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Ni médico, ni agente encubierto

LA HABANA, Cuba.- Cuando apareció el susodicho agente Fernando en el programa “Las razones de Cuba”, todo el tiempo estuve pendiente de sus rasgos faciales, su dicción, sus ademanes, sus pausas. Cualquier cosa menos sus argumentos me interesaban. Desde entonces no he dejado de preguntarme cómo nadie se dio cuenta de que ese tipo (médico) era un agente; de los peorcitos, claro está, pero un chivatón en resumidas cuentas, una clarísima señal de peligro.

Es alarmante la ingenuidad de los opositores cubanos. Menos de 48 horas después de la salida del closet de Fernando, el científico Oscar Casanella y el propio Yunior García colgaron en redes sociales sendas declaraciones sobre el agente. Refiriéndose a la presencia del médico en el curso impartido en Madrid, dice Yunior García en su post: “No creo haber sostenido con él ninguna conversación interesante. Más bien recuerdo que se pasó la mayor parte del tiempo en silencio y tomando fotos, algo que generó algunas bromas en el grupo”.

Precisamente porque la actitud de Fernando generó bromas y no suspicacia, el tipo siguió en sus labores de chivato hasta hace unos días, cuando la dictadura lo obligó a “quemarse” públicamente, y de un modo tan bochornoso que si el Dr. Carlos Leonardo tuviera vergüenza, se suicidaría.

Oscar Casanella lo sospechaba incluso desde mucho antes que Yunior entrara en escena; pero conociendo la tendencia patológica de las distintas generaciones de opositores a desconectarse entre sí, es comprensible que Yunior no supiera nada del infiltrado. A fin de cuentas el dramaturgo y el médico estaban vinculados a instituciones estatales y aun así participaron en el mismo curso sobre el papel de las fuerzas armadas en la transición a la democracia. Cualquiera diría que la Seguridad del Estado venía siguiendo los pasos del incómodo Yunior (un líder en potencia), y le permitió asistir al taller impartido por la Universidad Saint Louis para endilgarle al informante. Quizás desde entonces estaban preparando la bufonada que hace una semana vimos en televisión.

Aprender a detectar chivatos no significa ponerse paranoico. Todo individuo que tenga un comportamiento “raro” en esos cursos debería generar sospechas y no bromas. Algo simplemente no cuaja en esa clase de sujetos. Si se lo observa con atención, el Dr. Carlos Leonardo Vázquez posee ciertas señas que lo hacen similar a otras comadrejas, como Moisés Rodríguez y Carlos Serpa, los agentes descubiertos en el documental “Peones del Imperio” (2011).

El modus operandi se repite, y llama la atención el hecho de que todos los infiltrados tienen lo que mi esposa define como “un aura sucia”. No se puede pretender que los disidentes se vuelvan expertos en descifrar personalidades, pero hay que hacerle caso a la intuición, y quien la tenga medio lela debe agudizarla. Es necesario trazar perfiles, diseñar una metodología, saber observar y escuchar para que los comportamientos “raros” no pasen inadvertidos. Aunque sujetos como el Dr. Carlos Leonardo solo sean mequetrefes con ínfulas de James Bond, tampoco hay que hacerle fácil el trabajo a la Seguridad del Estado.

Estos tipos huelen a podrido con solo mirarlos, y se sabe que en cada curso o taller que se imparte en el exterior la policía política coloca al menos un informante. La insistencia del régimen en hacer siempre lo mismo y confiar en el resultado demuestra que la oposición cubana no se ha cuidado lo suficiente.

Esta vez, sin embargo, el tiro le salió por la culata. El agente Fernando tanto dijo que no dijo nada, pero su “destape” ha servido para confirmarle al mundo entero lo que se viene denunciando hace años ante todos los organismos internacionales que hacen oídos sordos cuando se trata de Cuba: la Revolución utiliza a sus médicos para cualquier finalidad, por indecente que sea; y las brigadas médicas cubanas tienen menos de gesto humanitario que de estrategia para diseminar la ideología comunista en los países donde son contratadas.

¿Cuántos, viendo al Dr. Carlos Leonardo Vázquez, habrán pensado en las quejas de los opositores sobre los tratos crueles que reciben en los hospitales? ¿Cuántos podrán afirmar ahora que el sistema cubano de salud no discrimina ni mata por orden de la Seguridad del Estado? Si una persona consagrada a salvar vidas consiente en servir a los propósitos de una dictadura, hay que darle al menos el beneficio de la duda al sufrimiento de la Dama de Blanco Xiomara Cruz, a la inoculación intencional del VIH denunciada por el biólogo Ariel Ruiz Urquiola, al cáncer mal atendido de la profesora Omara Ruiz Urquiola, a las torturas psicológicas que sufrió Luis Manuel Otero Alcántara durante su encierro por un mes en el hospital Calixto García.

Los profesionales cubanos de la salud, salvo muy honrosas excepciones, pisotean el juramento hipocrático en nombre de una ideología. Eso casi los equipara a los médicos nazis que cometieron toda clase de atrocidades al servicio de un régimen que, con todo lo perverso que fue, mató menos gente que el comunismo.

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