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Nike cubana: del olivo al mocho Cubanet

(nombrarcosas.wordpress.com)

TEXAS, Estados Unidos.- Las torres del Gran Teatro de La Habana están coronadas por dos diosas aladas de la victoria, que llevan en la mano un ramo de olivo para coronar al vencedor del certamen escénico de turno. Dicha diosa es conocida como “Nike” en la cultura griega y de ella proviene el nombre de la marca de ropa deportiva estadounidense Nike, creada por la diseñadora Carolyn Davidson a partir de una de las alas de la escultura griega tradicional. Después del paso del huracán Irma, una de estas Nikes del Gran Teatro quedó movida de su posición vertical a casi horizontal, a punto de desplomarse.

Durante y después del paso del huracán Irma por las islas del Caribe y Florida, han circulado muchas fotos que reflejan a algunos cubanos en medio de sus casas y sus calles inundadas. Entre esas fotos llamaron mi atención algunas que presentan posturas aparentemente cotidianas en que los personajes enfocados siguen haciendo muchas de las actividades diarias en medio del agua, las inundaciones y la basura, donde parecen olvidar momentáneamente las circunstancias excepcionales y adversas en las que se encuentran. En ellas puede vislumbrarse la señal de un abandono, síntoma de aplatanamiento, de una resignación fraguada durante décadas. Una especie de adaptación al medio como lo hubiera hecho cualquier tipo de animal, de ser vivo no pensante. La capacidad de evasión y enajenación del cubano ha llegado a límites insospechados. Y no se trata de divertirse, es más bien el acto mecánico de nadar, chapotear, ejercitarse en el agua (esta vez metafórica y literal) que sacude, subyuga y envenena.

Pero hay otra imagen que me parece incluso más llamativa, porque desdeña el abandono o parece orientarse a otra forma de abandono más allá de la indolencia y el folklore circundante, sin dejar de ser parte del paisaje en ruinas. Me refiero a una mujer afrocubana que está en medio de la calle inundada con un haragán en la mano y mirando, entre sospechosa y vigilante, el entorno. Lleva una camiseta gris con la marca Nike en el pecho. La pieza de ropa dice exactamente “Nike SB” (abreviatura de Skate Boarding), algo que puede sonar, dada la situación cubana, al menos irónico. Es precisamente el símbolo Nike en la camiseta junto a su pose y al haragán que sostiene, lo que (ciclón mediante) permite establecer un paralelo entre la Nike del Gran Teatro, La Giraldilla y la mujer habanera de la foto.

La Giraldilla, además de ser una imagen representativa de La Habana, es también una cristianización de la Nike griega. En estas tres imágenes están en juego las tradiciones fundamentales de occidente y de la isla: la griega o europea en general (Nike del Gran Teatro), la tradición cristiana española (La Giraldilla) y la afrocubana y popular (mujer habanera de la foto con la camiseta Nike).

A diferencia de la Giraldilla (que cayó de la torre del Castillo de la Real Fuerza a causa del ciclón de 1926), la Nike de bronce (después del paso del huracán Irma) permanece en la imagen como una amenaza, sin llegar a caer, pero en su desequilibrio advierte del peligro, la caída, la maldición sostenida. No es el derrumbe sino su extensión y posibilidad prolongada indefinidamente.

En su cristianización de la Nike griega, La Giraldilla porta la cruz de Calatrava que encarna la pasión de Jesús y es, en manos de la mujer habanera, un haragán, típico trapeador utilizado en Cuba para la limpieza. Es satírico y a la vez utópico que, con el agua casi a la cintura, ella sostenga precisamente un haragán. A su vez, esta mujer proviene del espacio doméstico: pareciera que, en pleno desastre, ha detenido sus labores de gineceo y se ha lanzado a la calle con su instrumento de trabajo diario. Es posible ver en esta nueva cruz una apropiación práctica y desacralizada del legado católico y colonial. La Nike mulata ha cambiado la cruz por el haragán, el vuelo etéreo por la limpieza y el baldeo. Toda la tradición clásica y cristiana en ella se vuelve una mezcla de necesidad, absurdo y sentido práctico.

Según Manuel Pérez Beato La Giraldilla “representa la Victoria, portando en su brazo derecho una palma, de la que solo conserva el tronco”. Esa palma ausente, símbolo nacional truncado, aparece conjugada con la cruz en el haragán de la cubana: su única insignia nacional y espiritual parece ser el mocho, la sobrevida. Se ve decidida a limpiar y baldear la isla, pulir las calles, quitar el churre. Con su pose y su instrumento rescata aquel parlamento, paródico y serio a la vez, de Virgilio Piñera en Electra Garrigó: se trata de una simple cuestión de higiene.

Esta mujer negra con su camiseta y su símbolo norteamericano reflejan una serie de tensiones vigentes en la isla por décadas: las oposiciones entre el gobierno cubano y el estadounidense, la pobreza del negro en Cuba, además del contraste de la miseria circundante y el tipo de ropa que se lleva.

Ambas imágenes de la Nike, la griega o europea y la norteamericana, encarnan una serie de valores. En la norteamericana el sentido de victoria se asocia a la solvencia económica, aunque el sentido inicial está asociado al deporte. Sin embargo, la mujer negra con la camiseta Nike pone en crisis esos conceptos de victoria, desajusta dichos valores culturales y económicos, los cuestiona, los desequilibra. La habanera, además, es la encarnación de una sociedad derrotada, arruinada que ha pasado décadas declarando hipotéticas victorias.

El proceso iniciado en 1959 hizo de la palabra “victoria” un referente fundamental de su imaginario: “hasta la victoria siempre” y “convertir los reveses en victoria” son algunas frases que pueden rastrearse desde los primeros discursos de Fidel Castro y que perviven en la retórica política insular. Ante el estancamiento mismo de ese lenguaje, la potencial caída de la Nike del Gran Teatro puede leerse como ademán disidente, contestatario; como si el crudo golpe de la naturaleza dejara al descubierto el descuido institucional, el abandono de las conquistas y necesidades de la sociedad.

La nueva Nike insular lleva su única ala (el símbolo Nike de la camiseta) cruzándole el pecho y convierte el gesto estético minimalista y abocetado de la diseñadora norteamericana en encarnación de la escasez general de los habitantes la isla. Pero esta nueva Nike cubana que, como Yemayá, camina por las aguas con nuevo tridente doméstico, emergente diosa del mar con mirada segura, esta “reina del mocho” con su agudeza visual, parece, por su firmeza, ser capaz de abrir las aguas con su haragán. A pesar del desposeimiento, la casa en ruinas e inundada por el ciclón, luce lista. Observa incrédula y horadante el entorno, no hay ni rastro de miedo o extrañeza en sus ademanes o sus ojos. Se mueve entre el agua y la basura con sospecha y desenfado.

Más que de dos, pareciese que ambas imágenes representan momentos distintos de una misma diosa, de la Nike cubana en sus diversas etapas. Es la Nike colonial caída hace tiempo desde las altas torres del Castillo de la Real Fuerza o el Gran Teatro que ha aprendido, por siglos, a abrirse paso con su remo, su haragán, entre las aguas más adversas; que ha transitado de lo europeo a lo afrocubano, del aire al agua, de la luz al fango, del éter al basurero, del bronce a la piel negra, de lo culto a lo popular, del peplo ondeante a la camiseta importada, del olivo a la fregona. Es la Nike colonial que ha encontrado en la caída, si no la victoria, al menos otros tensísimos modos de la sobrevida y la pertenencia. Un muy raro sentido de pertenencia que se confunde con la muerte.

La habanera de la foto, callejera y curiosa como el famoso personaje de Cirilo Villaverde, luce lista para decir, en cualquier instante, los parlamentos de Santa Cecilia de Abilio Estévez: “Mi lugar es bueno porque es mi lugar. Será el infierno pero es mío. De aquí no hay quien me mueva. Tendrá que secarse el mar para que abandone este sepulcro que me pertenece. Y ahora, ¡váyanse, Furias, si quieren!”