, ya se habrá puesto punto final a la etapa recuperativa porque solo han sido afectaciones moderadas que no implican grandes inversiones.

En Cuba existe una expresión popular que sirve para emplazar a quienes se dicen y se contradicen. Como supongo que esta declaración ministerial sea el caso, habría que preguntar si “nos peinamos o nos hacemos papelillos” o, en el peor de los casos, si existe un intento por fabricar un espejismo que aplaque los comentarios en el pueblo sobre la prioridad que tiene el turismo frente a las calamidades de la población.

Hasta hace apenas unas horas, la versión oficial sobre los destrozos de Irma en toda la costa norte del país, comprendidos los cayos, describía una zona de catástrofe que incluía instalaciones completamente en el suelo, tramos de vías de acceso bloqueados o colapsados, severos daños en la telefonía y en las estructuras para el suministro de agua, más todas las pérdidas materiales en cuanto a mobiliario y equipamiento eléctrico que se estimarían en cientos de millones de dólares.

Aun así, el Gobierno no tardó en hacer promesas, sobre todo a los turoperadores e inversionistas extranjeros, y diseñar un cronograma de acciones para recuperar las pérdidas en menos de tres meses, coincidiendo con el inicio de la temporada alta, mientras hacía silencio sobre cuánto tardaría en emprender acciones similares, efectivas y no provisionales para atenuar el descontento popular debido al ambiente de consternación.

La seguridad con que se habló en los medios de prensa oficialistas acerca de la recuperación rápida y total de la infraestructura turística frente a la incertidumbre que provoca en las personas el llamado del Gobierno a más sacrificio individual y a emplear el “esfuerzo propio” en las “tareas de recuperación”, sin fijar una meta de tiempo, eran suficientes para que las personas de a pie dedujeran el lugar rezagado que ellos ocupan en unos “planes de desarrollo” que, entre embargos económicos, catástrofes naturales y una política de sálvese el que pueda, se van pareciendo más a unos planes de sobrevivencia a costa de lo que sea.

No habrá suficiente material para reconstruir definitivamente y dotar de solidez estructural  las viviendas destruidas hasta tanto no se recuperen las instalaciones hoteleras. Lo saben todos en la calle y no porque exista una campaña mediática malintencionada. Es la lección que todos hemos aprendido durante más de medio siglo de voluntarismo ideológico como único modelo de manejo de los asuntos estatales.

Sobran los ejemplos. Desde la celebración de unos costosísimos juegos panamericanos durante la hambruna que aún algunos continúan llamando de modo eufemístico “Período Especial”, hasta la odisea de construir campos de golf asociados a negocios inmobiliarios en un país donde más del 80 por ciento de sus habitantes, a pesar de lo que inventen las estadísticas oficiales,  no reciben agua las 24 horas del día ni pueden costear el alquiler o la compra de una vivienda medianamente decorosa.

Por más que el ministro insista en que toda la catástrofe anunciada, por ellos mismos al inicio, ahora no es más que “pecata minuta”, fácil de resolver porque no involucrará demasiados recursos, las personas en la calle continuarán convencidas de que solo les corresponde el último lugar en la fila de los damnificados porque son ellos mismos los encargados de levantar los hoteles destruidos, constatar la envergadura del desastre y observar impávidos la montaña de recursos inyectados en la “tarea de choque”. Todo eso por un salario que no supera los 40 dólares mensuales o por un diploma al “sacrificio personal”. Pero también hay que estar claros, todo eso porque solo estando “en la mata”, es decir, en la fuente de recursos, se puede aspirar, mediante el robo o el desvío de estos, a una recuperación individual que jamás dependerá de lo prometido por el Gobierno.

De modo que no todo es aflicción cuando los mares se revuelven alrededor de la isla. Los cronogramas acelerados y la vía libre para el gasto de capital y reservas en la recuperación sabemos que, debido al descontrol que propician, son fuertes inyectores de recursos a la economía subterránea, al mercado negro, que garantiza el verdadero sustento para casi la totalidad de la población cubana. Así, Irma no solo llegó para destruir sino para salvar a unos cuantos.

Tan solo un pequeño ejemplo. Hace poco, mientras observaba en la televisión la llegada de un donativo que incluía algunos equipos portátiles para la generación de electricidad, me preguntaba a dónde irían a parar. Si a la vivienda de un campesino o a un hospital. No pasaron ni 24 horas cuando recibí mi respuesta. A la entrada de una tienda un sujeto me detuvo para, según él, ofrecerme uno de aquellos equipos. “Son los mismos que viste en el noticiero. Te lo doy con garantía y todo”, me dijo. Yo solo pude echarme a reír.