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Nadie va sacarnos las castañas del fuego Cubanet

Manifestación en el monumento conmemorativo cubano en el Tamiami Park (El Nuevo Herald)

HARVARD, Estados Unidos.- Si de algo han pecado buena parte de los cubanos que luchan por el establecimiento de una democracia en la Isla es en el hecho de confiar, a menudo ciegamente, en el siempre relativo compromiso de las diferentes administraciones norteamericanas (republicanas y demócratas) de ayudar a ponerle fin a una de las dictaduras más longevas de la historia contemporánea.

Ante la referida actitud, no vale el razonamiento lógico y la experiencia histórica. Se vuelve a optar por mantener viva la ilusión de un apoyo incondicional, cuando los hechos demuestran que la implicación resulta ser muchísimo menor que la anunciada en los mítines que acompañan las disputas por la elección a algunos de los cargos, ya sean para un escaño en el congreso o la presidencia misma.

Desde John F. Kennedy hasta Donald Trump se repite el esquema de prometer mucho y cumplir lo que demanden las circunstancias, es decir lo pautado por el establishment.

Algo normal desde la óptica de una nación independiente, cuya principal baza es velar por sus intereses.

Y es que el problema cubano, nunca ha sido ni será una prioridad en la agenda de ningún inquilino de la Casa Blanca.

A la luz de los hechos, el castrismo es asumido como una molestia que se puede sobrellevar.

No median amenazas atómicas, ni el lanzamiento de bombas migratorias que desestabilicen la Florida, ni tampoco contubernios con los narcotraficantes que buscan introducir su mercancía por cualquiera de los estados sureños, suficiente para que se haya optado por una cohabitación, ahora salpicada con la vieja retórica confrontacional, que a la postre ayuda a relegitimar el discurso nacionalista del régimen y al reforzamiento de la solidaridad internacional, incluso de las democracias europeas.

La verticalidad del discurso trumpista frente a los mandamases del Caribe, no pasa de ser otra repetición de lo ocurrido en las casi 6 décadas de gobierno unipartidista con economía centralizada, represión interna y conspiraciones, abiertas y solapadas, en los cinco continentes.

Solo que ahora la determinación de poner contra las cuerdas al castrismo es mucho más simbólica que de costumbre.

En esencia, las medidas dictadas por Trump que presuntamente acercarán el final de la era totalitaria en la mayor de las Antillas son un escuálido reflejo del Plan Bush.

Lo cual sirve para predecir el fracaso de una política que eleva el tono de la confrontación sin posibilidades de que ese ruido coadyuve a cambiar la naturaleza de un escenario caracterizado por las piruetas verbales y los falsos amagos de guerra.

Un análisis desapasionado del asunto arroja las evidencias para cerciorarse que el deshielo implementado por Obama se ha detenido solo parcialmente.

Algo que refuerza la idea de que los poderes fácticos han trazado una estrategia a largo plazo, que ningún presidente alterará sustancialmente y que contempla una evolución lenta y sinuosa hacia destinos inciertos.

Ver a Trump como un aliado incondicional de la lucha por la instauración de una democracia es desconocer los laberintos de la política con sus habituales piedras y socavones.

Con tantos problemas internos a enfrentar, entre ellos las investigaciones por la probable interferencia de Rusia en las elecciones y las crecientes contradicciones con decenas de congresistas y senadores de su propio partido por un lado y los serios desafíos a enfrentar allende los mares como los conflictos con Corea de Norte, la guerra en el Medio Oriente y las tensiones en Ucrania por otro, es casi imposible que el actual presidente preste atención a lo que sucede en Cuba.

Pese a tantas señales, persistir en la idea de que estamos ante el líder que va a ayudarnos a salir del laberinto dictatorial, es decantarse por una opción válida para apuntalar las emociones, pero distante de los códigos de la política real.

La solución tiene que ser desde adentro y una mayoría prefiere guardar silencio a la espera de un milagro a llevarse a cabo por la actual administración o las que les sucedan.

Debido a la pereza y el miedo generalizado, los cambios llegarán como migajas y al ritmo que le convenga a la élite verde olivo.

Nadie va sacarnos las castañas del fuego, aunque algunos continúen dándole vueltas a esas esperanzas.

(Jorge Olivera, residente en Cuba, se encuentra de visita en Estados Unidos)